Quiero comenzar con una especie de declaración de principios. Siempre me he aproximado a Latinoamérica con respeto y humildad. Esto forma parte de mi filosofía política. La historia nos ha demostrado, y mi experiencia personal también, que en demasiadas ocasiones y en demasiados momentos decisivos trascendentales, hay una aproximación a los países latinoamericanos, con una visión de superioridad y de lejanía, con una visión equivocada. Para mí, la política es ante todo un ejercicio de conocimiento desde los valores. He procurado conocer y acercarme a Latinoamérica con esa humildad y ese respeto.
Esta es una región joven. Sus naciones tienen 200 años de independencia, después de un proceso de colonización, con avatares, en búsqueda de su identidad y de su futuro, en búsqueda de democracias y procesos participativos y con demasiados regímenes autoritarios. La lista de golpes de Estado en Latinoamérica es excesiva y produce fatiga histórica y fatiga moral. Esta es una región con una fuerte influencia de la primera potencia del mundo. Diversos países en diferentes momentos han venido condicionando el libre futuro y el libre desarrollo de Venezuela y de toda Latinoamérica. Y digo Venezuela porque quizás ha sido, en los últimos tiempos, ese objetivo geopolítico tan decisivo en donde se han disputado las pretensiones y las grandes aspiraciones de muchos de los poderes más importantes del mundo, frente a lo que ha podido ser, con errores, una expectativa de cambio y de transformación.
Es un continente joven en todos los sentidos: naciones jóvenes, poblaciones jóvenes y por tanto con un gran futuro. Es un continente con fuertes recursos, con materias primas, con una gran diversidad, una gran homogeneidad. Si uno hace un repaso de las distintas regiones del mundo, apreciará que hay pocos continentes con tantas dimensiones en común como Latinoamérica a lo largo y ancho de todos los países que la integran. Hay raíces indígenas, una geografía abrumadora, recursos materiales y materias primas impresionantes y, lo que es más importante para mí, hay un importantísimo número de jóvenes y mujeres que han decidido tomar el futuro, ganar el futuro para que la historia de desigualdades e injusticias sociales en Latinoamérica escriba unas páginas distintas.
Cuatro principios para un programa común de los progresismos y las izquierdas latinoamericanas
Sabemos que la tarea de ganar el futuro cuesta décadas y está llena de altibajos. Sin embargo, creo que América Latina tendrá en el siglo XXI sus mejores realizaciones democráticas y sociales. Ahora estamos en un momento muy condicionado por la crisis de la pandemia y por lo que ha sido la política de la administración de Donald Trump hacia la región. Dos factores que quizá no nos dejan ver con claridad cuáles van a ser los ritmos de construcción del futuro inmediato.
La grave crisis que estamos viviendo trae consecuencias muy claras. La primera es que todas las crisis que vamos a vivir en el siglo XXI, y por tanto todas las esperanzas del presente siglo, serán globales. La crisis del 2008 fue una crisis global, así como lo es la crisis de la pandemia de Covid-19, y también lo es la gran crisis del cambio climático que enfrentamos. Ninguna fuerza de izquierda, ninguna fuerza progresista, podrá actuar de forma efectiva si no tiene una visión amplia y precisa de los grandes movimientos que van a condicionar las políticas nacionales y globales en el futuro inmediato. Por ello seré directo: si fuera un dirigente político de la izquierda latinoamericana, mi primera tarea, mi primer compromiso, sería lograr una plataforma común de todas las fuerzas progresistas y de izquierda en América Latina. Si yo fuera un dirigente latinoamericano y me preguntaran cuáles son nuestros principales desafíos, mencionaría cuatro que considero que son imprescindibles en un programa común de la izquierda latinoamericana.
El primero de ellos es la integración, la unión latinoamericana. América Latina es una región homogénea con necesidades sociales, con una gran desigualdad y que está frente a un mundo con un poder financiero, económico y tecnológico global, y que tendrá frente a sí o a su lado potencias como Estados Unidos, China o la Unión Europea. Solo la voz unida de Latinoamérica tendrá fuerza, no exclusivamente ante el mundo, sino ante cada uno de los latinoamericanos y las latinoamericanas, si logramos abrir un proceso efectivo de integración. La izquierda, el progresismo, debe trabajar con el ejemplo, creyendo y construyendo esa gran unidad Latinoamérica, promoviendo la confluencia de las fuerzas progresistas en un programa común de integración política, económica y social.
En segundo lugar, la defensa activa del multilateralismo. Vivimos en un mundo que exige respuestas multilaterales a sus principales problemas y desafíos. Creo que la peor respuesta que la izquierda podría dar a esta disyuntiva crucial de la historia, en esta pospandemia que va a definir el siglo XXI, sería tener un reflejo nacionalista. Debemos reforzar y afirmar ese carácter internacionalista que ha escrito las mejores páginas de la izquierda en la historia. La defensa del multilateralismo, de las instituciones internacionales y, por supuesto, la reforma de los organismos internacionales como Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, teniendo la perspectiva del nuevo mapa geopolítico existente, donde el peso político y económico se está desplazando a Asia, con esa potencia emergente que es China.
