Estupidez es más que un disco. Es un libro de poemas, un libro con partituras, un libro con ensayos musicales y también una obra audiovisual. La obra destaca por su densidad conceptual y la potencia de su sonido. Destaca, pero a nadie sorprende que venga del joven pianista y compositor Agustín Guerrero, una de las figuras más importantes del tango actual.

A Guerrero lo acompañan Pablo Marchetti (poemas), Gonzalo Duo (visuales), y su quinteto (Julio Coviello en bandoneón, Martín Rodríguez en guitarra eléctrica, Diego Rodríguez en los bajos y Lucas Diego en batería). Compañeros de ruta para los cuales el pianista sólo guarda elogios. “El nivel de interpretación de los músicos y lo que suena el grupo superó mis expectativas”, cuenta a Página/12. “En construir esta idea estética a través de la interpretación, hicieron una labor extraordinaria y me parece muy importante que los músicos le presten atención a eso, ya que con las partituras en el libro pueden escuchar la obra y ver cómo la interpretaron”.

-¿Por qué hacer de Estupidez no un disco sino un disco/libro/objeto?

-El motivo principal es que como es una obra multidisciplinaria no alcanzaba el objeto-CD para incluir todo lo que contenía: imágenes, poesía y unos textos que ya venía trabajando, incluso antes de que se sumara Pablo al proyecto con sus poesías. Por otro lado, la idea de hacerlo libro y no solamente disco tiene que ver con que hubo un trabajo de mucho tiempo con las partituras. Me parecía interesante exponer ese material a la comunidad musical y académica, pensando que puede servir como material de estudio de nueva música argentina con bandoneón, que mezcla lo acústico con lo electrónico y por ahí combina géneros.

El plan original era acompañar las presentaciones en vivo de las composiciones con imágenes. Pero después de un recital en el Centro Cultural Padre Mugica (de Lomas de Zamora, porque Guerrero es del conurbano sur y le da tanta importancia a la zona como a la ciudad de Buenos Aires), advirtieron que los textos eran demasiado largos para leerse en público. “Ahí Marchetti aportó las poesías y entonces cerró todo”, explica. “Todo eso era más grande que un disco”.

En el libro, cada concepto devenido pieza musical tiene su texto introductorio, las partituras y un poema de Marchetti que la acompaña, pero que en el disco aparece recitada antes de la música misma. “Esto tiene que ver con que la obra estuvo concebida desde un principio como instrumental”, plantea Guerrero.

-¿Cómo fue esa concepción original?

-La idea mía era tomar ese listado de estupideces que hice y lo que me movió, fue reproducir esos conceptos a través de la música, que quizá de las artes es de las más abstractas, porque no es tangible y parece evaporarse en el tiempo. Era un desafío compositivo y como surge de ahí, la poesía es un añadido, que se añade a lo previamente concebido como música. Terminó dándose con Pablo que encontró en el soneto un objeto para experimentar y trabajar de distintas maneras. Ahí él encontró un elemento literario para darle la mejor forma a esta idea.

-Una vez que encontraron el formato, ¿cómo fue el trabajo con Marchetti?

-De a poco, yo iba pasándole los títulos y unos textos, casi lo mismo que está en el libro como textos descriptivos o explicativos, para que él tuviera una idea de qué había pensado yo al respecto para que le sirviera de guía. Por supuesto que Pablo después recurrió a su imaginación y subjetividad para tratar cada una de esas temáticas. Eso enriquece la obra, porque no solamente Pablo se quedó con lo que yo pienso de cada uno de esos temas sino que le agregó lo suyo a modo de complemento, refuerzo o de darle otra perspectiva y ampliar las posibilidades de interpretación de quien luego perciba la obra.

-¿Por qué te interesaba explorar esos temas?

-Tuve en mente cosas realizables a nivel musical. La música de Estupidez tiene un fuerte contenido descriptivo, intenta contar ideas, conceptos o sensaciones. Como “Bomba atómica”, que es literalmente el lanzamiento del proyectil, la trayectoria, el impacto, la onda expansiva y la muerte. Hice un listado larguísimo de estupideces y me quedé con 14, porque la 15 es un zapping de todas. Ahí Pablo hizo una lectura extraordinaria de mis intenciones.

-Los textos del libro señalan mucho las cuestiones formales de cada composición. ¿Por qué este hincapié?

-Lo que intenté en los textos fue hablar de todo, de cómo pensé la obra, de qué pienso de ese concepto, técnicas utilizadas para representar musicalmente lo que estaba buscando. Y lo formal entra ahí. Incluso hay situaciones donde lo formal es fundamental, tanto que algunas piezas parten de ahí. En “Knock Out” estoy representando un primer round de boxeo que termina en nocaut. Arranca, los boxeadores primero se estudian, miden golpes, distancias, y en un momento, hay una confianza, empiezan a intercambiar, y ahí el oyente empieza a recibir los golpes, hasta finalmente caer y quedar noqueado. Todo eso dura menos de tres minutos, porque eso es lo que dura un round. Ahí lo formal es estructural de la creación, neurálgico. En otros casos por ahí no, pero me parece interesante delinear lo formal porque también permite separar los distintos tipos de recursos utilizados y darles un marco, aunque sea abstracto. Después, “Monocultivo” es un palíndromo y está situada casi en medio de la obra.

-¿Y en otras piezas cómo funciona lo formal? ¿“Scrum”, por ejemplo?

-Para que me convenciera con un título tenía que encontrar una forma musical. Esas formas no siempre eran iguales. En algunas busco reproducir a nivel musical eso. En “Scrum” es la puja de dos músicas, un tango y un rock, que se están disputando el espacio, cosa que hago a través de la orquestación, y las dinámicas de los volúmenes. Esto es muy abstracto, no tan directo de decodificar. Después hay piezas que no son tan literales, como “Morbo”, donde intenté representar la sensación de morbosidad. Y otras, como “Casas de tango”, pretende ser una caricatura de las caricaturas de las casas de tango: exageré ese modelo para hacerlo todavía más grotesco. En “Psicofármacos” tomo elementos de “Estrés”, pero todo estirado, como lo podría sentir alguien que está dopado por las pastillas.

Guerrero también “musicalizó” cuestiones como las milicias, el libre mercado, el colesterol, los deportes extremos y Disneylandia, entre otros. Aunque, asegura, su lista de estupideces era aún más extensa. Descubrir la reinvención de esos conceptos desde lo musical es una experiencia interesante. Y para nada una estupidez.