En vez de altar hay una barra y en lugar de cruces hay botellas de whisky, licores y cocteleras. Es 1987 y la primera iglesia que le abre las puertas a gays y lesbianas -luego llegarían personas trans- funciona en Quiero Lola, un bar del yiródromo porteño que se da en los alrededores de Pueyrredón y Santa Fe. Les fieles no llegan de casualidad. Al caer el sol el pastor Roberto González peregrina entre sótanos y maricotecas repartiendo volantes hechos a mano, fotocopiados en la clandestinidad de su trabajo. “Ya no se puede creer, ¡ahora las locas quieren una iglesia!”, le dijeron una noche y se quedó pensando que sí: ahora las locas querían una iglesia, pero que no les hablara de castigos sino de inclusión.

“Les decía que si querían venir un rato estaban las puertas abiertas, pero nunca anduve con la biblia debajo del brazo intentando convencer”, dice a SOY Roberto, primer pastor de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana (ICM) en Buenos Aires. “Hubo que repensar muchas cosas porque una misa cualquiera, ya sea protestante o católica, empieza con la confesión y la absolución del pastor o cura. Notaba que la gente se ponía muy incómoda con ese ritual, por eso tuvimos que reelaborar la teología de la culpa”.

En una de las primeras marchas del orgullo en Buenos Aires

Si de culpas se trata, Roberto anduvo un largo camino. Empezó a ir a la iglesia cuando era un niño y si le preguntaban qué quería ser de grande su respuesta era “pastor”. Pasó una adolescencia solitaria, las mujeres se le reían y los chicos le escapaban, así que su refugio fueron los libros y la radio. Antes de morir, su padre le hizo prometer que sería hombre: “La salida en ese tiempo para ser ‘hombre’ era el casamiento. Y bueno, me casé, tuve dos hijos y me movía en el ámbito religioso. Sufría mucho, tenía mis escapadas de encuentros furtivos pero después me sentía culpable. Rezaba y pedía curarme, vivía con mucho dolor y eso se reflejaba en todo”.

Roberto comenzó una terapia para lo que llamaba “corregirse” y le aplicaron testosterona, pero su deseo sexual por los hombres no cambiaba: “Era al contrario, me daban más ganas de estar con tipos. Me costaba muchísimo tener relaciones sexuales con mi ex, la mejor decisión que tomamos fue separarnos”. Por entonces se había unido al Ejército de Salvación, donde le dieron la posibilidad de ejercer su ministerio, e intentó tener una pareja con otra mujer. Pero no había caso, incluso la pastora le había recomendado que no se casara: “Parecía que todos sabían mi sexualidad menos yo, me llevó un trabajo enorme desarmar esa culpa que sentía, lo vivía con mucha desgracia”. Soltero otra vez, siguió invocando en oraciones a la heterosexualidad y se unió a un hogar de jóvenes en Villa Progreso. En suerte, sus plegarias no fueron atendidas: el regente era un pastor gay que le hizo conocer a La Fraternidad del Discípulo Amado, el primer antecedente de religiosos gays en Argentina.

La cabeza de Roberto empezó a proyectar una vida sin culpas, estudiaba de día y de noche trabajaba fotocopiando en el mismo Instituto Superior Evangélico. Se movía con gracia usando camisolas, pulseras de plata y fumaba sus exclusivos cigarrillos Kent. Cuando pudo salir del clóset generó un efecto en cadena, una revolución sensible: “Fui el fósforo que encendió la casa, porque se planteó el conflicto de la sexualidad de un montón de chicos y chicas. Empezó a llamar la atención mi apariencia pero evitaban referirse de manera directa, ¡se había soltado la loca! En el Instituto dejaron que siguiera estudiando Teología, pero me advirtieron que con mi forma de ser no conseguiría trabajo”. Y al terminar los estudios así fue: las negativas lo convencieron de que si quería practicar su vocación tendría que crear una iglesia.

Renacer

Cuando Norberto D'Amico conoció a Roberto se sentía tan ateo que ni siquiera le llamó la atención que en la segunda cita le dijera que era “pastor de una iglesia de gays y lesbianas”, algo impensado en esa época: “Empezamos a salir y dijimos que nos íbamos a tomar las cosas con calma… ¡A los 20 días estábamos viviendo juntos!”. A fines de 1989 Roberto voluntariaba en la fundación Coinsida, dando servicio en la sala de infectología del Hospital de Clínicas. Norberto, unos años menor, estudiaba Filosofía en Puán.

