Josefina Alen sabe que hace muchas cosas a la vez. Eso no significa que sea una artista “multidisciplinaria”, término a esta altura repetidísimo, con su aire administrativo y ansioso, usado para nombrar cualquier cosa que no resista algún mote de los esperables. Es una artista atenta a discutir las formas, se interesa por varias cosas, trabaja y pasa sus días en varios oficios: dirección audiovisual de videoclips, realizacíón de cortos, música que ella misma compone bajo el nombre de Jose Alien y lo que nos compete ahora, pintura. Cuando pinta, hay varias cosas que cambian, como esos objetos random, casi todos reconocibles, que protagonizan sus cuadros. Y las formas, casi todas deformes, de sus estatuillas o pinturas volumétricas reunidas bajo el título Olfa, que pueden verse por estos días en la galería Constitución.
Uno de los materiales que más usa es el papel de diario, que ahora deviene papel maché. Moldea y pinta sobre él, con gestos de sopladora de vidrio a pedido, para nada automáticos ni en series, ni afectados por ningún motivo particular. Hay una obra para cada sentimiento, que es lo mismo que decir para cada espectador. En este tipo de papel encontró un aliado: “el hecho de que sea muy barato me hizo pintar mejor. El bastidor me pedía mucho respeto y con el diario apareció una pincelada más expresiva y despreocupada, que venía asomando en algunos trabajos sobre papel que ya estaba haciendo”
Después de haber visto en varias oportunidades sus obras y de repente ver esta muestra, hay una actitud que llama la atención. ¿Cómo es que las hizo? ¿Por qué las hizo? ¿Cómo transformó lo que hacía para hacer otra cosa, que no se ajusta a esa expresión tan recurrente: “lo nuevo”?. No hizo algo “nuevo”, sino que desplegó lo que hacía o lo volvió volumen. Pinta y hace con los mismos materiales, pero resueltos (y revueltos) con otras intenciones. Hay artistas que hacen toda su vida lo mismo, hay artistas que no paran de cambiar, de buscar o de no encontrar nada, según el caso. Están también lxs que como Alen, pueden cambiar mucho con poco, con una economía de manualidad y materiales envidiable. No hay un cimbronazo ni un volantazo, sino una prueba. Esta muestra es el registro de haber probado para otro lado con lo mismo que tenía.
Alen parece ajena a los estilos. Parece venir de la tradición del escuelismo y la rapidez, aunque va para otro lado. Deja en los objetos el reporte de lo hecho, se nota cierta imprudencia al modelar o pintar. Las masas de papel maché están formadas a la que te criaste con significados inminentes o con aspectos expresionistas de entrecasa. De los brochazos gordos del pincel y del imaginario totalmente doméstico o prosaico de sus obras salió la palabra sátiro, para titular su muestra anterior a esta. Ahora sale olfa, quizás porque son estatuillas de la devoción general, objetos puestos ahí para mirar y mirar, esperando algún tipo de impacto cognitivo sin ciencia. Un olfa no es necesariamente un alcahuete, también es aquel o aquella que está pegado a lo que admira, sin tener tanta conciencia de por qué lo admira. Pero también es alguien a punto de la risa, del chiste y de la verdad de la parodia, una especie de personaje chaplinesco que se guarda algo. ¿Qué puede interponer en el run run del pequeño destino artístico de nuestra ciudad una actitud como la de Alen, corrosiva y atenta a predisponer a la corrosión del arte normal?
En sus muestras pasadas, las obras estaban colgadas del techo o cubriendo todas las paredes (el diario haciendo las veces de pared), Muchas tenían un formato grande, dividían ambientes o se sostenían de tinglados sin paredes con la presencia del viento y la intemperie, que entraban por los costados. Las gigantografías pintadas de objetos perdidos en lo que miramos sin parar estaban en algún punto dañadas y estridentes. La sensación que gobernaba era que lo hecho resistía cierta inclemencia de los lugares donde lo veíamos.
Junto a los objetos de Olfa, en la trastienda de la galería Constitución, subiendo la escalera, se puede ver una carpeta que compila algunas obras sobre papel de diario, con un formato tabloide, parecido a las tapas de diario del siglo pasado. Están ahí para hojear como leyendo biblioratos. El remate o la piedra de toque de la muestra es una pintura bidimensional sobre papel maché, con pequeñas lomadas u ondulaciones. Esa obra es clave, porque sirve de lazo entre los dos momentos de Alen.
Hasta ahora había visto pinturas de formato más o menos clásico, todas sobre papel de diario, de diversos tamaños y con montajes distintos entre sí. Una flor al dorso, vista desde atrás, con esas tonalidades celestes que se repiten bastante, un poco exprimidas por la pintura, como salteando un espanto. Nadie debe haber pintado nunca en la historia una flor de espaldas, en la perspectiva de la pintora que ve que esa energía se va para adelante, como si se escapara o como si fuese un ejemplo de libertad. Una geometría abstracta, que al rato se me aparece como una mesa toda de vidrio ladeada, o como una caja de cristal para cualquiera de nosotrxs, que nunca vamos a ver ni tener una. Una camisa común, raída, un poco una ropa de la niñez y otro poco el prototipo de la moda que no pasa. Y hasta un zapato estilo sueco imponente, uno solo, sin el par, rompiendo la lógica, buscando una nueva.
