Reeditado en el marco de la pandemia, éste, el décimo libro de la poeta Diana Bellessi, salió a la luz por primera vez en 1992 también por Bajo la Luna, sello inicialmente concebido con el nombre de Bajo la Luna nueva. A esta altura puede más que afirmarse que la decisión de su editora Mirta Rosenberg, trajo a la escena de la poesía nacional uno de los títulos fulgurantes de la década. El aclamado jardín de Bellessi -del que deriva otro que también le es propio: El jardín secreto (2012), documental sobre su vida dirigido por Claudia Prado, Diego Panich y Cristian Constantini- constituye un punto de inflexión en su obra, según ella misma asegura, por anunciar una poética que se iría desarrollando con las siguientes publicaciones. “Previo a El jardín, cuatro años antes, había publicado un libro que se llama Eroica, con poemas de amor a otra mujer. Un libro que, según dicen, es de construcción muy vanguardista y les encantó a las chicas de la época, en especial a las chicas lesbianas; aunque tuvo muy buenas reseñas en los medios, produjo cierto malestar en el público hétero, y todos aplaudieron la aparición de El jardín, cuyo tópico central no era el de Eroica”, explica Diana.
En los poemas de El jardín conjugás casi en igual medida el amor a otra mujer y la naturaleza…
-Sí, y a estos tópicos podés agregarle el amor por los desposeídos de la tierra, el amor a los oficios nobles de la vida y el paso del tiempo con sus muertos y sus niños en la espalda.
Por supuesto, Diana nunca recorta su poesía de esa cohesión planetaria que une a todes con todo, fuerza común que en libros como el ensayístico La pequeña voz del mundo, surgido a la luz de las antorchas del 2001, se expresaba así: “Uno en la cadena de lo otro y otro en la contemplación o ilusión de ser desde lo mirado. Cada brizna de hierba, el insecto, el humano, el gatito ronroneando se vuelven sagrados, frágiles y eternos porque desde allí, en mágica transformación, el yo nos mira, el yo es otro en cerrado círculo de amor.”
¿Qué significa para vos la reedición de El Jardín?
-Fue una sorpresa y también una alegría inesperada. Aparece como uno de los títulos más vendidos del último mes y eso significa que vuelve a encontrar a sus lectores. Para mí, marca un quiebre en mi obra, fue aplaudido por todo el mundo y el poema “He construido un jardín” se convirtió en una especie de “La balsa” de Litto Nebbia en la poesía argentina. Lo sigo leyendo aún ahora en recitales internacionales.
El poema hit que menciona Bellessi, metaforiza el destierro del amor en la muerte que el ciclo de todo jardín trae consigo. La secuencia de extraordinarios versos que mezclan tierra y pena amorosa con el melancólico rock de Pink Floyd, termina de este modo: El jardín mata/ y pide ser muerto para ser jardín/. Pero hacer gestos correctos en el lugar errado, / disuelve la ecuación, descubre páramo. / Amor reclamado en diferencia como/ cielo azul oscuro contra la pena. Gota/ regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas/ a la orilla más lejana. I wish you/ were here amor, pero sos, jardinera y no/ jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.
El recorrido que se impulsa con El jardín, dibuja una elipsis en la búsqueda de esta poeta nacida en la localidad santafesina de Zavalla en 1946. Aquel camino que se inicia en 1992 encuentra su punto de complejidad más alto casi veinte años después, con Variaciones de la luz, donde explora las raíces de la lengua y experimenta con las estructuras poéticas heredadas del siglo de oro español. La elipsis luego desciende en el sentido de un retorno a la sencillez a través de sus últimas publicaciones: Pasos de baile (2015) y Fuerte como la muerte es el amor (2018). En estos libros, el lenguaje se allana, y quizás sea un reflejo, arriesga esta periodista, de cierta calma interior que parece llegar a la escritura de Diana de la mano de un intenso enamoramiento, del que hace unos años habló para Las12: “Todavía no conocía a mi novia, era como que la estaba esperando, creo –dijo-. Pero cuando apareció el título del poema “Fuerte como la muerte es el amor”, sentí que el libro se llamaba así. Por el momento de mi vida, a los 72 años, estás más cerca de la muerte que del nacimiento, y que todavía sucedan esas maravillas… esos misterios maravillosos: que a los setenta te vuelvas a enamorar es algo extraño. Y supongo que por eso quedó como título”.
La apuesta de El jardín es, a diferencia del reencuentro con esa sencillez, un enorme ejercicio retórico donde el sentido y la musicalidad saturan, relumbran, a tono con la exaltación propia de los cercanos 80. El recupero de una democracia todavía herida canta en este libro que incluye poemas como “Estado derecho”, o “Golpe de Estado”, entre cuyos versos se lee: Una retórica salvaje exige/ enemigos a la vista, higos manando/ la dulzura de su leche en medio del verano. Hay cierta urgencia de decirlo, de arremeter incluso contra el amor romántico y descubrir el páramo: Soy/ reina frente a otra reina/ que quiso entregarte la corona/ no la cabeza. Mi reinado es/de las locas, no tiene regalías. / Tachada de la historia soy/ leyenda, marca impresentable/ mientras tú, fundas Roma, dice en el poema Amor.
¿Qué recuerdos te vienen de aquellos 90?
-Fue una época muy hermosa, de gran amistad con Mirtha y también con María Moreno. La recuerdo con alegría. Después de Eroica, se publicaron simultáneamente El Jardín y El Affaire Skeffington de Moreno, y el mundo se transformó. Fueron libros muy hermosos materialmente y muy leídos, coincidieron con el retorno a la institucionalidad y con muchas lecturas públicas. También con una movida fuerte del feminismo argentino liderado por feministas lesbianas muy intensas. Así abrimos la puerta a una nueva camada de poetas argentinas, como vos Paula, o Claudia Masin, o Gabby De Cicco o Sonia Scarabelli o Claudia Prado, ahora cincuentonas a las que leo y adoro con todo mi corazón.
Hace poco me comentabas que a vos te cambió mucho la escritura de los muchachos de los años 90, recordabas haber llorado con Mirtha después de haber leído una cantidad de material poético publicado durante esa época…
-A fines de los noventa hubo un concurso estatal de apoyo a las editoriales chicas de la época que enviaban a sus autores y me tocó ser jurado en el rubro poesía. Fue una conmoción para mí, y transformó mi escritura, como lo hicieron aquellos años en la calle hasta el 2002. De allí salieron libros como Mate cocido o La rebelión del instante, y los llevo aún conmigo en el verso simple, pero fulgurante que busco ahora, el de “Pasos de baile” o el de “Fuerte como la muerte es el amor”.
En esos años, más o menos para el momento de la publicación de Eroica se impulsó la creación de una de las primeras agrupaciones lésbico feministas argentinas, Las lunas y las otras. Eran todas alumnas tuyas que en 1992, para cuando salió El Jardín, pudieron consolidarse en un espacio físico…
-Sí. No fui yo quien las impulsó, se daban toda clase de discusiones en mis talleres y de allí surgieron. Tengo el recuerdo de haber leído en aquél espacio de Las lunas y mientras lo hacía alguien iba llenándome la copa, llegó un momento que ya no veía nada (risas).
Respecto de los años 90, tengo la percepción de que muchas de las poetas eran lesbianas. ¿Por qué creés que se dio con tal contundencia esa suerte de movimiento?
-No lo sé... pero nosotras siempre salimos en los peores momentos, como lo hicieron las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, con tal furia y tesón y persistencia… Todo lo que se haga estará bien, pero a mí dejame un rato con los pajaritos del campo.