Desde Río de Janeiro
Nunca antes, desde el final de la dictadura militar que duró de 1964 a 1985, la democracia brasileña estuvo tan amenazada como hoy. Lo más increíble es que el líder de la movilización golpista, que además sirve para hundir aún más a la economía, sea precisamente el presidente, un ultraderechista desvariado y desequilibrado que se llama Jair Bolsonaro.
Los actos convocados para este martes tendrán un tono claramente golpista, y el convocante, Bolsonaro, participará de dos: por la mañana, en Brasilia, desde hoy ya con miles de buses cargados de manifestantes (y vaya a saber quién pagó por ellos, tanto el alquiler como los acarreados). Y por la tarde, en San Pablo, donde se espera de él un discurso radical e incendiario.
Por los carteles extendidos tanto en Brasilia como en San Pablo ya es posible saber el tono de lo que será dicho. Lo que se reclama oscila de la invasión del Congreso y del Supremo Tribunal Federal por tropas del Ejército a que directamente se mate a algunos integrantes de la Corte Suprema.
Hay temor concreto de graves agresiones en San Pablo, ya que opositores del ultraderechista harán su manifestación a tres kilómetros de distancia de la avenida Paulista, principal centro financiero de América Latina y escenario de los “bolsonaristas”. Sobran razones para creer que infiltrados entre los opositores del ultraderechista intentarán crear el caos.
El gobernador de San Pablo, el derechista João Doria, quien fue electo en 2018 apoyando a Bolsonaro para luego transformarse en uno de sus críticos más acérrimos, prometió hacer la mayor movilización de la Policía Militar en todos los tiempos, para evitar confrontaciones. Pero cuando se recuerda que la mayoría de los más de 600 mil policías brasileños de todo el país se declaran seguidores de Bolsonaro, y que 30% de ellos anunciaron que pretenden participar de las movilizaciones ultraderechistas (aunque esté prohibido por ley), el anuncio de Doria no hace más que aumentar la tensión.
Mientras Bolsonaro anunciaba un decreto que pretende impedir que las redes sociales suspendan publicaciones violentas y mentirosas de sus seguidores, fue precisamente en el Youtube que el expresidente Lula da Silva hizo, a las siete de la noche, un breve pronunciamiento.
En cuatro minutos y 58 segundos recordó que en sus ocho años como presidente siempre trató de anunciar, en el 7 de septiembre, Día de la Patria, buenas noticias. Enseguida, y con especial puntería y sin mencionar el nombre de Bolsonaro, denunció toda la política destructora llevada a cabo por el ultraderechista. Recordó los tiempos de pleno empleo y de la economía brasileña ubicada entre las siete más poderosas del mundo (ahora está por debajo del undécimo puesto), recordó a los negros llegados de las villas miserias entrando a las universidades, es decir, un cuadro que era exactamente el reverso de lo que vive hoy mi pobre país destrozado y devastado.
También acusó el ultraderechista de, en lugar de buscar vacunas para todos, optar por atacar a las instituciones y por el golpismo.
Lula fue contundente “ma non troppo”. Optó por no agredir personalmente a Bolsonaro.
En lugar de agredir, dio varias pistas de cómo será la campaña electoral del año que viene: comparar el Brasil que su gobierno mostró que puede ser, y el Brasil de ahora.
Pero nada de eso preocupa a Bolsonaro: está cada vez más claro que él tiene una y una sola obsesión por encima de todas las demás que circulan por su cerebro cada vez más desequilibrado.
Esa obsesión es la siguiente: o él derrota a todos sus enemigos (empezando por las instituciones), o será detenido por ellas tan pronto pierda la inmunidad asegurada a quien ocupa el puesto que ocupa hoy.
Y más: que uno o más de sus cuatro hijos sean llevados a la cárcel por desviación de recursos públicos, ya que está más que comprobado que contrataban para sus despachos parlamentarios “asesores” que jamás trabajaron y les facturaban la mayor parte de sus sueldos.
A propósito, el mismo Bolsonaro, en sus tiempos de diputado nacional, era especialista en tal práctica.
Hace unos días, Bolsonaro dijo y luego reiteró que solo ve tres perspectivas para el futuro: ir preso, morir o la “victoria”. Dijo que no hay quien lo agarre, que su vida depende de Dios, y por lo tanto la única alternativa es la victoria.
Queda entendido que por “victoria” Bolsonaro entiende tanto la que pueda ser alcanzada en las urnas, hipótesis cada vez más lejana, o como sea, es decir, un golpe.
Y que, para tanto, está absolutamente dispuesto a elevar la tensión y el grado de conflicto con los demás poderes, el Judicial y el Legislativo, hasta llegar a la ruptura.
Esa es la razón central de su incentivo a sus seguidores más fanatizados, radicales y violentos. Son franca minoría, pero peligrosísimos.
Llenarán las calles de San Pablo y de Brasilia. Pero no llenarán las urnas electorales en 2022. Y eso es lo que Bolsonaro también teme.