En Argentina, investigar en computación no es tarea fácil. Para ser justos con la historia –y además, para comprender los reveses del presente– hay que remontarse a 1960, cuando la situación parecía promisoria. En diciembre, la supercomputadora Clementina desembarcaba de la mano de Manuel Sadosky –uno de los pioneros en el desarrollo de la cibernética local– en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y se creaba –el 15 de mayo del año siguiente– el Instituto de Cálculo. Una época dorada para la Universidad de Buenos Aires, institución en la que todo relucía y parecía respirarse un vanguardismo que encontraba en figuras como Rolando García, Pedro Zadunaisky, Sigfrido Mazza, Oscar Varsavsky, Julián Aráoz y Mario Gradowczyk a sus principales artífices.
Sin embargo, cuando el camino parecía allanarse y la proyección internacional asomaba, el gobierno militar conducido por Juan Carlos Onganía frenaba la inercia, quebraba el clima optimista y barría de un plumazo todas las aspiraciones. De este modo, pese a que Clementina siguió en funcionamiento hasta 1971, ya nada fue lo mismo y el deterioro se extendió hacia todo el sector. Desde allí, a tono con el mapa científico general, el desarrollo informático en el marco universitario se llenó de obstáculos. Tras la recuperación democrática, en 1990, la escasez de financiamiento ofrecía posibilidades limitadas a los nuevos talentos que no tardaban en ser absorbidos por el sector privado.
Un problema que desafortunadamente persiste en la actualidad porque “muchos estudiantes consiguen ofertas de trabajo formidables en el segundo o el tercer año de cursada y dejan de estudiar”, apunta Sebastián Uchitel, uno de los máximos referentes internacionales en ingeniería de software. No obstante, hoy los jóvenes graduados pueden formarse en el Instituto de Investigación en Ciencias de la Computación (UBA-Conicet) y aspirar a participar de un área del conocimiento que aporta una considerable cuota de valor a las economías mundiales y que en el futuro, “por su presencia y sus potencialidades, deberá despegar” completa.
Al inconveniente de la promoción y el impulso del campo, se suma una traba simbólica que –por pertenecer a las entrañas de las representaciones y la cultura– tal vez sea más difícil de erradicar. Ocurre que del mismo modo que el sentido común asocia a los científicos con tubos de ensayo, guardapolvos, libros y tareas tediosas, los programadores son etiquetados bajo las carátulas de superdotados, introvertidos, fanáticos e incluso definidos como incapaces de tensar los hilos de una conversación cualquiera. Los juicios desdibujan el paisaje y construyen un imaginario equívoco que poco se ajusta a la realidad. “El segundo punto insoslayable remite a la necesidad de quebrar preconceptos instalados. Trabajar en software es trabajar en equipo. Casi ninguna de las actividades se puede realizar por cuenta propia, uno necesita del contacto diario y de la interrelación todo el tiempo. El imaginario del superdotado que solo se siente bien con su máquina ya debería desecharse”, señala.
Aquí, Uchitel cuenta cómo es investigar en computación, define en qué consiste el pasaje que va del arte de programar hacia una ingeniería de software concentrada en reducir errores, y opina sobre cómo serán las relaciones laborales del futuro en un contexto signado por desarrollos tecnológicos que suman vértigo a una realidad ya de por sí acelerada.
–¿Por qué estudió Ciencias de la Computación?
–Cuando era adolescente me regalaron mi primera computadora, así que comencé a probar y configuraba todo lo que podía porque me resultaba muy divertido. En aquel momento, para poder utilizar una máquina debías programarla y acceder al código, a diferencia de lo que ocurre ahora, que uno se limita a ser un simple usuario. En paralelo, me encantaban las matemáticas, sobre todo álgebra.
–En la actualidad, es uno de los ingenieros en software más reconocidos del mundo. Sin embargo, el camino académico no significó una decisión simple ni directa.
–Es cierto. Al terminar la carrera en 1998 tenía una pequeña empresa que desarrollaba software para clientes. Sin embargo, pronto advertí que no me sentía cómodo. Entonces, en el 2000 decidí ir a Londres a hacer un doctorado en Ingeniería de software. El objetivo era aprender, pero también cambiar de aires, conocer. Allí, lo que ocurrió fue muy curioso, cambié la trayectoria a mitad de camino y sin darme cuenta. Jamás hubiera pensado en ser profesor universitario ni en trabajar como investigador.