Occidente, Estados Unidos y Europa, tendrán que asumir urgentemente la nueva realidad multilateral, el nuevo proceso geopolítico global y relanzar nuevas instituciones. Si Estados Unidos o la Unión Europea se encierran en sí mismos y ven a China y a los otros grandes actores de Asia solo como rivales, seguramente tendremos un siglo XXI con graves grietas, un siglo en el que no se realizarán los deseos de muchos de los pueblos del mundo. Si esto sucede, Europa y Estados Unidos enfrentarán grandes dificultades, lo que podría ser una decadencia anunciada. Creo que esa es la visión que el conjunto de la izquierda de Latinoamérica debe tener, ponerse de pie, mirar al mundo y compartir que es importante que haya programas de izquierda en Perú, en Argentina, en Chile, en cada país de la región, y, por supuesto, que las fuerzas progresistas se unan en coaliciones. La auténtica credibilidad de la izquierda y del progresismo está asociada a lograr un programa común, con unidad regional y de defensa del multilateralismo, donde cuestiones como los bienes públicos globales o el control del sistema financiero internacional deberán reformarse desde nuevas ideas. Estas ideas deben transformarse en compromisos políticos efectivos de las fuerzas políticas progresistas y de izquierda.
En tercer lugar, la gran prioridad de Latinoamérica debe ser abolir la miseria y la pobreza. No hay ningún motivo que pueda unir más a los progresismos y a las izquierdas de América Latina que la cuestión social, la lucha por la igualdad y la reducción de las desigualdades. Tengo el convencimiento de que, en un programa común, se multiplicarán las adhesiones y los apoyos sociales, electorales, de colectivos y sectores que hoy están fragmentados y a los que hay que presentarles una alternativa política sólida y creíble. Para abolir la miseria y la pobreza extrema necesitamos Estados sociales. Y para hacer Estados sociales necesitamos Estados que tengan viabilidad económica y capacidad financiera. En este mundo global de los mercados abiertos, solo lo lograremos si se unen los Bancos Centrales de los países y se unen las políticas económicas para establecer una fiscalidad justa y necesaria. Las élites de Latinoamérica tienen que entender que sin cohesión social y sin justicia social no habrá países que tengan estabilidad, no habrá sociedades en donde se realicen los valores de la democracia representativa, los valores fundamentales de lo que supone la convivencia y unas democracias con separación de poderes, representatividad y libertades individuales. Este reto es fundamental y la experiencia que hemos tenido muestra que la mayoría de los países en Latinoamérica tienen una capacidad fiscal limitada que restringe extraordinariamente sus políticas sociales.
El anhelo de los socialistas, la protección de cada ser humano desde la cuna a la tumba; es decir, el acceso a la educación sin restricciones tengas o no tengas fortuna económica, la protección hasta los últimos días de tu vida con una pensión digna, el derecho a la salud universal, el apoyo a las personas con dependencia y los derechos laborales de protección social frente al infortunio, solo se podrá realizar si hay una visión integral para Latinoamérica. Se requiere una política fiscal que permita la recaudación de entre 35% y 40% del Producto Interior Bruto de cada país y del conjunto de Latinoamérica. He llegado a esta conclusión luego de mucho tiempo, después de saber que ese compromiso fiscal que se ha logrado en Europa occidental, se alcanzó, básicamente, porque hay un proyecto común que se llama “Unión Europea”. Si pensáramos en una Unión Latinoamericana, tendríamos mucha más capacidad para limitar ese gran drama que existe en región: muchos de los capitales que se generan y producen acaban fuera de América Latina y, cuando hay dificultades, no retornan en inversión, no vuelven a aportar las divisas necesarias y suficientes. Insisto que habrá muchas dificultades en cada país para tener esa robustez y solidez en lo fiscal y un Estado redistributivo que, por supuesto, ha de respetar todas las condiciones básicas de transparencia y sometimiento a la ley, porque hasta las políticas sociales necesitan la máxima seriedad y el máximo ejercicio de responsabilidad pública.
Las derechas pretenden ganar y donde ganan lo han hecho alimentando las desigualdades, o mirando hacia otro lado, considerando las desigualdades como algo inevitable o natural que explica esa gran división social que, en algunos países, tiene componentes supremacistas. Por tanto, nuestra razón de ser, la razón de ser de los y las progresistas es rebelarse y actuar contra estas desigualdades. Como consecuencia de la pandemia sabemos que se van a incrementar en millones el número de personas que van a pasar a la pobreza extrema, y esto debería de ser el mayor catalizador para todos los partidos políticos y líderes progresistas de izquierda en Latinoamérica. Deberían sentarse y unirse para hacer un programa común que permita llevar a Latinoamérica a esa segunda etapa después de su independencia y de consolidación de las naciones jóvenes, un salto más allá en el proceso civilizatorio de la historia a partir de la convocatoria a una gran unidad, defensa del multilateralismo, igualdad social y políticas fiscales con redistribución.
