Libertad condicional (1951), es una de esas viejas, irregulares películas de Hollywood que desde entonces ha desaparecido del foco mayoritario. Es un thriller melodramático sobre una mujer artista de la estafa (Jane Greer) que acaba de salir de la prisión y que diseña una trama para robarle al novio de su oficial de libertad condicional. "Toda la película tiene ese sabor de los productos románticos más baratos y pulp", desdeñó el diario The New York Times cuando se estrenó, cincuenta años atrás. Otros críticos fueron igualmente despreciativos. Nadie prestó mucha atención al bebé que Greer llevaba en brazos durante un breve instante de la película.
Pero ese bebé era Jeff Bridges, que así hacía su debut en la gran pantalla a la madura edad de seis meses. Llegó al "personaje" por puro azar. Su padre, el actor Lloyd Bridges, era muy amigo del director John Cromwell, y lo había visitado en el set de filmación. "Necesito un bebé", le dijo el realizador. "OK, tomá a Jeff", le dijo Lloyd, pasándole alegremente a su hijo recién nacido.
La madre de Bridges, Dorothy, tenía una pequeña participación en la película, al igual que su hermano mayor, Beau. Pero Jeff no estaba del todo feliz con la cuestión de ser arrastrado a una carrera cinematográfica aun antes de dejar de usar pañales. "Realmente nunca quise ser actor", aseguró tiempo después. "De hecho, yo me resistí porque para mí se sentía como un acto de nepotismo, que tuve las puertas abiertas para mí gracias a mi padre. Yo quería ser apreciado por mis propios talentos."
Esa actitud, de todos modos, cambió rápidamente. En los 70 años transcurridos desde su debut, Bridges ha puesto su nombre en los créditos de 94 películas para cine y televisión, y pronto volverá a la pantalla como la estrella principal de la serie de espionaje The Old Man, en la que interpreta a un encanecido ex oficial de inteligencia.
Shakespeare ha escrito sobre las siete edades del hombre. En su carrera de actuación, Bridges ya ha completado el círculo completo, cubriendo en el camino las siete bases... y quizás algunas más. Empezó en la temprana infancia; de allí empezó a tomar papeles como escolar; interpretó su buena porción de delincuentes juveniles y protagonistas románticos; se convirtió en un símbolo sexual menor en varios thrillers de los años ochenta; encarnó a algunos psicópatas en el comienzo de su edad madura; alcanzó su apoteosis como The Dude en El Gran Lebowski, de Ethan y Joel Coen (1998); empezó a asumir roles más profundos y oscuros; tuvo su momento Falstaff en el Salvaje Oeste como Rooster Cogburn en la remake que hicieron los hermanos Coen de Temple de acero en 2010; y ahora es la primera opción que consideran todos los directores de casting a la hora de buscar veteranos gruñones. El año pasado fue diagnosticado con un linfoma ("Ha salido a la luz una nueva mierda", tuiteó sobre su enfermedad, en algo que sonó bastante parecido a los parlamentos de The Dude), pero apunta a seguir trabajando.
Puede parecer extraño sugerir algo así, pero en sus setenta Bridges sigue siendo lamentablemente subestimado. Cuando ganó su premio Oscar como el alcohólico cantante de country and western en Loco corazón (2009), podría haber sido interpretado como un gesto culposo por parte de los votantes de la Academia, tratando de compensar sus acciones por todas esas performances igualmente emocionantes que en el pasado decidieron ignorar.
Bridges asumió un inesperado estatus de culto gracias a The Big Lebowski, la película que en la actualidad, para bien o para mal, define su carrera. Es un giro magnificente y altamente excéntrico para un actor que previamente no era reconocido por su habilidad para la comedia. Jeffrey "The Dude" Lebowski luce perezoso y tambaleante, pero resulta absolutamente entrañable. Su acercamiento hacia la vida ha inspirado estudios por parte de filósofos Zen. No se puede sino sentir cercanía por su actitud relajada desde los primeros momentos de la película, cuando dos pesados lo asaltan en su departamento de Los Angeles. "¿Dónde está el dinero?", le gritan una y otra vez mientras le meten la cabeza en el inodoro. "Ahí abajo, en alguna parte", responde él despreocupadamente. Los asaltantes lo llaman "perdedor" y le orinan la alfombra, y él simplemente les responde "Por lo menos soy un tipo hogareño".
Los vagos de cualquier parte del mundo encontraron un nuevo santo patrón en el desastrado, siempre amigable Lebowski. La contraparte de eso, de todos modos, es que The Dude es el primero, y a veces el único, rol de Bridges que muchos fanáticos recuerdan hoy. Bridges es tan convincente que algunos fans pensaron que estaba interpretándose a sí mismo.
La crítica de New Yorker Pauline Kael dijo que, a comienzos de la carrera de Bridges, era "El más natural y menos autoconsciente actor que haya vivido alguna vez; físicamente es como si hubiera pasado toda su vida en la ocupación de cada personaje". La periodista era una ardiente admiradora, que en una reseña de Lo importante es vencer (Lamont Johnson, 1973) sugería que Bridges "a sus anchas" era suficiente razón para "hacer que una película valga la pena ser vista", y que el intérprete "se mete en un papel y vive dentro de él".
Parece como si, años antes de que sucediera, Kael hubiera visto a The Dude ya removiéndose dentro de Bridges. De todas maneras, sus cumplidos tuvieron un aguijonazo oculto. Aun cuando celebraba su trabajo, Kael dudaba de que Bridges fuera capaz de "las indignantes escenas explosivas" que su contemporáneo Robert De Niro presentaba en sus primeras películas.
