Hasta que participó del taller de la escritora y editora Leticia Martin, en 2019, la escritora y docente Mónica Jurjevcic (Buenos Aires, 1970) nunca había sentido el impulso de escribir poesía. En marzo de este año, publicó primero una novela destinada al público juvenil, En zapatillas (SM), ganadora del premio Gran Angular a la mejor novela juvenil de 2020, y en agosto llegó Tal vez suceda la flor (Qeja), una narración en verso sobre la violencia de género en el ámbito familiar.
“Los dos textos los empecé a trabajar en el taller de escritura de Leticia Martin, con la que había compartido espacio de trabajo en una escuela secundaria –cuenta la autora-. Arranqué el taller con la idea de escribir la novela; cuando la terminé y la dejé madurar en un cajón, empecé con el poemario, un poco contagiada por las producciones de las otras talleristas, todas mujeres reunidas en una casa del barrio de Almagro en torno a la poesía. Los dos proyectos de ese año prepandémico los fui completando en plena pandemia”. Coeditora de Qeja con Nazareno Petrone y Gerardo Montoya, Martin invitó a la autora a publicar su poemario en el sello de delicatesen literarias.
El poema-relato cuenta una historia de violencia familiar desde el punto de vista de una niña aterrada que se va convirtiendo en adolescente, joven y adulta. “Anoche cuando él se fue / (duerman tranquilas, dijo el policía, / hoy no va a volver) / su mamá se sentó a temblar / en un sillón / al lado de la ventana”, se lee en uno de los primeros poemas, ilustrados por Leila Montero. “Es una historia singular, no hay un intento de universalizar esas situaciones, sino que se reconocen como las vivencias de una familia en particular –señala la autora-. Esa voz va creciendo a medida que el poema avanza”. A diferencia de otras publicaciones, su libro está protagonizado no por una víctima de la violencia de género, sino por una testigo en peligro: la hija.
En la primera parte de Tal vez suceda la flor, la chica registra actos y palabras: “Después de dos botellas de cerveza / le empieza a reclamar / que no lo quiere, / que nunca lo quiso, / que lo engañó / y que él nunca se va a ir”. Luego, la chica crece y se rebela: “Tengo tus ojos, papá, / pero miraré con los míos”. En la tercera parte, la hija repite la historia de la madre y, en la cuarta, se suma a un movimiento que le abre otros caminos: “Todo es una marea verde / y estamos con mi vieja / alzando los pañuelos”. Los poemas reconstruyen contextos e imaginarios propios de la infancia y la adolescencia en el país, e incluso se versiona un “clásico” de María Elena Walsh: “Estamos invitadas / a tomar la hiel, / mi mamá tiene frío, / y yo la abrigaré”.
“Más que influencia de la literatura infantil y juvenil me reconozco en la referencia a otras niñas que fueron contadas –dice Jurjevcic-. Pienso en la voz de algunos relatos de Silvina Ocampo, por ejemplo; en una representación de la niñez que puede ser también protagonista o denunciante o testigo, como en este caso, de situaciones crueles. De la literatura juvenil, tomé la estructura de la novela de aprendizaje, con la ruptura del estereotipo del personaje varón. Me pregunto ahora el porqué de la poesía y no la prosa. Me respondo: la urgencia y también la imposibilidad de nombrar todo lo que sucede de fondo; el silencio de la poesía funciona como un grito más contundente que un panfleto”.
Docente en escuelas secundarias y diplomada en educación, la autora le dio a su primer libro de poesía un tono didáctico que (sin volverlo programático) posibilita su lectura y debate en clases. Hay poemas vinculados a la epidemia de violencia contra las mujeres en la Argentina: “144 / Un número racional / que encierra lo absurdo / y vuelve a la violencia / algo matemáticamente / denunciable”. Tal vez suceda la flor da voz a las hijas. “Esa generación, la de mi hija de veinte, la de mis alumnas, ha tomado las calles a edad muy temprana y ha logrado ser escuchada hasta por sus propias madres –afirma la autora-. Son ellas las que engrosaron las marchas de Ni Una Menos y protagonizaron las vigilias durante el tratamiento de la ley del aborto. Se ganaron su espacio y hasta en la imposición de una nueva formar de administrar su menstruación. Hablan de sororidad y la practican. Y lo han hecho de un modo independiente a las instituciones a las que literalmente pasaron por arriba: no se quedaron a esperar que la escuela les dé ESI o a que sus familias habiliten determinados debates, salieron a darlos a otro lado. A mí eso me emociona”.
Tal vez suceda la flor
Mónica Jurjevcic
Qeja