“La teoría arquitectónica moderna enseña que el diseño de un edificio se puede encausar hacia la mejor realización posible de acuerdo al uso previsto: la forma depende de la función. En el centro de Berlín se encuentra ahora un museo construido en el siglo XXI con la forma de un palacio de gobierno del siglo XVIII. La parte engañosa de esa hipótesis es que al no haber diferencias reales todo parece indicar que el progreso es imposible”. El discurso de Undine Wibeau (Paula Beer) sobre la arquitectura berlinesa nos confirma que la Historia siempre vuelve al Mito. El Foro Humboldt conserva la fachada de un palacio prusiano, una amalgama perfecta entre el espíritu de la Alemania reunificada y los fantasmas de su pasado imperial. Por ello para Christian Petzold, el director clave del presente alemán, el cine también vuelve al origen. A las fábulas que inspiraron las imágenes de Murnau y Fritz Lang, a los relatos orales del Romanticismo, a las leyendas de los hermanos Grimm. En esa tensión que siempre definió a su cine entre lo real y lo fantástico, Undine abraza el juego circular, ese eterno retorno al pantano que dio origen a la Berlín del siglo XXI.
Undine finalmente se estrena en salas en el marco de la 21° edición del Festival de Cine Alemán (del 16 al 22 de septiembre), luego de cumplirse más de un año de su paso por la Berlinale –donde Paula Beer obtuvo el Oso de Plata a la mejor interpretación- y de afirmar el lugar de Petzold como uno de los directores más importantes del cine contemporáneo. Heredero de la lucidez del Nuevo Cine Alemán a través de la colaboración con su maestro y amigo Harun Farocki –co-guionista de varias de sus películas-, Petzold recorrió la memoria alemana, desde el presente de la reunificación hacia el pasado del nazismo: engendró la herencia del cine de la República de Weimar para hablar de los fantasmas del neoliberalismo en Yella, resignificó el melodrama para representar la posguerra en Ave Fénix, deconstruyó la distopía para entender el fascismo en Transit. Su cine piensa a los géneros como las cavernas donde bullen los relatos, donde anidan las historias de amores imposibles como experiencia carnal de la memoria del mundo, y donde el tiempo asume su dimensión circular como desafío definitivo al ideal del progreso moderno.
Undine es historiadora y guía del museo que recoge la planificación arquitectónica de Berlín en maquetas y proyecciones tridimensionales. Allí no solo se atesora el pasado de la ciudad sino también las ambiciones de su futuro. Y si Berlín está construida sobre un pantano y los trazos de su origen se pierden en las leyendas de sus primeros asentamientos, la historia de Undine está unida al mito de la ninfa acuática, a la promesa incumplida de un amor que se paga con la muerte. “Si me abandonas, tendrás que morir” le advierte a su amante Johannes y a su regreso al bar de la cita prometida, con la respiración agitada por el llanto y la desilusión, cargada con el peso de otro mundo, percibe un tenue llamado desde el fondo de una enorme pecera. Un pequeño buzo de plástico asoma entre las algas del acuario, erguido como un émulo de Neptuno, ardiente entre los placidos movimientos de los pececitos de colores. Entonces entra Christoph (Franz Rogowski) al bar, inocente como los hombres frente a los dioses, agradecido por la charla sobre Berlín y su historia, sumergido en el estallido de la pecera y la maldición de otro tiempo.
A la hora de reconstruir el detalle de la leyenda, Petzold no solo recurre a su propia memoria como homenaje a la oralidad, sino también a la Ondina de Friedrich de la Motte Fouqué como herencia del Romanticismo y al análisis de la poeta Ingeborg Bachmann en Undine geht que invierte la perspectiva del deseo masculino y le da verdadera voz a Undine. “La lectura del texto de Bachmann me ofreció la perspectiva de la película y la base del guion”, explica Petzold en una charla virtual con el director de programación del Festival de Nueva York, Dennis Lim. “No quería que Undine permanezca como una fantasía del hombre que anhela un amor incondicional, sino como la mirada de quien experimenta el sacrificio de esa entrega y su pérdida”. Como Berlín, Undine permanece en la tierra por varios siglos. Su espejo es el ventanal de su departamento en Alexanderplatz, en el corazón del viejo Este ahora plagado de las luces que recrean el palacio de la dinastía de Hohenzollern. Christoph es testigo de la memoria citadina que encarna Undine, de la mancha vino tinto que deja en su paso por este mundo, del ida y vuelta de los trenes berlineses entre la obra del hombre y la furia de la naturaleza.
Undine reaviva la idea de frontera que Petzold exploró en Yella, obra cumbre de su trilogía "Fantasma". Allí una mujer buscaba su destino en la nueva Alemania y se hundía en las aguas del río Elbe para soñar la vida que podría haber tenido. La materia de esos sueños no era otra que la espectral ilusión del neoliberalismo, con sus finanzas vestidas de promesas de prosperidad, sus espacios abiertos de desoladora sensación de libertad. Undine es el camino inverso, la salida de las aguas legendarias para buscar en el mundo esa duración esquiva a los dioses, la materia carnal de los amores y los sufrimientos, los contornos de un mundo que cambie, se transforme, permita la erosión del tiempo y de la Historia. Pero Undine descubre que allí también todo sigue igual como el mar del que proviene; todos los hombres la traicionan, la historia se congela en su repetición arquitectónica.
La imagen que divide a la película en dos es el rostro de Paula Beer mirando hacia atrás, descubriendo en el devenir de su recorrido un destello del pasado que la agita. Una mujer mirando atrás es una impresión recurrente en el cine de Petzold. En Barbara, Nina Hoss recorre en bicicleta la línea que separa su encierro a manos de la Stasi de la ilusión burguesa que promete la Alemania capitalista. En ese recorrido la cámara de Petzold la detiene mirando hacia atrás, fuera de toda previsión posible, arraigada a un mundo que no puede abandonar. En Ave Fénix podemos descubrir en la despojada habitación de Nelly, luego de la operación que intenta reconstruir su rostro destrozado en el campo de concentración, un cuadro de Paul Klee. Es el Angelus Novus, síntesis de la reflexión de Walter Benjamin sobre la Historia, ese huracán devastador que nos impulsa hacia el futuro y al que llamamos progreso. En Undine la mirada hacia atrás marca el regreso de la maldición, la conciencia del origen, el encuentro entre la Historia y el Mito. Petzold está allí para filmarlo, para poner en el ritmo de Stayin' Alive el latido de un renacimiento inesperado, en el terrenal mundo del cine la aventura imposible de la fantasía.