En los años setenta, el joven actor interpretó una buena cantidad de amantes atormentados y hombres solitarios. En La última película (Peter Bogdanovich, 1971), el actor es el abrasivo Duane, una estrella de fútbol americano de la escuela secundaria en un pequeño pueblo de Texas. Es el típico macho alfa, arrogante y seguro de sí mismo, al menos hasta que fracasa en dar la talla como amante del personaje de Cybill Shepherd. Ella está intentando perder su virginidad pero, en una agudísima escena en la que él simplemente no puede cumplir su cometido, no es capaz de hacer lo que ella desea.
"Ese pibe siempre tuvo cierta mezquindad", observa la camarera de la cafetería (Eileen Brennan). De todos modos y de manera típica, Bridges supo componer un personaje que podría haber sido repulsivo y hasta absurdo, pero con el que resultaba posible empatizar. Incluso cuando está rompiéndole una botella en la cara a su mejor amigo en medio de un brote de celos furiosos, luce algo furtivo, como un tipo abandonado. Ese fue su primer trabajo significativo en la industria del cine, pero aún así ya aparecía extraordinariamente confortable frente a las cámaras.
El joven Bridges también mostró excelencia como el aspirante a boxeador Ernie Monger en Ciudad dorada (John Huston, 1972), otra vez dándole un pathos y una profundidad notables frente a su personaje opuesto, Stacy Keach, como su mentor alcohólico y en decadencia. "Es sobre personas que han sido castigadas incluso antes de comenzar, pero nunca detienen sus sueños", dijo Huston sobre su película. Esa fue una descripción que podría aplicarse a muchos otros de los personajes que Bridges asumió en los comienzos de su carrera. El nunca fue del tipo rebelde que encarnaron tan bien James Dean o Marlon Brando. Cuando se encargó de esos jóvenes outsiders aparentemente temerarios, siempre en última instancia demostraban ser vulnerables, con una vida interior en la que estaban completamente perdidos.
A medida que fue creciendo, Bridges empezó a tomar papeles aún más oscuros. En Al filo de la sospecha (Richard Marquand, 1985) es el sociópata editor de periódicos que, como finalmente se revela, ha asesinado a su propia esposa. En El rapto (1993), la remake que hizo George Sluizer de su propia película holandesa, interpreta a Barney, un hombre de modales engañosamente suaves, quien gusta de secuestrar personas para enterrarlas vivas. En ambos casos, la elección de casting funcionó tan bien porque eran muy a contrapelo de lo que se esperaba.
Bridges es una presencia en pantalla tan querible, tan con los pies en la tierra, que eso hace tan shockeante el momento en que se vuelve diabólico. Terry Gilliam lo eligió como el atlético Jack Lucas en Pescador de ilusiones (1991), un temerario narcisista que, como muchos otros personajes de Bridges, cae a un abismo. Jack se encuentra devastado al descubrir que una de sus diatribas públicas ha provocado que uno de sus oyentes cometa un asesinato en masa. Así se convierte en un pobre tipo alcohólico que se desprecia a sí mismo y que, a diferencia de The Dude, no tiene ningún encanto que lo redima. En su punto más bajo es rescatado por un vagabundo sin techo (Robin Williams) en una loca búsqueda detrás del cáliz sagrado. Es otro ejemplo más de Bridges en la piel de un personaje poco simpático, interpretado con simpatía. Se combina de manera brillante con Williams, nunca tratando de superarlo pero aún así manteniendo su lugar cuando el actor, conocido por su exacerbada expresividad, llega a sus niveles más maníacos.
A medida que pasaron los años, Bridges se aventuró aún más. Hizo películas de ciencia ficción, westerns, comedias y dramas políticos. Interpretó al presidente en una película y a una estrella del country en decadencia en la siguiente. Directores de tanto renombre que iban de Michael Cimino, Francis Ford Coppola y Ridley Scott a Walter Hill, John Carpenter, Gilliam, Sidney Lumet y los Coen, lo buscaron para incorporarlo a sus elencos. Hizo películas de Marvel, aventuras de espías y dramas independientes de bajo presupuesto. En el camino hubo varias elecciones erradas, pero se mantuvo trabajando sin descanso. Mientras su hermano Beau Bridges se dedicaba a personajes característicos de reparto, a Jeff le seguían ofreciendo papeles protagónicos.
Algunos han comparado a Bridges con Robert Mitchum, la estrella con la cara del hoyuelo que, una generación antes, sostuvo de manera similar una carrera como el lacónico actor protagonista durante cincuenta años sin dejar nunca que decayera la calidad de sus performances. Puede imaginarse fácilmente a Mitchum interpretando varios de los roles que tuvo Bridges en épocas recientes, por ejemplo su giro -nominado al Oscar- como el desagradable, obstinado Texas Ranger que nunca se apura por nada en Sin nada que perder, dirigida por David Mackenzie en 2016.
Bridges, de todos modos, tiene un rango más amplio que Mitchum. Es el raro ejemplo de un actor cuyas elecciones se han ampliado, más que limitado, a medida que su carrera fue progresando. Loco corazón, que le hizo ganar un Premio de la Academia, y El Gran Lebowski, son los primeros títulos que aparecen en la memoria de la gente cuando se menciona su nombre. Pero si se mira más allá de The Dude, de todos modos, se encontrará un extraordinario cuerpo de trabajo de Bridges, en cualquiera de sus siete edades.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.