En las primeras conversaciones teológicas que tuvieron, Roberto le explicaba que si leía literal ciertos pasajes de las Escrituras se perdería el contenido simbólico. Norberto un día se iluminó: “No puedo explicar cómo ni porqué, pero cuando me conecté con el libro de los Hechos empecé a comprender. Sentí cosas muy particulares, lo que se llama ‘convertirse’ en lenguaje cristiano. Es algo que a veces viene iniciado y otras se inicia, pero creo que es un proceso que no tiene fin, que está involucrado en cada una de las cuestiones de la vida”.

La recién nacida, ICM había quedado devastada tras el asesinato a puñaladas del secretario pastoral, un crimen con saña que nunca terminó de esclarecerse. Los encuentros se habían mudado a Privado Bar, un antro que ponía pop apenas terminaban las misas, y Norberto empezó a colaborar con la iglesia. Su principal rol era hacer de puente con la prensa, ya que había que instalar el tema de la diversidad sexual en el boom de los reality shows. Esa cruzada por la visibilización se pagaba caro: la ICM iba por los programas junto a Carlos Jáuregui, Ilse Fuskova, Claudina Marek, Mónica Santino, Kenny De Michelli y muchxs más, aunque en vez de recibir preguntas, la mayoría de las veces tenían que responder ataques.

“Recuerdo que nos cruzaban con el cardenal Antonio Quarracino y tuvimos que empezar a filtrar los lugares porque te trataban muy mal. Te invitaban al programa de Mauro Viale para hablar de algo y un momento antes de salir te decían que estaba el cura Grassi. Se manejaban de esa manera mezquina todo el tiempo”, dice Roberto. “En otra oportunidad nos invitaron a todos a un programa de televisión en Córdoba y allá fuimos. Le preguntaron a Carlos cómo le gustaba que dijeran su orientación y el dijo ‘puto’. Cuando estábamos al aire, el conductor le dice ‘Jáuregui, ¿cuántos putos hay en su organización?’, ¡fue tan gracioso que no me lo olvido más!”.

Fe en el Orgullo

La Marcha del Orgullo empezó a hacerse en Argentina en 1992 y generó debates en la ICM y en la comunidad disidente en general. ¿Serviría replicar un sistema importado? ¿Se entendería el mensaje del orgullo? ¿Qué pasaría con quienes no habían salido del closet? Con diferencias y tensiones, se decidió que el 2 de julio se marcharía como lo hacían los organismos de derechos humanos, llevando pancartas y con una consigna que hace recordar a la revolución francesa: “Libertad, Igualdad, Diversidad”.

“El problema era que nosotros no teníamos dónde plantar nuestra bandera ni dónde plantear nuestro reclamo entre los reclamos populares de la época. Había mucha movilización, toda una sociedad que se manifestaba, pero cada vez que nosotres aparecíamos en una marcha nadie quería incluirnos”, dice Norberto. “No nos quedó otra que salir a la calle con nuestra propia marcha”.

Para el año siguiente Jáuregui le hizo una propuesta a Roberto, siempre pensando en el impacto mediático: “Se le ocurrió que al comienzo de la Marcha, con todas las cámaras alrededor, me suba a una tarima y bendiga las filas. Salió como esperábamos: recorrió todos los medios y tuvo una repercusión enorme. Yo iba a cara descubierta porque ya no tenía nada que ocultar, pero insistimos mucho en la iglesia para que nos acompañaran, aunque fuera usando máscaras, pero juntos”.

La biblia LGBT+

Con la ICM consolidada, Roberto y Norberto viajaron dos años a Nueva York a seguir formándose en teología junto a una sede de la comunidad. En 1997 volvieron y emprendieron un nuevo grupo para experimentar en el intercambio de lecturas y formas de vivir la fe. Esas juntadas se hacían en la mítica casa de Paraná 157 -donde vivía César Cigliutti, Marcelo Ferreyra y Jáuregui-; y eran un estímulo permanente, un boom de ideas y discusiones. Norberto recuerda que si bien su culto no suele venerar figuras, uno de los chicos que iba a las reuniones llevó una virgen y también la incluyeron: “Le pusimos una velita y las chicas trans pasaban y la saludaban, experimentábamos mucho con lo simbólico en ese momento. En una de las misas había una que se paraba y arrodillaba todo el tiempo, cuando terminamos dijimos ‘¡qué creyente!’, pero no, era que recién se había inyectado siliconas y la pobre no podía estar sentada por el dolor. De entonces lo que más recuerdo era la capacidad de articular que tenía Jáuregui, de las mezclas que lograba salían cosas muy buenas”.

