Entre paredes y espejos se llama la obra que la española Gracia Morales escribió a pedido del director Carlos Ianni, a quien ya había confiado otros textos suyos. Se trata de una puesta concebida especialmente para la virtualidad, a la cual ya se puede acceder de manera gratuita desde www.celcit.org.ar, página del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación. La interpretación está a cargo de Teresita Galimany y Mariana Arrupe, el asesoramiento en iluminación y vestuario fue obra de Soledad Ianni y Maiamar Abrodos, respectivamente.

La propuesta partió del director, quien debido a la pandemia tuvo que cerrar temporalmente la sala de Moreno al 400. Con el objetivo de “dejar de lado prejuicios y aprender algo totalmente nuevo”, según contó en conversación con este diario, Ianni se dispuso a probarse en el streaming. Así, ocho meses después, ya con la obra terminada, comenzó a trabajar de manera virtual con las actrices, quienes interpretan a una profesora y una alumna que se conectan durante la pandemia para concretar una tutoría. “Me autoimpuse como regla para estimular la creatividad usar solamente lo que teníamos a mano en las casas: al igual que los personajes, nosotros también estábamos en aislamiento”, dice Ianni quien, por considerar este trabajo como una “tabla de salvación en el naufragio”, no pensó en cobrar las funciones.

El tránsito permanente entre momentos de angustia y de lucidez fue, para la autora nacida en Granada, una de las consecuencias del confinamiento. Y los personajes creados por ella pasan por esa misma experiencia. Claro que los textos de Virginia Woolf, tema de la tutoría, tiene mucho que ver con los cuestionamientos que surgen en sus vidas, ya que están marcados por el tema del encierro creativo: la escritora habla, en uno de sus famosos ensayos, de la necesidad de contar con una habitación propia y una independencia económica si una mujer decide dedicarse a la escritura. La obra también presenta a las protagonistas relacionadas con un tercer personaje que no se muestra en pantalla, motivo extra de perturbación para ambas.

-En su ensayo Una habitación propia, Woolf habla de la importancia del espacio personal y del aislamiento, para la mujer que desea crear desde la escritura. ¿Qué les pasa a las dos protagonistas con el encierro obligatorio?

-Woolf nos habla de la necesidad de un espacio personal, sí, pero también de la necesidad de contar con una cantidad de dinero mensual que le permita a la mujer tener la autonomía suficiente para crear. No obstante, ganar ese sueldo en el tiempo histórico que estamos viviendo muchas veces implica la dedicación temporal a un oficio, lo cual entra en contradicción con la exigencia de la escritura. En algún momento de la obra, el personaje de la alumna, que trabaja de forma precaria, se plantea esta cuestión.

-¿Cuál es la consecuencia?

-En cuanto al encierro obligatorio, una de ellas va a encontrar la posibilidad de la escritura creadora como un nuevo lugar en el que desarrollarse. Y ambas se percatan de cómo esa ausencia de vida en el exterior las va deteriorando a ellas y también a sus relaciones con el entorno más cercano. Se genera una sensación paulatina de ahogo, pero también hay una cierta iluminación final, al tener que enfrentarse necesariamente a sí mismas. De ahí la dualidad del título: las paredes que encierran, los espejos que interrogan. Creo que esto lo ha vivido mucha gente durante este periodo de confinamiento: el tránsito entre momentos de angustia y de lucidez.

-La profesora sostiene que el trabajo de su alumna no debe basarse en las circunstancias que atravesó Woolf en su vida. En contraste, ¿la obra trabaja sobre el peso inevitable de las circunstancias?

-Sí, efectivamente, hay un juego con eso. En el ámbito de los estudios literarios, hay algunas tendencias que entienden la literatura como un espacio “puro”, como una aspiración a lo transcendente, que se despega de las circunstancias concretas, contingentes e históricas. Para mí, en cambio, la escritura surge desde la cotidianeidad, desde una posición muy consciente de lo que nos está ocurriendo como individuos y como sociedad.

-Hay rutinas que parecen sostener con efectividad el peso de lo cotidiano. ¿Qué pasa con el personaje que no se ve, también atrapado en su casa?

-La rutina, la costumbre, es un espacio de salvación para el ser humano, sí. Nos hace sentir más seguros y seguras. Pero ese deseo de seguridad también puede convertirse en una cárcel cuando no somos capaces de cambiar algo que está deteriorado. Esto le pasa a ese tercer personaje: vive en una mentira, pero también en un cierto autoengaño. No se atreve a enfrentar el momento vital que está atravesando, que quizá le exige romper con esas rutinas en las que está instalado.

-¿Qué significa en el contexto de la obra “atravesar el espejo”?

-Para mí esto significa romper con la imagen de sí mismas que se esfuerzan en mantener hacia afuera. Los dos personajes tienen problemas con su imagen, tanto física como social. Por eso no les gustan los espejos. Y hacia los demás, ambas aparentan ser más fuertes, más autónomas, de lo que en verdad son. Atravesar el espejo en este caso sería conocer sus propios deseos, sus propias necesidades, de una forma más auténtica y profunda, y atreverse a vivir de acuerdo a ellos.