La memoria es una bomba de tiempo que no se desactiva jamás. En Y líbranos del mal (Seix Barral), del escritor peruano Santiago Roncagliolo, la bomba estalla cuando Jimmy, un joven nacido en Estados Unidos, regresa a Perú para cuidar a su abuela enferma. De a poco descubrirá algo que ignoraba: el pasado de su padre, vinculado con abusos cometidos en una congregación religiosa ultraconservadora, que fueron silenciados durante décadas por la alta sociedad limeña. Las víctimas empiezan a hablar: “Sólo quisiéramos que la comunidad pidiese perdón sinceramente. A muchos de nosotros nos arruinaron la vida. Nunca volvimos a ser los mismos. Y todo lo que vemos es negación y odio y mentiras”, dice Daniel Lastra, uno de los personajes de la novela.
Y líbranos del mal tiene un trasfondo real: los abusos cometidos por la congregación católica Sodalicio de Vida Cristiana, fundada en Perú en 1971 por un depredador sexual, Luis Fernando Figari, cuya misión consistía en crear un ejército de jóvenes destinados a enfrentarse al movimiento progresista de la Teología de la Liberación. La orden religiosa llegó a tener más de 20.000 seguidores y fue reconocida por el Papa Juan Pablo II en 1997. Roncagliolo (Lima, 1975) pasó su infancia y adolescencia entre Perú y México, adonde se exilió su padre, el sociólogo y político Rafael Roncagliolo, ministro de Relaciones Exteriores del Perú entre 2011 y 2013 y embajador del Perú en España del 2015 al 2016, que murió el 1º de mayo de este año a los 76 años a causa del Covid-19. El ganador del premio Alfaguara en 2006 con Abril rojo, que reside en España desde el 2000, cuenta desde Barcelona que cuando se hicieron públicas las denuncias de abuso en la orden del Sodalicio le sorprendió el pacto de silencio del que habían sido cómplices las instituciones y las familias. “Me interesó escribir una novela más que sobre el crimen sobre cómo las cosas más atroces pueden ocurrir refugiadas en el silencio de toda una sociedad”, plantea el escritor peruano en la entrevista con Página/12.
-¿Cómo explicás ese silencio? ¿Por qué no se denuncian “las cosas más atroces”?
-Si tú denuncias al que las hace, también tienes que denunciar al colegio que te puso en manos del que las hace, a la familia que te puso en ese colegio y a toda una sociedad. Yo recuerdo haber comentado hace unos años en un artículo sobre casos de abusos en la iglesia que en mi colegio había un cura que no llegó a un extremo como ese, pero se le iba la mano... y cómo todo el mundo lo consideraba normal. En los años ochenta, un cura haciendo tocamientos era algo, incluso, gracioso. Lo que más me sorprendió fue la reacción furiosa de mis compañeros de colegio en las redes sociales, que estaban llenos de rabia. Me di cuenta de que yo estaba sin querer destruyendo su sueño de una infancia perfecta, su idea de que crecieron en un mundo que era bueno y que les enseñó a ser buenos. Y si destruyes eso, estás destruyendo parte de su identidad, parte de lo que son ahora mismo. Pero este era un caso pequeñito y muy irrelevante, imagínate alguien que ha vivido cosas más graves, el nivel de presión que tiene en su entorno social para no decir nada.
-En la novela, Sebastián, el padre de Jimmy, está lejos de haber tenido una infancia perfecta, ¿no?
-Sebastián es un victimario y es una víctima y eso es algo que me interesa explorar mucho en todos mis libros. Tenemos esta idea de autoprotección, según la cual los nuestros son muy “buenos” y hay otros que son “malos” y nos vienen a devorar. Lo cierto es que la realidad del mal es como Sebastián: una mezcla que se alimenta incluso de sentimientos muy nobles. Sebastián está buscando el amor de un padre y cuando no conoces el amor lo confundes con cualquier cosa. Esta es una historia sobre las enfermedades del amor y el horror no se puede entender, si no entiendes hasta qué punto viene empaquetado de bondad, de generosidad, incluso de amor.
-Tanto Sebastián como Jimmy son personajes que no se sienten a gusto en el mundo que les toca vivir. ¿Por qué te interesan los personajes que no encajan?
