Desde Barcelona

UNO El impacto y efecto y sensación no es --desde hace un año-- el mismo de años anteriores. Tampoco es igual ese rumor de poleas y engranajes poniéndose en movimiento. O ese reajuste de pautas horarias existenciales que antecede al cambio de hora invernal, cuando la luz del sol parecerá bajar de potencia sin que ello signifique baja en la cada vez más alta factura de la electricidad. Ahora es la rentrée y, se supone, las siestas largas con familia pasan a retiro y son suplantadas por almuerzos con colegas y sobremesas estiradas para volver al escritorio entre vapores alcohólicos y apretar cada tanto y tan poco alguna tecla (¿dónde era que quedaba la tan poco arrobada arroba?) hasta que llegue la hora de volver a casa en medios de transporte plagados e infestados de jóvenes todavía disfrutando de la coartada esa de ir al colegio y de aún no ser expulsados a los hercúleos deberes del resto de sus vidas.

Pero no, no tanto, no como antes, como alguna vez fue y, anticipan, ya nunca volverá a ser. Porque --desde que se asumió nuevo cargo y carga de (des)hacerse en horas extras como pandemizado-- ahora, además de trabajar, se teletrabaja.

DOS "Los españoles, totalmente deprimidos al volver al teletrabajo y reencontrarse con sus familias", bromea en serio El Mundo Today. Pero el asunto viene de antes: lo del trabajo extendiéndose más allá de sus oficinescos límites naturales y contaminando y contagiando casas a través de pantallas de ordenadores caóticos y de paralizantes teléfonos móviles: caballos troyanos en los que la constante atención y mantenimiento de supuestamente recreativos perfiles sociales no hicieron otra cosa que domesticar en el marco de lo doméstico la idea de que había que estar pendiente (hipnotizados con que ahí había ascenso cuando no es otra cosa que el más infernal de los descensos); porque cabía la posibilidad de "perderse de algo" sin darse cuenta de que uno se encontraba ya del todo extraviado.

TRES Así está (entre millones de españoles) Rodríguez, quien vuelve a ser tema de conversación a los gritos en tertulias televisivas en las que los "especialistas" saltan del aullar sobre (todavía) cómo debe llevarse la mascarilla y las diferentes marcas/modelos de vacunas a botellones cada vez más llenos y el auge de peleas callejeras y ultraviolentas entre jóvenes drugos que se enfrentan a un futuro sin presente. Y de ahí a la decadencia de Barcelona y del Barça y del regreso de esa banda de dedicados y laboriosos ladrones populares de La casa de papel encerrados en su lugar de trabajo. Para compensar semejante presente, Rodríguez volvió a ver este verano The Office (Ricky Gervais). Allí, la amoralidad con destellos epifánicos, el protagonismo colectivo, el trabajo y el no trabajar. Revisando The Office (también volvió a leer Entonces llegamos al final de Joshua Ferris, gran novela trabajadora-oficinesca junto a El hombre del traje gris de Sloan Wilson y La pianola de Kurt Vonnegut y American Psycho de Bret Easton Ellis), Rodríguez no pudo sino maravillarse/inquietarse de que todo allí le pareciese una serie ya tan de época como Mad Men. Sin mascarillas pero enmascarados.

CUATRO Pero nadie habla/discute acerca de estas cosas rodriguezcas en las matinales/vespertinas catódicas. Ahora es momento de analizar superficialmente "a fondo" efectos y resacas del teletrabajo, no ya como excitante y novedoso e improvisado sobre la marcha producto de la rentrée '20 sino como algo ya rumbo a rutina y posiblemente depresivo síntoma de lo que se planeaba por venir pero ya está aquí. A saber, a teorizar, a ver cómo funciona en la práctica... Aplicación de la más o menos consensuada ley trabajadora entre empresas y sindicatos. Porcentajes de asistencia en "modelos híbridos de carácter voluntario", cierres y liquidaciones de "segundos hogares" físicos (y auge de espacios rotativos sin logo fijo). Fin del cubículo personalizado y propio mutando a sentarse en mesa "caliente" donde se pueda/quiera según el orden de llegada y nada de fotitos de hijos o de chicas que podrían ser hijas pero no. Impacto psicológico en la eficiencia al no producirse vínculos fuertes entre compañeros. Pánico de bares y fondas y adiós al menú del día y a la catártica y desesperada happy hour. Posibilidad de plantillas dividiéndose en competitivos e irreconciliables Montescos (los que van mucho) y Capuletos (los que van poco) y odio al teletrabajador total (ese que no deja de instagramear su mudanza a paraje paradisíaco donde, además, todo es más barato). Fin del "viaje de negocios" como parte importante del imaginario y la fantasía del esclavo desencadenado por un par de días. Amenazas más o menos veladas de patronal diciendo que si así cada cual atiende su juego entonces estos están en pleno derecho de contratar muy lejos y pagar sueldos de Bangladesh. Patriarcas de lo corporativo como JP Morgan y Goldman Sachs que ya condenan a todo el asunto como "aberración que hay que corregir tan pronto como sea posible". Reportes constantes acerca de la posición que tomarán al respecto los dueños del mundo de Amazon y Google y Facebook y Apple (estas últimas acaban de anunciar postergación del re-desembarco en sus playas hasta enero por lo de la variante Delta). Adiós a la preocupación de cambiar el coche porque González vino con Nissan nuevo. La psicopatía del Zoom y los comments acerca de quien apareció desnudo sin darse cuenta. Temor a que el fin del presentismo físico degenere en un ausentismo virtual. La sensación de casa tomada y qué era eso de ducharse y del traje y la corbata y te presento a mi mascota o a mi hijo. Y lo más preocupante de todo: el descubrimiento verdadero o falso por parte de jefes de que muchos empleados (6 de cada 10 en España contentos con lo de ir menos como si fuese lo más) estaban de más para hacer menos. Nada que ya desde hace décadas (y, en especial, desde la crisis del 2008) no supiese cualquier autónomo. Alguien quien ahora ve a todos estos gusanos acercarse desde el horizonte, como en tormenta de arena en el muy explotado Arrakis y, saludándolos con manito de principito en autoexilio, les dice "Bienvenidos a mi planetita". Allí, ser propio jefe pero cada vez menos pagado de sí mismo (y mucho menos cobrando lo mismo que alguna vez se le pagó). Y sabiendo siempre que, a la hora de la verdad (la hora de entrada sin salida al matadero de corderos sin nadie que los dibuje) lo e$encial jamá$ $erá invi$ible a lo$ ojo$ de lo$ verdadero$ jefe$ de verdad.

CINCO Así, ahí va Rodríguez. Rodríguez descansando en guerra pidiendo tregua pero sabiendo que la paz es algo que no ofrece ningún trabajo a sus trabajadores. De regreso a la agencia publicitaria Tangoz para enterarse de cómo va a seguir y se entera de que hoy toca hogar, arduo hogar.

 

Y Rodríguez apaga la tele (ahí, la noticia de que vuelve ABBA para teleconcertar y de que el Rey Emérito se fue a Dubái por telecomisionar). Y sale para que entre y se encienda el teletrabajo: eso que no lo hará libre ni le dará más o mejor concentración salvo --por inercia y casi gratuitamente, como en los recientes viejos tiempos-- para pensar en el próximo fin de semana y, ya tan quemado, en el primer puente a cruzar.