Todo partió de una charla. Aline Miklos y amigos se sentaron a hablar, mientras escuchaban música gitano del este de Europa. La idea era empezar a maquetear un plan sonoro acorde. “Fueron días intensos, de muchos descubrimientos y experimentaciones”, evoca ella, parada en el invierno de 2016. Grosso modo, así nació Kalo Chiriklo, un proyecto de investigación sobre música y músicos gitanos de América latina, encabezado por esta cantautora nacida en Brasil, con ascendencia gitana y radicada en la Argentina, que acaba de publicar el resultado en el flamante Pájaro negro.
Varios filos para contar el disco. Uno es el nombre. El pájaro negro -Kalo Chiriklo, en romaní- es el personaje principal de una canción escrita por una prisionera gitana de Auschwitz, que usó tal ave para avisar a su familia que iba a volver. “Era el único mensajero posible, la última esperanza de comunicación”, explica Aline, sumergida en “Samudaripen”, cuyo nombre en castellano cierra el círculo: “Holocausto”. “Ponerle Pájaro negro al disco fue la forma de recordar que la historia del pueblo romaní está marcada por persecuciones, genocidios y discriminación”, señala ella.
El filo geográfico es que la información genética de Miklos proviene precisamente de un grupo gitano-romaní que migró hacia Brasil. Es de peso el dato, porque allí nació ella. Y allí -en Goias- vivió hasta los 18, cuando se trasladó a San Pablo para estudiar historia en la Universidad. “Era todo muy raro. Nadie, nunca, se había ido tan lejos a estudiar una carrera que ni sabían para qué servía. Yo tampoco, pero fui”, dice Miklos que, en medio de la carrera, intentó estudiar música romaní, pero se encontró con un escollo. “Casi no había bibliografía sobre el tema y los profesores no me daban mucha bola cuando les hablaba de mi proyecto. Terminé haciendo mi tesina sobre la guerrilla campesina en Brasil en los años '50 y '60”.
Más filos. La búsqueda continuó cuando a los 23 años, ya recibida, Aline se mudó a París con el propósito de hacer la maestría en Historia del Arte en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Allí sí pudo redescubrir su cultura ancestral mediante la cursada en el seminario “Historia de los Gitanos en Europa”. “Henriette Asséo, la profesora, estaba tan contenta de recibirme que me dijo dónde estaban los archivos sobre gitanos en Francia, me habló de organizaciones gitanas y me pidió que hiciera un trabajo final sobre mi familia. Ahí supe de historias increíbles que nunca me habían contado”.
En el devenir hasta aquella reunión de 2016, la cantora también aprendió de Marcel Courthiade -uno de los grandes pensadores gitanos de la actualidad- y de su mujer Yeta, quien le enseñó desde leer la borra de café hasta el arte de cómo ganar una causa sin provocar ninguna discusión. “También conocí a Saimir, profesor gitano de Albania, que me propuso hacer una banda para tocar en manifestaciones por los derechos del pueblo romaní. Recuerdo que se me desafiaba diciendo que tenía que cantar con la voz aguda, con los melismas típicos de las cantantes romaníes como Esma Redzepova, pero yo les decía que era brasileña, que nuestra voz viene con azúcar, es suave… hasta que conseguí hacer una mezcla entre los dos estilos”, se ríe.
De esa alquimia precisamente nacieron, ya en la Argentina, Kalo Chiriklo, la banda, y Pájaro negro, el disco, que quieren decir lo mismo. “Las canciones fueron inspiradas en leyendas gitano-romaníes sobre ellos mismos y leyendas de no gitanos, que denominamos gadje en romaní o payo en caló, sobre los gitanos”, explica. “Las leyendas de los gadje son muy parecidas en cualquier lugar del mundo y casi siempre hablan mal de los gitanos: son ladrones, roban niños, son deshonestos, etcétera. En la Argentina pasa lo mismo y el problema es cuando estos prejuicios toman forma en la realidad”.
La historiadora y activista enumera una serie de estereotipos que estigmatizan a su pueblo. E incluye algunos que prima facie no parecen. “Decir que los gitanos son libres, hijos del viento, místicos o nómades es tan problemático como decir que son ladrones”, asegura. “Esto hace que las personas gitanas gasten una energía inmensa intentando probar lo que no son para ser aceptados. Esta es una tortura psicológica y simbólica muy fuerte que las sociedades suelen hacer no solo con los gitanos sino con todos los grupos étnicos, minoritarios y disidentes”, extiende.
-¿Cómo se neutraliza esto a través del arte?
-Proponiendo nuevas formas de pensar la realidad y de relacionarse. La performance en el arte contemporáneo tiene mucho que ver con esto. Los artistas argentinos de los años '60 creían que no existían barreras entre arte y vida. Para mí tampoco existen. Poner el arte en otra esfera de la sociedad es una forma colonizadora de ver el mundo.
El método Miklos pasa por juntar leyendas sobre gitanos-romaníes, elegir las más “interesantes” y musicalizarlas. “'Vanushka' habla de una historia de desamor entre una gitana y un gadjo (no gitano), e hicimos que cada instrumento interpretase un rol: la flauta es la mujer, el contrabajo el hombre, y el acordeón la moral y las reglas que impedían este amor”, detalla. “Otro caso es el de 'Clavo Santo', basado en una leyenda romaní que dice que los romaníes tuvieron alguna relación con los clavos de Jesús. Algunos sostienen que los clavos fueron forjados por los gitanos; otros, que un gitano intentó robar los clavos para salvar a Jesús. En fin, para mí fue una fiesta escuchar a todas mis tías más grandes hablar de esta leyenda y asegurarme que sus versiones eran la verdadera”.
-Suele asociarse la música que hacen con el universo Kusturica. ¿Cierra la analogía o es desmesurada?
-No creo que tenga mucho que ver con la de Kusturica, pero es lo más cercano que se suele conocer sobre la música gitano-romaní de Europa del Este en la Argentina, lo que es muy entendible. Muchos músicos gitanos tocan en las bandas militares y en las fanfarrias en Europa del Este, que es el estilo de Kusturica. Por esto, este género es asociado a la comunidad. Más bien me inspiré en Esma Redzepova, en Saban Bajramovic, y en los grandes músicos romaníes de Roman Havasi en Turquía, que en Kusturica.
-El lema del grupo es “Todas las canciones son un acto político, sin hablar de política”. ¿Podrías ampliar el concepto?
-Creo que hacemos política cada vez que actuamos con la intención de promover algún cambio para mejor. La política debe dar elementos para que se pueda pensar el mundo de otra manera. Esto es lo que proponemos con el disco.
-También una sinergia con las músicas latinoamericanas ¿Cómo funciona tal?
-Fácil, porque, excepto Kostas Zigkeridis que es griego, todos los músicos del grupo son latinoamericanos, y están familiarizados con los ritmos de aquí y de allá. Creo que las transformaciones y las mezclas son muy positivas cuando son de la elección de un pueblo. Los gitanos, cada vez que cambian de región, se llevan de cada rincón una experiencia, un timbre sonoro, un pensamiento, una palabra y hacen de este calderón de mixturas su propia cultura.