Hasta el 11 de septiembre puede visitarse en la galería Diego Obligado (Güemes 2255, Rosario) la exposición Pinturas de la artista rosarina María Suardi, que se inauguró el 10 de agosto. La muestra reúne una serie de pinturas en diversas técnicas (principalmente acrílico, y también al temple) que María Suardi realizó en los años ‘70, durante su paso por el taller de Ary Brizzi (1930-2014). Pintadas con un dominio magistral de la técnica, hasta el punto de borrar las huellas del pincel (o, como dirían los maestros de antes, con una impecable factura), estas obras revisan la tradición más ortodoxa del arte geométrico y la llevan a otro lugar: único, lírico, casi paisajístico pero sin transgredir los límites rigurosos del arte abstracto. Reconocida como grabadora, Suardi demuestra en estas obras de indestructible vigencia que fue y es una excelente pintora, además.
Y no es que todavía tenga que demostrar algo al mundo esta grabadora multipremiada que enseñó en Salamanca y completó su formación en las Universidades de Londres y de Brighton (Gran Bretaña) y en el Instituto Estatal de Arte de Urbino (Italia). Un sólido trabajo avala su estilo. Una dialéctica paradójica entre síntesis y riqueza es lo que Luis Felipe Noé señaló a comienzos de este siglo como lo característico de su estilo singular; enriquecedora paradoja que acaso nació en estas pinturas.
Nacida en Rosario en 1937, María Suardi había estudiado con Juan Grela en su ciudad natal y trabajado con su discípulo Estanislao Mijalichen en Buenos Aires cuando llegó a los talleres de Miguel Ángel Vidal y de Brizzi. integrantes con Eduardo Mac Entyre del Grupo Arte Generativo. En sus pinturas de aquel período, María desarrolló los pasajes, el modelado o el claroscuro como verosímil visual espacial, introduciendo una noción de ambigüedad en el interior del rigor compositivo abstracto geométrico; un color suntuoso y expresivo aporta una belleza clásica libre de anécdota.
Si bien es literal en este contexto, el adjetivo "espacial" tenía su propia magia moderna en 1969, cuando María Suardi comenzó su trayectoria de exposiciones que la llevarían por diversos países de América y Europa. Un día descubrió las serigrafías de Josef Albers y encontró allí un nuevo método menos trabajoso (pero aún no tan prestigioso) de aplicar esas transiciones cromáticas. Se volcó a la gráfica y no retornó a la pintura hasta comienzos de este siglo, en el que también comenzó a combinar diversas disciplinas (grabado y escultura) en una misma obra. Al igual que la carrera espacial, el auto de tres ruedas y tantas creaciones de la modernidad rampante de mediados del siglo XX, el modernismo lírico pictórico de María Suardi fue dejado a un lado en aras de una solución más eficiente. Redescubrir y revalorar estas obras nos conecta con un tiempo en el que el hombre llegaba a la luna y los rascacielos empezaban a rascar cielos. Se deja leer una dimensión utópica en estas obras, no del todo abstractas, ni figurativas, donde alumbra un aura de presencia. No se trata de representar, sino de poner a existir unos mundos posibles.
En pintura el espacio se hace; no está dado. Es una ilusión creíble. Suardi genera espacio, experimentalmente, a partir del movimiento teórico de una forma pura en el plano. Lo sensibiliza, lo romantiza; le da un viso de arquitectura, inmersa en un cielo contemplable. En ocasiones una línea de horizonte divide el campo y hace que los volúmenes geométricos virtuales parezcan naves, flotando. Y a la vez no significan nada de eso. Sólo son lo que vemos ahí. Pero la maravilla está en su devenir mundo.