-Yo crecí en México, rodeado de extranjeros, lo cual me hacía un poco raro. Luego volví a Perú, a mediados de los 80, y era un tipo que hablaba raro y la mitad del tiempo no se enteraba ni de qué estaba hablando la gente. Entré a un colegio más o menos como el de Sebastián (grande, religioso, de varones) y me pasé el primer año en Perú fingiendo que entendía los chistes, riéndome de cosas que no sabía qué eran, repitiendo muecas e insultos que entendía qué efecto causaban, pero que no sabía a qué se referían. Yo fingía que era normal emitiendo las señales exteriores de adaptación que en mi cabeza no tenían ningún contenido. Con la adultez emigré y ya soy un poco extranjero en todas partes. A todo el mundo le encanta discutir de política conmigo porque me pueden mandar a mi país en cualquier país; en España me mandan a Perú, en Perú me mandan a España, y todo el mundo considera que “no soy de los suyos”. Es inevitable que esa mirada sea la de mis personajes; es una mirada lamentable para tu vida personal, porque nunca terminas de formar parte de ninguna tribu, lo cual es muy reconfortante, pero quizá sea una buena mirada para un escritor porque un escritor tiene una mirada única y cuenta historias que nadie más puede contar.
-En esta novela Jimmy tiene algo de tu historia; cuando regresa a Perú se enfrenta con una familia y una sociedad que le resulta muy extraña.
-La mirada de Jimmy era la única que podía asumir como mía. Una cosa muy difícil cuando escribes una novela, por lo menos para mí la más compleja de resolver en la primera parte, es con qué mirada contar, qué mirada puedo asumir yo, sin empezar a llenar la historia de prejuicios y clichés, de todas las cosas a las que recurres cuando no sabes. La mirada de Jimmy era una mirada a la que podía recurrir. A mí me gusta mucho jugar con el thriller, con el suspenso, me gusta hacer historias en las que siempre quieras saber qué va a pasar en la siguiente página. Pero no quería un detective externo y frío; lo que está investigando ahí va a cambiar su vida, va a hacer que él ya no sea el mismo. Que es algo que a mí me ocurre constantemente: que vivo descubriendo pequeñas cosas de mi pasado que hacen que me dé cuenta de que no soy enteramente el que creía.
-¿Te interesa preservar una mirada extrañada?
-Sí, al final es lo que haces cuando escribes una historia: fingir que tú no formas parte de la realidad, de que puedes abstraerte de ella. Lo que pasa cuando escribes una historia es que finges que la realidad tiene algún sentido, cosa que no está garantizada. Tú formas parte de ella y ocurren cosas a tu alrededor y vas tratando de ver hacia dónde van, pero nunca has terminado de leer el libro, siempre estás dentro del libro. Ser un escritor implica fingir que tú eres el que está haciendo el libro, quizá porque necesitas darle sentido a la realidad a tu alrededor, incluso darle sentido a cosas que quizá no tengan ningún sentido.
-En “Y líbranos del mal” aparecen muchos temas que no estaban en la agenda pública veinte años atrás, la violencia de género o los abusos que no se cuestionaban. ¿Cómo analizás los cambios a la luz de esta nueva sensibilidad contra todo tipo de violencias?
-Creo que hubo un cambio en la mirada sobre cosas que habían estado ocurriendo durante siglos y que sin ese cambio esta novela no habría existido. Si hay un tema contemporáneo que me interesa y que veo que está en el aire es el machismo y el daño que le hace a las mujeres. Pero en realidad no se habla mucho del daño que hace el machismo a los hombres y cómo puede ser un heterosexual de la vieja escuela, pero no ser suficientemente heterosexual de la vieja escuela para la manada. Mis libros hablan mucho de la masculinidad y de las enfermedades de la masculinidad; personajes que, entre otras cosas, no encajan porque su masculinidad no es la que está tolerada. En el caso de esta novela es particularmente intenso porque las relaciones homosexuales están pasando en el lugar más homófobo del mundo y mucha de la gente no sabe cómo se llama lo que le está ocurriendo. Muchos descubren de lo que se trata muchos años después, pudieron darles nombres a esas vivencias mucho después de vivirlas. Nunca supieron lo que estaban viviendo.
-Un cuestionamiento que suele aparecer, hacia las víctimas de violencias y abusos, es por qué no hablaron en el mismo momento en que fueron víctimas de esas violencias. ¿Cómo respondés ante este cuestionamiento?
-El abuso, en todas sus formas, se caracteriza por el daño que te hace alguien que crees que te quiere. Y si tú crees que te quiere y te hace daño, crees que es culpa tuya lo que te hace. Entonces cada vez que te lo hace piensas que tiene razón. Y como piensas que tiene razón --que es lo que le pasa a personajes como Sebastián-- luego empiezas a hacerlo tú porque crees que eso es la manera de querer. Sin duda tardas muchísimo en darte cuenta, si llegas a darte cuenta, de que esto no está bien porque lo que ocurre con el abusador es que él también cree que es culpa de su víctima. Esta perversión de las culpas y las responsabilidades hace que sea un crimen muy diferente.
