Producción: Javier Lewkowicz

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Asegurar la sustentabilidad

Por Roberto. F. Bó (*)

Hace ya algunas décadas, en Argentina, hemos generado importantes saberes, no sólo científico-técnicos sino basados en las experiencias de vida de nuestras comunidades locales, contribuyendo a revalorizar nuestros humedales y planteando la necesidad de asegurar su sustentabilidad tanto ecológica como sociocultural y económico-productiva. Sin embargo, probablemente influidos por visiones pasadas o por intereses particulares, algunos siguen pensando que “debemos transformarlos para contribuir al desarrollo”.

Afortunadamente, cada vez somos más los que no acordamos y entendemos que, gracias a que se inundan, se encuentran entre los ecosistemas más productivos y biodiversos del mundo, que su “insalubridad” normalmente es debida al mal uso humano y que, por sus particulares funciones ecológicas, nos brindan numerosos bienes naturales que mejoran la vida de todos. Sabemos, por ejemplo, que los humedales nos proveen agua de calidad y regulan el clima, constituyendo enormes depósitos de carbono que nos ayudan a no potenciar el “calentamiento global”. Además, que debido a su particular dinámica de inundaciones, nuestros campos se fertilizan y generan una gran diversidad vegetal y animal que cubren muchas de nuestras necesidades materiales y nos enriquecen psicológica y espiritualmente.

Pero, si ya sabemos todo esto, ¿cómo es posible que, desde 2012, venimos proponiendo una ley de presupuestos “mínimos” (LPM) que, siempre fue aprobada por la mayoría de nuestros senadores pero que, si antes de fin de año no es tratada por nuestros diputados, perderá estado parlamentario. ¿Cómo puede ser que, desde principios de 2020, estamos experimentando sequías y bajantes extremas en toda la cuenca de nuestro río Paraná, sumándoles enormes y graves incendios intencionales (que afectaron significativamente la biodiversidad y la salud de las comunidades humanas locales y vecinas) y que, en estos últimos días, “se esté incendiando todo”.

¿Por qué, en varios humedales del país, las evaluaciones de impacto ambiental no contemplan su particular realidad y seguimos realizando macro infraestructuras, emprendimientos inmobiliarios, industriales, mineros, agropecuarios, etc. con intensidades y modalidades que los eliminan en grandes extensiones? ¿A qué se debe que todo esto también pasa en nuestras zonas áridas y semiáridas, donde los humedales son la principal fuentes de agua? ¿Por qué, mientras esto nos ocurre, en muchos países dedican enormes sumas de dinero para restaurar (con éxito dispar) los humedales que transformaron o bien para construirlos artificialmente, a fin de recuperar sus funciones ecológicas y su resiliencia natural ante los enormes problemas que plantea el Cambio Climático?

Muchos pensamos que, quienes insisten en mantener el estatus quo y se oponen (públicamente o no) a la LPM, no tienen argumentos suficientes. Y, ante el “temor” que transmiten sobre que “a partir de su sanción no se podrán realizar más actividades productivas en los humedales”, les decimos que no es así. La “conservación”, es un concepto amplio que, si bien implica la “preservación” de los humedales que todavía se hallen en buen estado, también incluye acciones de “restauración” y, particularmente, de “uso sustentable”. Esto significa que podemos ocupar y producir en áreas de humedal pero, obviamente, con intensidades y modalidades, adaptadas a su normal funcionamiento ecológico y no al revés.

Así, ciertamente estamos asegurando su sustentabilidad presente y futura. Porque, esto último no es otra cosa que conservar su identidad y porque el “desarrollo sustentable” no es sino el camino para lograrlo, a través de leyes que realmente se cumplan y traduzcan en una planificación efectivamente participativa y en un adecuado ordenamiento territorial. Si realmente queremos el bien de todos, aclaremos lo que falte aclarar e implementemos las medidas necesarias para contribuir a conservar nuestros humedales… antes de que sea demasiado tarde.

(*) Docente e Investigador del Grupo de Investigaciones en Ecología de Humedales (GIEH). Dto. Ecología Genética y Evolución (EGE) e IEGEBA-CONICET, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN), Universidad de Buenos Aires (UBA). Miembro de la Fundación Humedales – Wetlands International.

