Sopla un viento injusto, y es seguro que no nevará, como Monsieur Jacques –el professeur– erróneamente ha ido vaticinando mientras remontaba la calle de la Aduana a lomos de su fiel tordillo, del que se apea y ata al palenque, mientras se acomoda tanto el berret –con el que se ha visto forzado a reemplazar a su chapeau melon, por ser la boina mucho más resistente a las ráfagas a la hora de cubrir su prematura calva– como el poncho, porque aunque sólo lloverá, y por mucho que sea ya principios de octubre, la escarcha que tapiza la calle no se decide a derretirse, y es cuando escucha a su criollo valet que también se apea de un salto de su rosillo sin montura, mientras agita, mostrando clara agitación, el sobre que sostiene en su diestra, con lo que consigue alarmar al forastero a quien asiste, por lo que éste,no espera que ese mozo, devenido chasque, explique su premura y va hacia él creyendo pronosticar qué es lo que va a recibir de sus manos: su tan demorado cuan deseado nombramiento como director del Colegio Real San Carlos de Buenos Aires, pero se equivoca. Una carta de allá, le avisa el mozo, que ha aprendido a reconocer los sellos y matasellos: una carta de harto lejísimos: jakayman kart! Ante ese dato es que Jacques la abre sumariamente, temiendo poder adivinar su contenido, aunque el sobre no sea de los de luto: la nerviosa caligrafía de Mercedes de San Martín y Escalada le anuncia lo que temía, que en la lejana Boulogne-sur-mer, ha fallecido su padre.

Interrumpe su lectura, entonces, el profesor, traspuesto, exasperado, y apenas si atina a atizar un puñetazo al muro: ¡Ah, bigre! ¡Dommage, grande dommage, bon dieu!!.. reniega, olvidado del criado, que lo mira con temor.

–¡Amalaya, Filadelfó –le espeta, airado, con la vista nublada, cuando al fin se vuelve–. Ha fallecido el hombre más grande de todos los que en esta Patria hayan sido; no tendrías esta Patria –reafirma, haciendo un gesto con el que quiere abarcar todo en derredor– si no hubiese sido por él, por él y un puñado y luego una legión de valientes como él, me entiendes!? Y al ver que el otro lo mira demudado, no acierta a saber si por ser presa de supina exaltación se ha expresado en francés, por lo que se asegura repetírselo en castellano: "El mejor de todos, el gaucho más bravo, el más gaucho, el más ñaró de todos, me entiendes, gurí?!!".

Asiente disciplinadamente el muchacho: ¿qué otra cosa habría de animarse a hacer el pobre mozo?

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Poco más tarde, y después de haber apurado un vaso tras otro en la primera fonda que ha encontrado por haber bajado, con algo de pinta de gnomo, con barba y bonete cubriéndole su calva, hasta la zona aledaña al puerto del Rosario, y donde habrá ordenado le dejasen a mano el porrón de ginebra, el profesor volverá a la lectura de la carta. No notará que mientras dure su lectura seguirá aferrado a la reja que separa al cantinero de los parroquianos, mayúsculamente afectado, de muy parecida o idéntica guisa que hubo de estarlo el mismísimo General, en el bastringe cercano a Les Halles parisinos, luego de imponerse del deceso de su querido camarada Bernardo. Lee y vuelve a leer. Es cuando repara en la borroneada (¿por las lágrimas?) fecha de la carta: No le resulta fácil aceptar lo que lee, sabe que deberá volver sobre esas líneas despojadas, con algo del estilo de todo parte castrense, donde no parece asomar la pena.

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Pasados unos días, cuando haya terminado su jornada en el estudio de daguerrotipia que ha abierto en sociedad con Alfredo Cosson, comienza a redactar mentalmente su respuesta. "Ahora sé –atinará a hilar, transida, arduamente, mientras siente que lo va embargando profunda emoción–, ahora conozco muchas cosas que ignoraba cuando vivía allí, en Francia. Lo que querría expresar es que ahora puedo vislumbrar lo mucho que me equivocaba al creer que podía colegir algunas de los temas que conversábamos, con Ud. y con el General. No tenía idea, en mi fatuidad, de cuán ignorante era, cuánto se puede serlo a pesar de haber leído la media docena de libros como lo he hecho yo".

"Ahora creo barruntar el tenor de mi grosera ignorancia: cuánto pero cuánto me era vedado comprender lo que afecta a un desterrado... No podía, ahora compruebo, imaginármelo. Ahora columbro, con mucha mayor certeza, lo que significa saberse lejos del propio pays, lejos del terruño".

"Pero es ahora, sin llegar a saberlo con total acierto, que puedo suponer lo que debe implicar hallarse confinado, lejos de este pago. Ud. sabe cuánto amo al mío, cuán orgulloso soy de haber nacido en la Francia. Pero, y esto entre nosotros, en el caso de Uds. debe ser, ay! peor. Pues cuando digo suponer es exactamente tal como lo expreso, pues no querría saberlo a ciencia cierta: vade retro!... No querría ni remotamente experimentarlo, no querría fuera ésta la tierra que yo echare de menos, ni siquiera me atrevo a imaginármelo... Ahora sí que apenas puedo experimentar lo que afectaba al General tan grandemente. Debo confesar que me resultaba extraño que un templado militar no pudiese ocultar por momentos su dolor, sencillamente la desmayada congoja en la que la lejanía de ésta, su venerada tierra lo sumía. Lamento no haber comprendido, cabalmente, en su momento, la crujía por la que él pasaba".

"Sé también que no lograré, quizás, comprenderlo nunca, pues es esta tierra feraz una muy peculiar, pues es a la vez mansa e indómita. Es a la vez, y, siempre superlativamente, tan dócil cuan feroz; una doble condición pues –como bien podría decir Hugo si la conociere–, entraña tanto lo dulce cuanto lo letal, como el camuatí".

"Plegue a Dios el evitar que mi sino no me depare la misma suerte que la del General; el de acabar mis días lejos de mi Patria. ¡Cruel chanza del destino sería que mi sepultura fuere aquí y la del General en mi Patrie aimée!".