Minari            7 puntos

Estados Unidos, 2020.

Dirección y guion: Lee Isaac Chung.

Duración: 115 minutos.

Intérpretes:

Steven Yeun, Han Ye-ri, Youn Yuh-jung, Alan S. Kim, Noel Cho y Will Patton

Estreno: en Flow.

Nominada a seis premios Oscar en la última gala, de los cuales se llevó el de Mejor Actriz de Reparto para Youn Yuh-jung, toda una estrella en su país de origen, la cuarta película de Lee Isaac Chung debe su nombre al vegetal del título, también conocido como apio de agua, que se consume especialmente en la gastronomía asiática y tiene como principal característica la de rendir mejor en su segunda temporada; es decir, nace, muere, renace y crece con más fuerza. Un recorrido similar al que experimenta la familia de inmigrantes coreanos que protagoniza este amable relato con aires de fábula en cuyo centro temático están el crecimiento –en múltiples aspectos–, la niñez, los vínculos intrafamiliares y las dificultades de insertarse en una cultura ajena.

"Nunca pagues por aquello que podés conseguir gratis", le dice Jacob (Steven Yeun, de Burning) a su pequeño hijo mientras cava un pozo en la tierra para buscar agua. El papá es un tipo que lo deja todo. En el sentido afectivo, porque es un padrazo esforzado, atento y cariñoso, aun cuando esto implique tomar decisiones que no le gustaría. En el sentido material, porque puso cada uno de los pocos dólares que tenía para lo que a su esposa Monica (Yeri Han) siempre le dijo que sería una casa con jardín, pero en realidad es un lote con pasto crecido en tierras que él cree prósperas para el cultivo a mediana escala de vegetales de alto consumo en la amplia comunidad coreana de la región. Y justamente de Corea –que en los años ’80, cuando transcurre el relato, atravesaba una severa crisis económica– vino Jacob junto a Monica para ver qué tan cierto era aquello del “sueño americano”. No viene bien la mano hasta ahora, con varios años de trabajar separando a los pollos hembras de los machos en un criadero. Hay deudas y sueños que parecen evaporarse. Una parte del corazón en el norte de América y otra, en el Lejano Oriente. Y dos pequeños hijos a los que hay que mantener.

Los créditos iniciales corren mientras los Yi llegan por primera vez a la granja en Arkansas: varias hectáreas de tierra fértil rodeando una casa rectangular erigida sobre cuatro pilares de concreto, como si fuera un container gigante pero bastante frágil. Cada lluvia es sinónimo de trapos de piso y baldes. Cada amenaza de huracán, la posibilidad de literalmente salir volando. Jacob tranquiliza a Monica con la promesa de que en tres años los asiáticos de la zona comerán vegetales cultivados por ellos. Pero las peleas son inevitables. En ese sentido, Minari se corre del grueso de las películas sobre inmigrantes que intentan hacerse un lugar en Estados Unidos, aquellas donde todos sufren y son constantemente discriminados, para abrazar una tonalidad dramática no exenta de humor que aborda las problemáticas intrafamiliares cuando el desarraigo pesa.

Chung –que nació en el estado de Denver, fruto de la relación de dos inmigrantes coreanos (ver entrevista aparte)– utiliza como materia prima su propia historia, aunque matizando los efectos de la memoria con evidentes mecanismos de ficción. Si bien sus ojos son los del pequeño David, el relato trabaja con dos puntos de vista. El del mundo adulto, encarnado en el padre, a través del cual observa las dificultades para la inserción y la búsqueda del sustento. Y el de ese chico para quien los atardeceres coronan un escenario atravesado por el juego y la diversión al aire libre. Una diversión que parece acabarse cuando, sobre el Ecuador del metraje, llegue desde Corea la abuela Soonja (Youn Yuh-jung). “No parece una abuela”, dice David apenas la conoce, sorprendido de que putee y no sepa cocinar. Junto a ella, y su sabiduría pragmática, la película adquiere nuevos aires, arrojando luz y esperanza donde no había. Minari deja fuera de campo casi todo lo que refiera al mundo exterior, concentrándose únicamente en esos vínculos a través de pequeñas situaciones cotidianas que describen la inmigración como una lucha con más corazón que épica.