Ya se sabe, es show. Los concursos televisivos, cuando no se trata de pescar un limón para no caer en una bañera o algo así, aún producen esas cosas de enganche, de predilección por alguno de los anónimos participantes que buscan la gloria. Es un juego, y cuando interviene el "voto popular" la suerte no siempre está del lado de los preferidos. Uno desconfía de estas cosas, de estos formatos, pero al cabo sirven como espacio de relax ante una realidad demoledora. Y La Voz, como antes Masterchef, sabe de eso: lejos del estímulo a la pelea conventillera de otros espacios, el gran acierto de los realities de Telefe es proponer un espacio amigable a pesar de la competencia.
Entonces uno, casi sin querer, se engancha y lo sigue y hasta vota, total es gratis. Y el show termina y está muy bien que haya ganado Francisco Benítez, pero años y años de escuchar y escribir sobre música hacen que se no quiera arriar las banderas por esa piba extraordinaria, que al cabo también tenía su propia historia de superación pero por esas cosas del voto quedó en segundo lugar. Desde este pequeño espacio, entonces, vaya el reconocimiento a Luz Gaggi, que la rompió toda cada vez que le tocó intervenir, que dio una inolvidable performance cantando "Chandelier", y que en ese mismo momento dejó flotando la sensación de que el show ya tenía ganadora. No fue. No importa. En el escenario de puras artificialidades que es la TV, esa voz fue pura luz. Y se agradece.