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La falsa dicotomía

Por Rubén Ginzburg (**)

Argentina es uno de los países con mayor diversidad biogeográfica; existen 18 ecorregiones, y en todas ellas están presentes distintos tipos de humedales. En particular, los Esteros del Iberá y el Delta e Islas del Paraná son extensos humedales, y podríamos sumar a gran parte del Chaco Húmedo en esta categoría. Pero, ¿qué son los humedales? Son ecosistemas que permanecen con su suelo saturado o en condiciones de inundación durante considerables períodos de tiempo; es decir que el nivel de agua en el suelo puede variar, desde estar siempre inundados a anegarse de forma más o menos periódica.

Los humedales son una fuente de inmensa biodiversidad de plantas, animales, hongos y microorganismos, pero también de culturas y formas en que la gente habita estos territorios y desarrolla sus actividades productivas. Son ambientes que brindan una cantidad -y calidad- importantísima de bienes y servicios. La provisión y purificación del agua para consumo y producción, productos forestales y fibras, carnes y cueros, amortiguación de inundaciones extremas, regulación climática y acumulación de carbono, turismo, conservación de la biodiversidad, son sólo algunos de ellos.

Además de sus valores intrínsecos, esos servicios conllevan valores económicos; se estima que la degradación y eliminación de humedales en Estados Unidos, implica la pérdida anual de más de 20 mil millones de dólares.

Como sociedades realizamos distintos usos de los humedales, que le otorgan un valor económico particular, desde producciones tradicionales y menos intensivas como la apicultura, ganadería extensiva en campos naturales, caza y pesca, recreación; hasta otras que causan mayores impactos como la forestación, producción agropecuaria intensiva, minería, obras de infraestructura o urbanización.

En el mundo, en los últimos 50 años, la pérdida de humedales se produjo incluso de forma más rápida que la de los bosques. Desde la degradación y transformación de humedales por canalizaciones y endicamientos -oficiales y de los otros-, hasta incendios en su gran mayoría intencionales, son la antesala para nuevos usos de estos ambientes. A los incendios recurrentes de todos los años en nuestro país, con el fin de obtener el rebrote de pastos más tiernos para el ganado, se sumó lo que vivimos en el 2020 con una secuencia de fuegos que se profundizaron por la extraordinaria sequía; en este 2021 la sequía continua y se agrava la situación por el mayor riesgo de fuegos dada la bajante histórica del Río Paraná y la cantidad de materia seca que queda expuesta.

Desde el 2020 hasta la actualidad, sólo en el Delta e Islas del Paraná se quemaron cerca de 500 mil hectáreas. Tengamos presente que apagar un incendio en medio de las islas le cuesta al país más de 20 millones de pesos por día. Ambos eventos extremos, sequía y bajante del río, se han dado anteriormente, pero en el contexto de cambio climático tendremos que sufrirlos más habitualmente.

Desde hace unos días son noticia los carpinchos y su “invasión” en Nordelta; entre paréntesis, existen un barrio dentro del complejo, que se está terminando de desarrollar, que lleva su nombre (sic). Bienvenidos los carpinchos y la puesta en escena de la problemática de los humedales. Pero la discusión claramente no es carpinchos versus urbanizaciones. Debemos debatir un ordenamiento territorial donde se planifique la conservación y el uso que hagamos de los humedales, donde cuestionemos el modelo actual en que prácticamente no existen regulaciones, pero también donde planteemos la necesidad de aprovecharlos sin destruirlos o transformarlos enteramente. Debemos discutir una ley de humedales, politizar la discusión y lograr los mayores consensos posibles.

Seguramente a corto plazo, el valor de una hectárea de humedal no pueda competir con el valor de esa hectárea dedicada a la producción agropecuaria o el desarrollo de un barrio privado; pero una de las preguntas que deberíamos plantearnos, entre tantas otras, es quién se hará cargo del valor intrínseco de un humedal, de las funciones, bienes y servicios, culturas y sistemas productivos que se pierden. El primero, el de corto plazo, es un valor que acaparan unos pocos; el segundo, el de mediano y largo plazo, es un valor que perderemos y pagaremos todos.

No caigamos en la falsa dicotomía producción o conservación. Seamos inteligentes y discutamos un desarrollo socioeconómico amplio, que permita el crecimiento planificado y regulado de la producción agropecuaria, forestal, de la infraestructura y de las urbanizaciones; pero manteniendo la integridad de los sistemas naturales y sus funciones, y ante todo visibilizando y reconociendo a las formas tradicionales de producir de las comunidades locales y sus culturas.

(**) Biólogo, docente e investigador del Depto. de Ecología, Genética y Evolución de la FCEN-UBA.