-¿Cómo encontraste la estructura de la novela, que está dividida en cuatro partes: padre, hijo, espíritu santo y amén?
-Esa estructura la descubrí después, cuando la novela ya estaba escrita. Me di cuenta de que había una primera parte de duda sobre el padre, luego otro momento en que el hijo empieza a tomar la iniciativa, luego otro momento de entender lo que ha pasado, más allá de su vida, y un pequeño colofón sobre cómo vivir a partir de entonces. Los símbolos religiosos siempre aparecen; en algún sentido yo soy un escritor de novelas de terror y la religión siempre te da material; no tanto porque sea mala, sino porque lidia con lo que no conocemos, que es la principal fuente de nuestros miedos: la muerte, lo trascendente, lo que no entendemos racionalmente, de eso se ocupa la religión. Y de eso se ocupan las novelas de terror. Lo que más me interesaba estructuralmente, lo más complejo, era que estaba tratando un tema muy escabroso y no quería ser sensacionalista ni celebratorio. Quería una novela en la que supieras lo que está pasando a través de los silencios, una novela en la que el personaje va dando vueltas alrededor del monstruo, pero nunca lo termina de ver entero. Ve pedacitos porque otros personajes le abren una ventanita a través de la cual puede asomarse a la bestia, pero él va completando lo que le falta de la fotografía. Eso fue lo más difícil de la estructura de la novela.
-¿Mostrar el horror de a pedacitos?
-Sí, en una película de terror tú te quedas una hora y cuarto esperando que aparezca el monstruo y cuando el monstruo aparece la peli es una mierda. No tiene ninguna gracia más. Lo que la sostiene es lo que tú te imaginas que va a ocurrir. En este caso, al hablar de cosas muy humanas (soledad, inseguridad, necesidad de amor) todos tenemos nuestro monstruo. Mi apuesta es que cada lector complete lo que está ocurriendo detrás de las puertas, lo que está ocurriendo entre los personajes, lo que quiere decir un personaje con una línea. Cada lector de esta novela lee su propia novela; en muchas cosas todos leen lo mismo, pero en otras hay lecturas diferentes y para mí es fascinante ese feedback. Un periodista me dijo que en el fondo lo que va a descubrir Jimmy es una historia de amor que en cualquier otro sitio habría sido cotidiana, incluso irrelevante para sus protagonistas, pero que ocurre en el infierno. Y es verdad, yo no lo había visto así, pero me gusta que los lectores me digan lo que he escrito.
-¿Cómo fue recibida “Y líbranos del mal” en Perú?
-La recepción fue muy buena y se convirtió en la novela más vendida. Hubo reacciones más sorprendentes en México, donde una cadena (Sanborns) se negó a vender la novela por el tema. En Internet, varios periodistas digitales, cuando hacíamos la entrevista, me decían que íbamos a empezar a hablar de otra cosa porque si el algoritmo detectaba de qué estábamos hablando (abusos, pederastia) iban a reducir las visitas y la visibilidad de la entrevista. En el caso de la librería en México, tampoco vendían libros sobre temas de homosexualidad, masculinidad y diversidad sexual. Al final, los lectores montaron un gran escándalo y obligaron a la librería a colocar de nuevo la novela. Pero el debate de fondo, que no se resuelve con un libro, es cuántas cosas filtran lo que tú lees, lo que tú conoces y por lo tanto de lo que puedes hablar y pensar. La Iglesia no hizo nada; es otra la gente que actúa en nombre de lo que creen que son los “valores positivos”. De todos modos, si tú quieres escribir historias excitantes, lo más exitoso que te puede pasar es que alguien no se atreva a venderla.
-Lo paradójico de este tiempo es la cancelación, el regreso de cierto puritarismo sobre las obras de arte en general, cuando todo debería circular y que se pueda elegir qué leer o no, qué ver o no.
-Pero esto no ocurre solo desde los lugares conservadores, la izquierda también veta y cancela. A veces más incluso. Yo creo que son tiempos inciertos y lo que sucede es que la gente se refugia en tribus para estar cómoda y bien y cualquiera que no piense como tú es mejor no escucharlo, es mejor que no hable. Cada vez nos da más miedo escuchar a los que son diferentes porque nos obliga a cuestionarnos en tiempos muy inciertos. El pensamiento individual requiere un nivel de serenidad, frialdad incluso, que no solemos tener en tiempos de crisis. También por eso creo que son necesarias las novelas, porque no son agresivas. Cuando tú escribes una columna de opinión, escribes para atacar. Pero cuando tú escribes una historia, el lector se pone los zapatos de esos personajes, incluso si son horribles. Ese es un ejercicio de empatía y de reflexión de lo que somos las personas y es algo cada vez más necesario. No suelo sentirme muy útil por escribir historias, pero ahora me siento útil porque creo que las historias ayudan a entender a los demás. Y eso hoy es más urgente que nunca.
