A puertas cerradas

(Adults in the Room)

Francia/Grecia, 2019

Dirección: Costa-Gavras.

Guión: Costa-Gavras, a partir del libro de Yanis Varoufakis.

Música: Alexandre Desplat.

Fotografía: Yorgos Arvanitis.

Montaje: Costa-Gavras, Lambis Charalampidis.

Intérpretes: Christos Loulis, Alexandros Bourdoumis, Ulrich Tukur, Valeria Golino, Daan Schuurmans, Josiane Pinson.

Duración: 124 minutos.

Distribuidora: CDI Films.

Salas: Cines del Centro.

9 (nueve) puntos

La película más reciente de Costa-Gavras, A puertas cerradas, recién llega al cine y con ella la maestría del realizador. Narrador de raigambre noir, Costa-Gavras supo abordar el cine de género y decantar hacia el costado político que éste siempre tuvo. La referencia al cine negro la corrobora su primer largometraje, Crimen en el coche cama (1965), con Ives Montand y Simone Signoret. Las reglas del cine policial, lindantes con el espionaje, trocaron sus temáticas por otras ligadas a contextos complejos, de tablero internacional y de coyuntura, donde los juegos políticos develaban complicidades criminales. El reconocimiento de este proceso y la mirada crítica que le acompaña son rasgos que situaron el cine del griego allí donde hiciera falta: Europa, Estados Unidos, Israel/Palestina, Latinoamérica (con Uruguay y Chile como los escenarios respectivos de Estado de sitio y Missing).

A puertas cerradas pone su atención en la crisis griega de 2015, a partir de las memorias de mismo nombre (Adults in the Room) de Yanis Varoufakis, ministro de finanzas durante 5 meses en el gobierno de Alexis Tsipras. El film comienza con la renuncia del ministro (interpretado por Christos Loulis) y su vuelta al hogar, como quien regresa a casa tras una agotadora jornada de trabajo. A partir de allí, el racconto y el ritmo frenético de una película que procura seguirle los pasos a quien se atrevió a desafiar los dictámenes de la troika europea y sus fórmulas neoliberales. Rápidamente, Costa-Gavras sitúa al espectador y lo sumerge en los hechos que tuvieron en vilo a su país, en el marco de una crisis que prosigue.

Los ecos de estos mandatos, endeudamientos y resultados funestos, se sabe, no son privativos de Grecia. Motivo por el cual, A puertas cerradas puede ser vista como la radiografía de un sistema económico, cuyos engranajes aceitados sostienen un status quo que golpea con astucia a cualquier país que no sea, justamente, alguno de los poderosos. Al respecto, vale el plano detalle que el film se permite en la “humorada”, que como chicos en una clase, circula en un papel por la mesa redonda del Eurogrupo que Jeroen Dijsselbloem y Christine Lagarde (Daan Schuurmans y Josiane Pinson, respectivamente) presiden como sus “maestros”: allí se lee la sigla “PIGS” (CERDOS), síntesis de Portugal, Italia, Grecia y España.

Es ése el escenario de desprecio y pantano numérico por donde Yanis –referido sólo por el nombre, al igual que los demás personajes y protagonistas del film– deberá maniobrar para lograr un equilibrio casi imposible. Podría argüirse que el film comienza por la “derrota” –es decir, su renuncia– pero hay matices suficientes para contrastar este prejuicio; entre ellos, la dignidad de alguien que se sabe de izquierda. Ahora bien, lo que interesa es el entramado, la relación entre piezas que caerán de maneras previstas y en una dirección que igualmente Yanis procurará torcer. Lo acompañan su solidez discursiva y una solidaridad social inquebrantable (gracias a una interpretación por demás lograda del actor Christos Loulis). Pero el brazo al que debe vencer es demasiado fuerte.

Aun cuando esta desventaja sea algo que el film reconozca, lo cierto también es que dicha pulseada incluye las voces de una mayoría que podría desnivelarla. Costa-Gavras es lo suficientemente hábil como para argumentarlo, lo hace desde la poética misma del cine: en particular, cuando un grupo anónimo de ciudadanas y ciudadanos se congrega en silencio ante el restaurant donde Yannis, pareja y amigos, conversan animadamente. El efecto es perturbador, y se integra con las imágenes documentales, de manifestaciones, que el film distribuye dosificadamente, sobre todo en lo relativo al referéndum sobre la adhesión al denominado “memorando de entendimiento”, impulsado por el Eurogrupo, y particularmente por Alemania, cuyos ingredientes prometen reiterar y profundizar el abismo económico. El “No” triunfó, pero las decisiones políticas eligieron otro rumbo (ésta es la razón de la renuncia del ministro). Llegado este punto, el film puede, por ejemplo, apelar al musical y condensar en clave de pantomima la actividad política de una derecha cuya coreografía evidentemente funciona. Hay que ver ese desenlace, da cuenta de la maestría del realizador de Z.

Al respecto, dos cuestiones más. Una de ellas surge del visionado integral de la obra de Costa-Gavras, cuyas últimas películas, más allá de los argumentos, apuntan “naturalmente” a la esencia misma de todo lo hecho y filmado. Con simpleza y verdad. De esta manera, tanto A puertas cerradas como El capital (2012) son testimonios descarnados de lo que ya habitaba en cualquiera de sus producciones anteriores: lo que ha movilizado sus relatos es la denuncia de un sistema opresor, ante el cual persiste una mirada despiadada. Lo magnífico es cómo, a su manera, estas dos películas se permiten pasos de comedia. La sonrisa, la ironía, asoman como bastiones irrenunciables.

La otra cuestión remite al ejercicio despreciable de cierta prensa, algo que el realizador abordó en El cuarto poder (Mad City), con Dustin Hoffman y John Travolta. A puertas cerradas lo hace patente en los diálogos y los diarios hechos un bollo para el cesto de basura. Pero hay una distinción más y genial: cuando Yanis huye de los reporteros, la cámara de Costa-Gavras se queda con uno de ellos mientras refiere lo sucedido a su camarógrafo; vale decir, la cámara del film “mira” a esa otra cámara, televisiva. La misma imagen, elipsis mediante pero sin interrupción, prosigue en el televisor que Yanis y el primer ministro miran después. El desliz es genial, ya que la imagen que observan es la de Costa-Gavras, es decir, la de la misma película que interpretan; como si el film dijera al espectador: ésta no es la “verdad” de los noticieros sino –ni más ni menos– la del cine.