En esas reuniones profundizaron en la teología de la liberación y aprendieron que hubo seres sagrados que no fueron heterosexuales ni cis. “Para mí fue una gran alegría encontrarme con santas y santos que pertenecen a nuestra comunidad. Hay muchos: San Elredo, un abad de Inglaterra que recomendaba a sus monjes que tuvieran relaciones sexuales por amor; Sergio y Baco, que tienen un himno del siglo IV donde una de las estrofas habla de su relación erótica; Pelagio, que decía que no existe el pecado original y el ser humano es dueño de su propio destino; Anselmo de Canterbury, que deja cartas de amor a su amante y llora mucho cuando muere”, dice Roberto y su compañero suma otros: “Felicitas y Perpetua, mártires de la primera hora que mueren juntas; Juana de Arco, que toda su vida se vistió de ‘hombre’; Juliana de Noruega, que vivía con Alicia y fue la primera que trató a Jesús como mujer; Las madres del desierto, que cuando preparaban abades para el funeral se dieron cuenta que algunos tenían genitales femeninos, es decir que eran hombres trans. Ni hablar de la historia entre el príncipe Jonatán y el pastor David, ¡esa directamente parece un culebrón!”.

A partir de las lecturas libres de prejuicio, incluso dejaron de hablar de Dios para invocar a la Divinidad. “Dios es masculino y no es fiel a la palabra original, ya que la comunidad cristiana diferenciaba a la divinidad de Zeús, que es el dios griego. En la misma línea lo que llamamos Espíritu Santo es femenino. Y en el proyecto de salvación de la Divinidad aparecen las personas trans: cuando Jesús envía a preparar la última cena se habla de “el hombre del cántaro”, ¿y quiénes llevaban cántaro? siempre las mujeres, por lo tanto hay teólogos que coinciden en que se trata de una mujer trans”, dice Roberto.

Con el comienzo del nuevo siglo y el país en llamas por la crisis, se mudaron a un cuarto de la casa de Paraná porque les resultaba muy complicado costear el alquiler solos. Además de servicios religiosos, empezaron a colaborar repartiendo comida. “La casa tiene un pasillo de unos 50 metros y una escalera de mármol. Lohana Berkins, Dominique Sanders y Norma Gilardi cargaban subiendo y bajando para ayudar con las cajas. Fueron años muy difíciles, de 30 personas solo dos teníamos trabajo fijo para aportar un sueldo”, cuenta Norberto. A pesar de la desesperanza económica, la unión les daba fuerza y en 2003 volvieron a salir en los diarios: fueron la segunda pareja en contraer unión civil en la Ciudad, un precedente legal que allanó el camino para lo que en 2010 sería el matrimonio igualitario.

 

El refugio

Con los años se reencontraron con la ICM y hoy sienten que allí seguirán, trabajando por los cambios que la sociedad demanda y yendo hacia un “camino de horizontalidad”. Roberto a su vez oficia de pastor en la Iglesia Metodista, ya que le tiene mucho cariño, y está jubilado “por gracia del gobierno de Cristina”, a la que menciona con una sonrisa luminosa.

Si le preguntan si es pastor, Norberto prefiere “el estado indefinido”, sin títulos, más allá de que hace servicios pastorales y en la pandemia continuó por Zoom. Según él, deconstruir a la iglesia fue un camino largo y todavía queda mucho por delante, ya que ve en la tradición judeo cristiana un germen autoritario y machista del que nadie queda libre:

-Desde 1991 empezamos a incorporar el lenguaje inclusivo en los servicios y poníamos @ o X en los boletines. La gente se nos reía en la cara pero lo seguimos trabajando igual, pensando que los machismos están incorporados en todas partes pero entendiendo los privilegios propios de poder parar y pensar. Es una crueldad exigirle a algunas personas, encima de lo que tienen que sobrellevar en sus vidas, un compromiso social y político. Como iglesia no se puede anular a quienes no pueden sobrellevar más que sus vidas. Si se acercan a la iglesia porque eligen algo que acompañe, de paz y refugie, eso también es válido.

 

Roberto escucha hablar a Norberto, que está a su lado en un cuarto lleno de libros de teología, y dice “amén”. En la pared hay un pañuelo verde, un lazo rojo, varios diplomas religiosos y un crucifijo atravesado por una cinta de la diversidad. Más allá una perrita que demanda atención y dos gatos que miran con indiferencia, pero no se pierden nada. El departamento de Flores también tiene plantas, muchas, y un silencio de contrafrente que nada tiene que ver con el ruido comercial en la puerta. Roberto repite amén varias veces y la palabra queda rebotando, pierde una tilde y se resignifica. Amen, así en la tierra como en el cielo: ese puede ser un resumen de lo que emana esta historia de amor y compañerismo.