Racing enhebró ante Banfield su tercer 0-0 consecutivo. Tiene la valla menos vencida del campeonato (apenas un gol en diez fechas). Pero sólo ocho goles a favor. Y viéndolo se entiende por qué. Todas sus energías se consumieron en defender. O al menos, en no dar ventajas.
Llegó a poner nueve hombres en esa tarea (los cuatro defensores, los dos volantes centrales y los dos que van por los costados). Y muchas veces Javier Correa quedó sólo arriba a la espera de que alguien le arrime la pelota decente. Así es muy difícil jugar bien y hacer un gol.
Contra Banfield fue más de lo mismo. Defendió con intensidad y eficacia. Pero le costó sostener la pelota porque la perdió demasiado pronto. Fallaron en pases sencillos, jugadores que se suponen de buen pie pero que parecen obsesionados en correr hacia atrás.
Y el arco banfileño quedó tan lejos que sólo una vez llegó con peligro a lo largo de un partido de mediocridad ilevantable: a los 40 minutos del primer tiempo, Lovera se vino desde la punta izquierda hasta el medio y despidió un zurdazo cruzado que se fue afuera. Antes y después, hizo lo mismo que los magos; nada por aquí, nada por acá. Ni siquiera los ingresos de Rojas, Garré, Lisandro López y Copetti pudieron cambiar esa imagen deprimente.
Banfield tampoco hizo un aporte destacado. Ganó un solo partido en lo que va del torneo y viéndolo también se entiende porqué. Trajo la pelota mas o menos bien hasta el borde del área grande. Pero en los últimos 20 metros de la cancha, se le oscurecieron las ideas. Hubo un rato de la primera etapa en la que acomodó mejor sus piezas en la mitad de la cancha y pudo exigir dos buenas atajadas de Gastón Gómez. Después, la impotencia y el aburrimiento fueron totales. Jugando todo lo mal que jugaron, el 0-0 de Racing y Banfield fue inamovible, la lógica consecuencia de tantas cosas mal hechas.