El sesgo difuso de nuestro vínculo con la realidad. Borroneado; giremos poniéndolo en foco desde la perspectiva, no de las zozobras para la aceptación de lo que nos toca vivir, ni de los desgastes en adaptarnos sino desde la dimensión de una pérdida. Es decir, cómo venimos perdiendo la realidad y qué fenómenos, encrucijadas y amarguras se revelan como evidencia de que, justamente, se trata -para dar en el punto clave- de las distintas maneras de darla por perdida. Situación que no se reduce a la coyuntura actual sino que es, aunque sorprenda, la forma misma en que se constituye nuestra vida psíquica. 

Parece increíble pero nuestra posición en el mundo está dada por el hecho psicológico de que la realidad, en primer lugar, la creamos como habiéndola perdido. ¿Cómo reacciona cada época a esta locura? ¿Qué compensaciones o indemnizaciones nos procuramos ante este hecho? ¿Podemos darnos cuenta, siquiera vislumbrar, cuáles son sustitutos inacabados de algún fragmento de realidad perdida?

Para Freud, una señal esencial era la reacción con la que cada uno, justamente, consigue desprenderse de alguna porción de realidad por resultarnos dolorosa, insoportable, inentendible o decepcionante. Entonces resulta que según cómo actuemos en un segundo momento, luego de sacarnos de encima algo que nos viene de afuera como real, desembocaremos en las neurosis, las psicosis o las melancolías. ¿Habría alguna forma normal o sana, ante la necesidad tan humana de aliviar un sufrimiento, para desembarazarse de él? Freud responde sacándonos de una cachetada todo prejuicio acerca de qué sería sano y qué patológico: la reacción “normal” estaría en una buena combinación del estilo neurótico y del psicótico. Es decir: no desmentir lo que nos pasa, como en las psicosis, haciendo como que no sucede lo que sí está aconteciendo y de ese modo terminar inventándonos una realidad imposible, esta sugerencia a los fines prácticos de quedar en mejor posición para transformar la realidad en vez de perderla. 

Pero manteniendo la obstinación psicótica de no renunciar a querer cambiar la parte de realidad intragable, como sí hace la reacción neurótica, desviándose de esta empresa por no querer saber nada de que es posible transformar algo y de que no tenemos que estar concediendo todo el tiempo. 

Neurótico es quien conserva en su síntoma la realidad que rechazó a cambio de una mala negociación. Tampoco tomar el atajo abrupto de las psicosis reemplazando con un parche alucinado lo insoportable de vivir que golpea con su exigencia. Nadie “es” neurótico ni “es” psicótico, ni “es” sano. Sucede que si repetimos la misma forma de sacarnos de encima algo, será esta misma reacción reproducida la que nos delatará como auténticos neuróticos, psicóticos o normales. 

La realidad la perdemos todos, no sólo los locos; quizás, con viento a favor, en cada coyuntura de la vida de manera distinta. Sentirnos enfermos mentalmente es la sensibilidad afiebrada, efecto de ir curando el sufrimiento de aquella pérdida. Cuanto menos sanos o normales nos sentimos, es buena señal de que más estamos intentando curar. Más locos nos percibimos, indicador inequívoco de que más estamos empeñados en reparar aquella fuga de la realidad impuesta que no pudimos frenar. Quizás, la vida virtual ya incorporada como rutinaria, la inundación de imágenes nuestras y de los otros proyectándose al infinito sobre pantallas planas, hayan venido a emparchar defectuosamente la ausencia, la carencia de imagen o algún arrebato iconoclasta de la cultura, por horroroso, por atemorizante o simplemente tal vez por ausente.