–¿Cómo explica la relación entre el álgebra y la computación?
–Las álgebras son estructuras matemáticas que participan de operaciones y cuentan con propiedades. Del mismo modo, cuando uno programa software, desarrolla procedimientos y métodos que producen determinadas acciones como resultado. A partir del desarrollo de programas uno aprende a razonar de forma matemática. Cuando empecé a estudiar, la programación se guiaba por un libro de referencia (“El arte de programar”) escrito por Donald Knuth. Un texto increíble que contaba con algoritmos pensados por una persona brillante que descubrió prácticamente la mitad de la disciplina.
–¿Cómo se programaba antes?
–Los especialistas programaban, testeaban el resultado y controlaban cómo funcionaba. Repetían la acción una y otra vez hasta que finalmente conseguían los objetivos esperados. En la actualidad, incluso, el 50 por ciento de presupuesto internacional invertido en el campo del desarrollo de software se destina a encontrar los errores para corregirlos y volver a empezar. Antes de que estén disponibles en el mercado, las aplicaciones que todos tenemos en nuestros celulares atraviesan múltiples ensayos. Es demasiado artesanal el proceso.
–Pienso que existe una contradicción en “el arte de programar”, en la medida en que “programar” puede definirse a partir de la automatización de tareas mientras las producciones artísticas se caracterizan por la disrupción y cierta idea de autonomía de un “genio creador”. ¿Qué cree al respecto?
–No estoy de acuerdo. En la programación existe un aspecto creativo muy importante. En muchas situaciones uno debe apelar a la creatividad e ingeniárselas para resolver problemas en tiempo real con lo que se tiene a disposición. No obstante, debe combinarse muy bien con el resto de los aspectos más rigurosos, disciplinados y predecibles. Justamente, el área de planificación es la que más problemas registra.
–¿Por qué?
–En la actualidad, nos cuesta, por ejemplo, pensar en cuánto esfuerzo es necesario para modificar un software complejo y el producto final carece de la calidad necesaria. Muchas veces, con un solo programita que se instala en el celular se pone en peligro el funcionamiento general de todo el dispositivo. Esto sucede porque, de alguna manera, no tenemos muy en claro cómo deberían ser los procesos de ingeniería.
–Comprendo. ¿Cómo es investigar en computación? ¿De qué temas se ocupan?
–Existen varias ramas. Pensamos en qué herramientas se pueden generar para que los programadores desarrollen un software confiable y de mejor calidad. Sin embargo, no nos limitamos a pensar en qué aplicaciones podrían ser útiles para los teléfonos sino que concentramos los esfuerzos en el “detrás de escena”, en su funcionamiento. Por ejemplo, nos interesa saber de qué manera los programas podrían consumir menos energía. También reflexionamos sobre algoritmos para resolver situaciones complejas.
–¿Por ejemplo?
–El inconveniente tradicional se vincula con los viajantes de comercio, aquellos individuos que deben visitar a todos sus clientes y necesitan trazar en un mapa cuál sería la ruta más fácil y accesible para organizar los tiempos. Se trata de un problema computacionalmente complicado, porque la manera de combinar opciones se incrementa combinatoriamente a medida que se multiplican los destinos.
–El sistema de GPS aplica ese tipo de algoritmos.
–Sí, pero se torna complicado a medida que se multiplican los objetivos de llegada. En general, las personas utilizan GPS para localizar un destino único.
–Por último, la utilización de las tecnologías informáticas modifican las realidades humanas todo el tiempo. ¿Qué piensa en relación a las condiciones de empleo y a los trabajos del futuro? ¿Es optimista o cultiva una perspectiva apocalíptica al respecto?
–La informática cuenta con grandes capacidades para potenciar la economía mundial a gran escala porque se trata de una industria con un valor agregado increíble. Los modos de utilización corresponden, más bien, a un tema de debate político, de la misma forma que será necesario prever cómo se distribuirán las riquezas que la industria del rubro genere. Por otro lado, no creo que la informática quite el trabajo a las personas porque las computadoras son excelentes para realizar trabajos repetitivos y aburridos, mientras que el ser humano destaca por su creatividad.
–De modo que las tecnologías y las personas son complementarias.
–Sí, las tecnologías potencian las aptitudes de las personas, que deberán formarse y capacitarse en nuevos usos y tareas impensadas.