Filósofo y profesor universitario, joven activista del Mayo del ‘68 y hasta su muerte militante de la trotskista Liga Comunista Revolucionaria, devenida en Nuevo Partido Anticapitalista, Daniel Bensaïd (1946-2010) fue un teórico destacado; ahí están sus diálogos y polémicas con Toni Negri, Alain Badiou y Michel Löwy, entre otros, su impulso a la nueva asociación Louise Michel, y su dirección en la revista ContreTemps. Autor de una treintena de volúmenes, se tradujeron y publicaron en Argentina Marx intempestivo y Marx ha vuelto (con ilustraciones de Rep), y en España Resistencias, Trotskismos, Elogio de la política profana, La sonrisa del fantasma y Una lenta impaciencia, sus memorias, entre otros. Ahora, El cuenco de plata publica Walter Benjamin, centinela mesiánico, con prólogo de Cecilia Feijoo.
Benjamin ha devenido, un poco a la manera de Antonio Gramsci, en un autor de múltiples usos –incluso contradictorios entre sí, hasta opuestos–, tironeado según diversos intereses, desde quienes tuvieron amistad o alguna relación intelectual con él, hasta las bien pulidas e inequívocas clasificaciones que suelen intentar las academias, para ordenar y compartimentar una obra. Así, se lo ha calificado de “filósofo del lenguaje” y de “crítico literario” (Hannah Arendt); se pone de relieve su dimensión de mesianismo judío (preferencia de Gershom Scholem), o la crítica cultural neomarxista (Theodor W. Adorno), o un marxismo “liso y llano”, militante desde el arte (Bertolt Brecht). Para Bensaïd, pareciera, Benjamin es todo eso, pero mucho más, un pensador del presente.
“Outsider errante y rebelde”, un “centinela solitario”: un disidente, un resistente, un heterodoxo que desconfía de toda certeza y confianza en algún futuro mundo feliz “asegurado”, y de la razón, del tipo que sea: de dirigentes y aparatos políticos, de Estados, etc. Por ello en Benjamin discurre un sentido nuevo de la historia, lleno de peligros y posibilidades, que otros contemporáneos se limitaron a aceptar, registrar o simplemente negar. Es esta percepción dual del presente, como catástrofe y como acontecimiento, la que Bensaïd percibe en El Diario de Moscú, escrito durante la visita de Benjamin a la URSS en la segunda mitad de la década de 1920, con la reacción burocrática estalinista en pleno desarrollo. Es esta percepción la que confirma con el pérfido pacto Hitler-Stalin, ocurrido más de una décadas después, al que Benjamin intenta contraponer una “estrategia de la urgencia en medio de la catástrofe”.
Y Bensaïd también está, cuando escribe su libro, en el año 1990, en una coyuntura catastrófica: el cierre de las experiencias revolucionarias, la reacción neoliberal y la caída del “socialismo real”, uno de los dos pilares del régimen global en la segunda posguerra; el statu quo del mundo de Yalta, la “guerra fría”, con su “equilibrio” de conquistas sociales, rivalidad económica entre dos “sistemas” y el terror nuclear. Es la configuración de una situación inédita, de regresiones intelectuales, de retrocesos sociales y políticos, y de finales abiertos en los cuales aún estamos sumidos.
Bensaïd desarrolla sus temas comentando desde la fragmentariedad misma de la vida y obra de Benjamin: sus “Tesis de filosofía de la historia”, la cuestión mesiánica, la cuestión estratégica y militar, y la cuestión del tiempo, o las temporalidades, mejor, y sus avatares. El “metacomentario” permite superponer a los linajes culturales e intelectuales de Benjamin los propios de Bensaïd. Es un rescate del pasado para una actualización del presente. La (auto) exigencia de situarse a la izquierda de lo posible, empresa tan riesgosa como, eventualmente, venturosa.
Bensaïd destaca de las “Tesis” el tiempo mesiánico como percepción crítica de la ideología del “progreso”, sea en versión burguesa, socialdemócrata o comunista (estalinista). No hay “futuro” ni “revolución” asegurados en la espera pasiva. Rebeldía o sumisión: el inescapable tiempo “vacío y homogéneo” debe ser analizado y criticado. “Benjamin se une a la larga rebelión contra las cadenas despóticas de la temporalidad mecánica, de Baudelaire a Proust, de Nietzsche a Bergson”. ¿Qué nos muestra la historia? “Lejos de ascender la escalera monumental del progreso, la historia es ante todo tartamudeo de la derrota”. Tristeza y melancolía posrevolución en Saint-Just o Blanqui –las mismas del siglo XX, con las fechas negativas de 1933 en Berlín y 1937 en Barcelona–, es la “catástrofe permanente como negativo de la revolución permanente”. “Historia” que inmoviliza al pasado, y a la que se debe oponer una “historiografía materialista”. Y mesiánica.
¿Y los sucesos de 1989-91? “Antes que derrotas, estas son traiciones y abandonos”, dice un Bensaïd intrsopectivo de los marxismos del siglo XX. Es la derrota que hace emerger al centinela, al guardián de una tradición frente a las inclemencias de los vencedores, frente al ruido inaudible de los oprimidos olvidados por el sonido tumultuoso de la mercancia.
Contra la circularidad y la repetición de lo- mismo- siempre, de la mercancia y sus rotaciones de capital acrecentadas, el pasado vuelve sin cesar a acechar el espacio de los vivos y es el centinela el encargado de vociferar la apertura “mesiánica”: el umbral de lo posible. Contra una espera pasiva: “Lejos de neutralizarse, lucha de clases y mesianismo se promueven mutuamente contra la fatalidad”. El mesianismo profano recoge los fragmentos de la resignación de Blanqui en la Eternidad de los astros, de la circularidad ascendente y quebradiza en Hegel, de la ruptura del fetiche en Marx y de la rememoración en Proust, y Bensaïd nos propone, entonces, asir el “Acontecimiento” contra el inmovilista Progreso y cualquier Eterno retorno. La historia como bifurcación, como historia de posibles no debe ser abandonada al olvido. Porque esa transgresión es sumarse el cortejo de los triunfadores, es aceptar el presente como fait accompli.
En el lenguaje, en la memoria y en su relación con la religión judía y la Cábala, Bensaïd identifica un diálogo con el marxismo herético. La historia como ciencia o, también, como “una forma de rememoración”, porque a diferencia de la memoria la rememoración es un acto de conciencia, es la memoria que emerge en la lucha contra el olvido. De Spinoza a Péguy, de Sorel a Rosa Luxemburg, de Freud a Moses Hess pasando por Gustav Landauer, Franz Rosenzweig, Fritz Mauthner y Henri Lefebvre, Bensaîd articula una constelación, de vidas, obras y circunstancias –a contracorriente, adversas, trágicas–, que aportan luz. Una historia en la cual, no obstante, “todo depende del hombre, incluidos sus tormentos y su impaciencia. Este es el fundamento de un mesianismo político, democrático y liberador”.
La tarea sería, para Bensaïd, rememorar, no olvidar que en el tiempo a- presente, en el “tiempo- ahora”, el centinela mesíanico es el portador de un anuncio, de un posible que se teje activamente y que habilita a “inventar lo nuevo, no haciendo tabla rasa del pasado, sino interrogándolo de otra manera, paciente, afectuosamente: esto es lo que distingue el concepto mesiánico de la historia”.