A lo largo de la historia del mundo, y por lo tanto del arte y de la política, entre otros campos de lo humano, lo plebeyo ha sido despreciado en voz alta o baja por la clase dominante y reivindicado, naturalmente, por las clases populares. Un encadenamiento lógico, por motivos sociales y políticos que genera un hilo conductor, una sintonía, entre lo plebeyo y la rebelión.
En el gran horizonte de producción cultural artística alusiva, aparece la obra de teatro “Los plebeyos ensayan la rebelión”, de Günter Grass, una pieza de teatro dentro del teatro, cuyo punto de partida es una puesta en escena brechtiana de una obra de Shakespeare, representada en medio de una rebelión obrera en la ex Alemania Oriental, durante la década del cincuenta del sigo pasado. Afuera del teatro había una revuelta y adentro del teatro, los actores, por su propia situación y en solidaridad con lo que sucedía afuera, se rebelan contra el director de la obra (que se supone es nada menos que Bertolt Brecht). Un episodio de la realidad, ficcionalizado por Grass, con muchas vueltas de tuerca y ajustes de cuentas de tono político. Lo que queda claro es la relación directa, inevitable y dramática de lo plebeyo con la rebelión.
Para repatriar la reseña a nuestras pampas: el Palacio Errázuriz Alvear fue proyectado en 1911 por el arquitecto René Sergent, en estilo neoclásico francés, como residencia y albergue de la colección de objetos de valor y obras de arte del matrimonio de Josefina de Alvear y Matías Errázuriz Ortúzar. El bello y opulento palacio no dejaba de ser anacrónico en pleno siglo veinte. Allí ya hay una flagrante violencia simbólica.
El edificio, con la colección, fue adquirido por el Estado nacional en 1936 y al año siguiente se fundó el Museo Nacional de Arte Decorativo.
La exposición “Fantasías plebeyas” supone un acto de justicia poética, alrededor de la ironía, el humor y una dosis de violencia simbólica (en sentido inverso a la mencionada más arriba) que ponen en escena Luciana Lamothe, Gabriel Baggio, Emil Finnerud (Noruega) y Mehryl Levisse (Francia) con curaduría del argentino Leandro Martínez Depietri.
En relación con el sentido de la exposición, el curador escribe: “¿Cómo sostener una valoración de este patrimonio que pueda abrir lugar a otros deseos y miradas? Ensayamos posibilidades a partir de instalaciones de sitio específico que dialogan con la historia del edificio y su colección de manera lúdica. Proponen fantasías plebeyas mediante operaciones de construcción, reconstrucción y deconstrucción que escapan a la nostalgia por la belle époque. Invierten signos, valores y lógicas espaciales, proponen otros órdenes de diseño, resaltan los contrastes o empujan las incoherencias estilísticas existentes hasta llegar al kitsch. Estas estrategias diversas permiten revisar críticamente el patrimonio expandiendo el goce que nos produce la exuberancia ornamental hacia nuevos horizontes de imaginación colectiva”.
Luciana Lamothe presenta la obra más potente (al tiempo que precaria) y más visible de la muestra, porque es la que nos recibe e introduce en el palacio. Su enorme escultura transitable “Repetición por quiebre”, instalada desde el pórtico hasta la entrada palaciega, es un túnel/pasarela hecho con tirantes de madera pintados de rojo sangre, que al mismo tiempo puede pensarse como un rito de pasaje de un mundo a otro. Atravesar su obra supone atravesar la historia de un tiempo a otro; la sociedad, de una clase a otra; la actividad económica, de la desposesión a la acumulación; la realidad inmobiliaria, del hábitat cotidiano al palacio; el urbanismo, de la dura calle a la superabundancia. La enorme potencia reivindicativa y plebeya de esta obra (junto con su tamaño, función y color), surge además del hecho de que está construida con maderas de quiebres expuestos. Tales fracturas expuestas resultan muy elocuentes: porque tanto revelan metáforas de quiebres y crisis, pasados y presentes, como describe también estados de situación, y deseos simbólicos y poéticos de toma de la Bastilla con las consecuentes fracturas expuestas (ahora sí desde una perspectiva poético- traumatológica) de una clase contra otra; mientras que desde la mirada anacrónica neoliberal solo sería cuestión de una toma de la pastilla y pasar el mal trago.
Grabriel Baggio, con su conjunto de cerámicas esmaltadas con lustre de oro, que en conjunto componen “La pampa se ve desde adentro”, introduce con delicadeza y descaro el mundo del trabajo obrero en el contexto palaciego. Entre los placeres de la alta cultura que en el palacio resultan nativos, el artista instala objetos alienígenas. Es decir: remiten directamente a la labor rural, a la peonada y no a los terratenientes.
Emil Finnerud (de Noruega) presenta una instalación compuesta por serigrafías, esculturas en yeso, bronce, madera, impresiones 3d, partes de un auto Porsche 911, polvo de ladrillo, que desde su título Death Dirve, supone “tanto una carrera automovilística mortal como una pulsión de muerte en los términos de la teoría psicoanalítica de Freud”. También aquí se exhiben venganzas poéticas de clase.
Por último la obsesiva instalación de Mehryl Levisse (de Francia), revisa, viste y reviste paredes, cielorraso, ornamentos y personajes con mucho humor, barroquismo, pastiches e irreverencia, para poner en cuestión el eclecticismo estético de la aristocracia porteña que representa el Palacio Errázuriz.
* En el Museo Nacional de Arte Decorativo, Avenida del Libertador 1902, hasta el 24 de octubre, con reserva desde la web del MNAD.