En cuarto lugar, la izquierda y el progresismo deben ser los grandes promotores de los derechos civiles, de los derechos sociales y de la libertad. No habrá en Latinoamérica una alternativa convincente y contundente desde la izquierda y el progresismo, si no convertimos al feminismo en un factor que nos identifique, que nos una y que nos sume. La izquierda debe rendir homenaje al feminismo. El feminismo ha transformado conciencias, ha abierto ventanas, ha liberado mentes, ha permitido que mujeres y hombres nos sintamos más libres, más felices, con más capacidad para resolver los grandes problemas de nuestras vidas y ha aportado una idea profunda de justicia que nace cuando uno abraza la igualdad y mira la historia denunciando tanta injusticia. La izquierda debe afirmar que la mayor discriminación que la historia ha dado es la discriminación que han sufrido las mujeres y aquellas personas que han optado en sus vidas por amar a quien quieren, por defender su libertad individual, por tener una vida abierta, una visión nueva, constructiva, enriquecedora, donde no se imponga ninguna doctrina, ninguna moral, donde la libertad sea una libertad auténtica, profunda sin límites, sin normas, que la limiten en aquello que es la expresión más profunda de cada uno de nosotros. El machismo es uno de los frenos más lacerantes del progreso de la historia. El machismo es incompatible con la izquierda y con el progresismo, con una visión de la igualdad y con un afán por la justicia.
Los nuevos derechos sociales abren un gran abanico para potenciar a la izquierda, como el derecho a la intimidad frente al desarrollo tecnológico, la reivindicación de cada uno de nosotros como los actores clave de una sociedad que no puede ser una suma de datos acumulados por una empresa. Somos algo más que cien, mil o mil quinientos datos. Somos seres conscientes, con libre albedrío, con aspiraciones, con sentimientos y con ganas de vivir. Vamos hacia una sociedad donde esos nuevos derechos deben formar parte esencial de un proyecto y de una propuesta de izquierda.
Otros derechos nuevos son los ambientales, que han empezado a tener un papel importante en la historia. La izquierda debe liderar la lucha contra el cambio climático, lo que representa el derecho a la vida y a la diversidad, el derecho de cada uno de nosotros a mirar la tierra, al planeta, nuestro ambiente, con capacidad de decidir. Tenemos y debemos tener capacidad de decidir sobre nuestro entorno, sobre el consumo de la energía, sobre la biodiversidad. Esa capacidad solo nos la pueden las leyes, el Estado y la acción política. Pero ha de promoverse desde una fuerza común. Este es un campo extraordinariamente rico, es la nueva frontera de la izquierda, la más ambiciosa y la que más voluntades puede conquistar. Es la frontera que produce las realizaciones más auténticas de lo que representa tener una visión progresista de la vida: dejar que cada uno sea libre, combatir y rechazar cualquier discriminación contra una mujer, permitir que cada joven pueda decidir sobre cómo quiere que sea el consumo de la energía, o sus derechos ambientales y saber que podemos hacer una sociedad donde no seamos un cúmulo de datos sino que las estadísticas y la inteligencia artificial sean un aporte a la dignidad de los seres humanos, a la abolición de la pobreza, y, por supuesto, a la expectativa de una sociedad más justa.
Esos serían para mí los cuatro grandes planteamientos, los cuatro grandes objetivos de la izquierda. Pero tenemos que ser muy claros, y lo he vivido en mi experiencia política: si nosotros no somos coherentes con esos planteamientos será difícil que tengamos el respaldo popular. Si nosotros no demostramos que lo que decimos se parece a nosotros, no tendremos la confianza de la gente. Será un proyecto lábil, será un proyecto basado en posiciones superficiales. La derecha está en otras cosas siempre, está en lo inmediato, está en la economía para algunos. Pero es la izquierda la que tiene que estar en las transformaciones profundas, en las transformaciones de fondo. Lo que supuso en su día la Declaración de los Derechos del Hombre, la negación de la discriminación, la abolición de la esclavitud, que para mí es un periodo tan importante de la historia, ese es el potencial que contempla Latinoamérica.
El presente texto es una adaptación de la clase que José Luis Rodríguez Zapatero realizó en el Curso “Estado, política y democracia en América Latina”, donde fue presentada por Pablo Gentili. La clase completa puede encontrarse en: www.americalatina.global
El Curso Internacional “Estado, política y democracia en América Latina” es una iniciativa destinada a militantes y activistas sociales, funcionarios públicos, docentes, estudiantes universitarios/as, investigadores/as, sindicalistas, dirigentes de organizaciones políticas y no gubernamentales, trabajadores/as de prensa y toda persona interesada en los desafíos de la democracia en América Latina y el Caribe. Ha sido promovido por el Grupo de Puebla, el Observatorio Latinoamericano de la New School University, el Programa Latinoamericano de Extensión y Cultura de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro y la UMET. Fue organizado por la Escuela de Estudios Latinoamericanos y Globales, ELAG, y contó con el apoyo de Página12.
Coordinación general: Carol Proner, Cecilia Nicolini y Pablo Gentili