En Olfa se corre de ese tipo de significaciones Ya no son, en mayor medida, obras que remiten a otras instancias de la vida cotidiana. No lo es ni siquiera la disposición armónica de las obras, una al lado de la otra, a la misma distancia, sostenidas por un fierro a 20 centímetros de la pared, como si fuera un brazo extendido que permite entenderlas como algo más que obras colgadas. Las obras conducen a los materiales a un fuera de contexto, tanto las más puramente abstractas o las que funcionan como iconos. Con un gesto clásico logra sorprender. A quienes vimos alguna vez su obra, porque notamos lo que cambia y permanece. A los que la ven por primera vez, porque los objetos son en sí mismos un desafío, una resistencia al arte demasiado pegado a la agenda teórica o micropolítica y al de la sofisticación universalista sin lugar concreto. El material es noble no porque perdure, sino porque parece perdurable. En esa mentira/verdad gana volumen la fuerza de la muestra.
Pasa de las hojas de diario, del papel sobre el que pintó lo que mostró en estos años, a los objetos de ese mismo papel hecho maché, mojado, licuado y apelmazado. El material se concentra tanto como ella, que tiene que ponerse más de acuerdo (de otra manera) con su parte doméstica imaginaria para poner a jugar otros objetos, más sin forma, más puramente decidores de algo raro.
Los materiales son ordinarios, esto quiere decir de uso popular, habituales, accesibles. Por momentos lo ordinario brilla y por momentos no. Eso no quiere decir que lo brillante sea bueno o malo. Lo brillante y lo opaco son dos maneras distintas de conocer y entender. ¿Eso significa que si lo ordinario no brilla es más ordinario, por lo tanto más verdadero? ¿Pero Alen quiere ser “verdadera”? ¿Es lo mismo verdadero que real? Se me pierden las vueltas de las reflexiones, medio inútiles porque se trata acá de ver un proceso, o de contarles la correlación de fuerzas de los materiales para un proceso que termina bien: cincuenta piezas parecidas y verdaderamente distintas. Las piezas tienen algo de mineral, por momentos diamantino, por momentos terroso y bruto. La resina, llamada también vidrio líquido, acompaña y abandona, según el caso, el brillo. No lo devuelve ni lo quita, sino que lo invita o lo deja afuera.
En una época donde su vida cambió, Liliana Maresca recurrió a la alquimia como sostén y empujón de muchas cosas de las que hacía. Empezó a usar madera y metal, como demostración de que quería correrse de sus primeros movimientos expresionistas, del arte de la chanchada de los primeros ochenta. El de Alen no es un cambio de esa índole. Sigue usando papel de diario y plasticola, lo que cambia es la operación. Pasó de la planicie llena de baches, marcas y sombras del papel de diario cargado de pinceladas, a la morfología chocante, generalmente informalista, con momentos de geometría o figuración de los objetos actuales. Hay, eso sí, como en Maresca, una especie de alquimia. No un pasaje de un elemento a otro, sino la aparición de otro elemento con lo mismo. Hay, también, cierto pase de facturas al tiempo. Ya no solo el diario es un objeto inmediato, burgués, que informa sobre lo reciente y enseguida no sirve para nada, sino que en estas obras el diario prácticamente ni se nota. Son unas artesanías de alquimista u objetos hechos con el resto de los diarios, hoy en día bastante parecidos a la nada, ya sea por lo que dicen o por la crisis de ventas. En las hojas de los diarios queda un registro de lo que pasó, pero casi todo no queda registrado. Pensar eso puede traer cierto alivio. Acá quedan los sedimentos de todo eso manipulado y apretado. Imágenes inflamadas, peliagudas y deformes, como las de Alen, para comprender un poco el proceso del tiempo y cómo termina quedando.
Si al principio de esta nota decía que había mucho que cambiaba o se superponía en sus quehaceres, me parece bien terminar con algo que matizaría eso. Josefina Alen es de las artistas que tienen una relación crítica con la idea de pintura. Se interesa por ella pero dice: “tengo la sensación de no haberla elegido. Eso me hizo o me hace querer esquivarla o complejizarla”. Hay ahí dos intenciones que hacen una paradoja y la paradoja es una de las formas del conocimiento. Es que para esquivar hay que pasar de largo, negar un poco, prescindir y estar atentx. Para complejizar hay que estar adentro de lo que se complejiza, picarlo o mejorarlo desde su propia forma, desplegarlo en todo lo que puede dar. En esta muestra pasa todo eso.
Olfa, de Josefina Alen, puede verse en la galería Constitución hasta el 16 de octubre. Del Valle Iberlucea 1140, Capital Federal.