Desde Brasilia
Un país, y su democracia, en vilo. El expresidente Luiz Inácio Lula da Silva se pronunció contra el ensayo de golpe que este martes lanzará Jair Bolsonaro al encabezar protestas, en las que tomarán parte policías y paramilitares, llegados a Brasilia con la promesa de tomar por asalto el palacio del Supremo Tribunal Federal y con amenazas de muerte dirigidas a uno de los miembros de la máxima Corte.
Sin nombrar a Bolsonaro (por desprecio político o pudor democrático), al que se refirió como "él", Lula fustigó la convocatoria realizada por el ocupante del Palacio del Planalto para conmemorar este 7 de septiembre, Día de la Independencia.
"En vez de anunciar soluciones para el país él llama a las personas a la confrontación al convocar a actos contra los poderes de la república, contra la democracia que él nunca respetó".
Con el rostro algo bronceado después de haber realizado una gira política por la región nordeste, de hermosas playas, Lula se dirigió al país con la elocuencia de un líder opositor alternada con la serenidad de un estadista preocupado con los problemas nacionales.
Vestía una camisa de jean celeste claro antagonizando con el verde oliva de las camperas con que Bolsonaro se paseó, sin barbijo y en motocicleta, en las últimas semanas recorriendo provincias como parte de su campaña desestabilizadora.
"Ruptura y ultimátum" fueron las palabras empleadas a menudo por el excapitán en su activismo golpista al que se dedicó a tiempo completo desentendiéndose sus responsabilidades como jefe de Estado.
Si hay un rasgo del presidente que surge nítido después de dos años y nueve meses de gestión: es su nulo apego al trabajo.
"No preciso detallar los números del costo de vida, del desempleo, de la falta de inversiones, de la pandemia, del hambre que volvió a Brasil", planteó Lula.
"Basta con salir a la calle para ver como el brasileño siente en la piel la destrucción del país", añadió el jefe histórico del Partido de los Trabajadores en su intervención de poco más de cinco minutos transmitida a través de las redes sociales en la noche de este lunes.
Brasilia y San Pablo
A bordo de un helicóptero militar Bolsonaro sobrevoló en círculos este lunes a la tarde sobre un campamento de activistas de ultraderecha establecido en el Recanto das Emas, un paraje situado a unos 40 kilómetros de Brasilia.
Desde las carpas y fogones improvisados lo saludaron al grito de "mito" antes de salir en caravana hacia la avenida Explanada de los Ministerios, en el centro de la capital, donde las barras bolsonistas iban a realizar un "calentamiento" de la protesta del martes.
El presidente encabezará este martes una ceremonia de izamiento de la bandera junto a la militares en la residencia oficial de Alvorada, región este de Brasilia, tras lo cual se dirigirá a la Explanada donde se dirigirá a sus seguidores. Caravanas de mlitantes oficialistas, con camisetas de la selección y banderas nacionales, arribaron hoy a Brasilia procedentes de varios puntos del país.
Posteriormente, por la tarde, Bolsonaro embarcará hacia San Pablo donde está previsto que pronuncie otro discurso en la céntrica Avenida Paulista, donde prometió reunir entre "uno y dos millones" de personas.
Paralelamente la oposición convocó a movilizaciones en San Pablo, Brasilia y otras ciudades que se realizarán a una prudencial distancia de las concentraciones oficialistas para evitar choques.
Apuestas
Como si fuera una quiniela política, en las oficinas del Congreso y los restaurantes de Brasilia, congresistas, políticos y periodistas barajan posibles escenarios para este martes de abismo.
La gama va desde los que descartan por completo un golpe, pasando por los preocupados con el riesgo de algún conato de violencia que derive en una cadena de incidentes, y los apostadores que temen que Bolsonaro se juege a un todo o nada en el Día de la Independencia.
Los tres escenarios son posibles, siendo el del golpe el que parece ser el menos probable.
¿Uno o varios golpes?
Por los términos con que fueron convocadas las concentraciones de Brasilia y San Pablo, éstas son de antemano acontecimientos que corroen la democracia.
Desde el gobierno se alentó que participen en ellas policías y militares (junto a milicianos paramilitares), y que lo hagan armados, lo cual de concretarse comportará violaciones a la Constitución.
El Congreso y el Supremo fueron rodeados este lunes de un cerco de seguridad redoblado.
Aunque no haya invasiones al palacio de la Corte, ni hechos de sangre en las marchas de este martes, igualmente la democracia amanecerá menos sólida el miércoles por el hecho de que el jefe de Estado movilizó a sus falanges armadas. Esto en sí mismo será una demostración de fuerza, una degradación institucional y un aviso sobre el poder de fuego para dar un futuro golpe.
Asimismo servirá como amenaza de una eventual conmoción armada, desatada con cualquier pretexto, en el caso de que haya elecciones y éstas sean vencidas por Lula, al que todas las encuestas dan como ganador y algunas sin necesidad de disputar una segunda vuelta.
Cabe recordar que hace menos de un mes el capitán-presidente organizó otro evento sedicioso al movilizar tanquetas y carros blindados por centro de Brasilia a fin de intimidar a los diputados cuando votaban una ley de interés del Ejecutivo. Ese evento puede ser visto como un microgolpe dado a las instituciones y una advertencia a los políticos.
Claro que estos juegos de guerra (contra la democracia) son al mismo tiempo señal del debilitamiento político de alguien cuya aprobación se ha deteriorado ante el electorado y su aprobación ha caído entre los grupo de poder fáctico como banqueros y grandes medios de comunicación comerciales.
Si estas apuestas incendiarias se repiten con más frecuencia mientras la economía no sale de su estancamiento reciente, la inflación continúa en ascenso al igual que el desempleo no se puede descartar otra hipótesis: que el pirómano acabe siendo devorado por las llamas que avivó.