-¿Qué es lo que atrae del mal, de la oscuridad, de esas zonas ambiguas de lo humano?
-Que justamente no lo terminamos de entender. No hay una respuesta. Es fácil empatizar con una víctima, lo difícil es entender por qué alguien es malo, por qué es un victimario. El mal nos desafía y nos obliga a pensar mucho más que decir “estoy en contra de la guerra y de la pobreza y espero que se resuelvan”... En cambio, cuando tú pones la historia de alguien horrible y dices: “mira su historia”, a lo mejor descubres que tú no eres tan bueno como crees. Eso nos inquieta, nos asusta, pero por eso mismo nos fascina porque implica cosas que no queremos ver y que no son cómodas para pensar.
-¿La novela la terminaste de escribir antes o después de la muerte de tu papá?
-Antes, pero no llegó a leerla. Cuando leyó mi primer libro de cuentos, me dijo: “los padres de este libro son horribles”. Los escritores vampirizamos la vida de la gente. Cuando escribo una novela, tomo cosas de la realidad, detalles y puntas de icebergs con las que juego. Cuando esas personas descubren los fragmentos de su historia en el libro, piensan que los estás exponiendo. Y cuando no se parecen piensan que los estás difamando. Es muy difícil explicar cómo funciona la ficción y a veces haces daño y es lo que menos me gusta de este trabajo.
-¿Sentiste más la muerte de tu papá por el hecho de que este es el primer libro que no leyó?
-No, él leía mis libros, pero nunca me los comentaba. Yo sabía por otras entrevistas, porque él era un hombre público, qué le gustaba y qué no. Pero a mí no me decía ni una palabra. Él era un político, y como hombre de su generación, hablaba poco de sus emociones y sentimientos. Nuestra conexión pasaba por hablar de política y comentar las noticias de España y de Perú, hacíamos el análisis del mundo. Así era nuestra conexión padre e hijo y así nos entendíamos. Y me pasé toda la campaña electoral de Perú diciendo: tengo que llamar a mi padre para comentar esto, y luego darme cuenta de que ya no había nadie a quien llamar. Joan Didion tiene un libro, El año del pensamiento mágico, en el que habla de cómo los muertos siguen vivos por un rato porque te resistes a asumir que están muertos. Y lo entendí en estos meses después de su fallecimiento, porque una parte de mí seguía moviéndose como si él estuviese vivo. Era como un manejar un carro con el volante del otro lado: algo ha cambiado de sitio y te tienes que acostumbrar, pero es raro. Te cuesta acostumbrarte, es como si te hubiesen mutilado.
Trabajar en equipo
En estos días se está filmando en Perú la película basada en la novela La pena máxima (2014), de Santiago Roncagliolo, que tiene como trasfondo el Mundial de Fútbol del 78 en Argentina, precuela de Abril rojo, (2006), con la que ganó el Premio Alfaguara, en la que aparece por primera vez Félix Chacaltana, un ficticio fiscal del distrito de Ayacucho. Cuando empezó la pandemia en 2020, el plan del escritor peruano que vive en Barcelona era adaptar teatralmente El jardín de al lado, de José Donoso. Con todos los teatros cerrados entonces, empezaron a llamarlo para escribir documentales y ficción. “Me fascina trabajar en equipo porque me permite salir de mi cabeza y estar en contacto con los otros”, cuenta el autor de una trilogía de historias reales del siglo XX: La cuarta espada (2007), Memorias de una dama (2009) y El amante uruguayo (2012). Como creador y guionista ha desarrollado películas y series para productoras de España, Estados Unidos, Brasil, México y Perú. En México se está rodando la serie Toda la sangre, que tendrá diez episodios y cuenta con Roncagliolo como uno de los guionistas de este thriller psicológico basado en la saga Casasola del mexicano Bernando Esquinca. Pudor, novela que publicó en 2004, fue llevada al cine por los hermanos Tristán y David Ulloa en 2007. Roncagliolo es autor de varios libros infantiles, como Rugor, el dragón enamorado, La casa embrujada y El gran escape, entre otros títulos.