Desde París

 Las fechas caen como guillotinas que esparcen en el terreno de la geopolítica mundial los miembros de una estrategia fallida, absurda, violenta y empecinada. El 20 de septiembre de 2001, nueve días después de los atentados del 11 de septiembre, el ex presidente estadounidense George W. Bush pronunció un discurso en el Congreso para sustentar las represalias contra las bases de Al-Qaeda diseminadas en Afganistán. ”Los talibanes –dijo Bush—entregarán a los terroristas o correrán su misma suerte”. El mundo que conocemos empezó en esos días. A partir del 11 de septiembre dejamos de ser adolescentes e ingresamos en la era del espionaje de masa, los controles policiales a ultranza, la ideología de la seguridad y la obediencia, la tortura asumida (cárcel de Abu Ghraib en Irak, Guantánamo, centros de arrestos clandestinos de la CIA, secuestros, ejecuciones sumarias) en nombre de la lucha contra el terrorismo. Las secuelas del 11 de septiembre son una amenaza de cada instante contra la libertad humana. Las huellas de aquella tragedia moldearon también las tentaciones políticas de la primera potencia mundial. El escritor Douglas Kennedy anotó que la elección de Donald Trump “es el resultado directo del miedo xenófobo engendrado por ese atentado monstruoso”.

La guerra estadounidense contra el terrorismo, los talibanes incluidos, terminó con un magistral vuelco en 2021: Washington tuvo que sentarse a negociar en febrero de 2020 (administración de Donald Trump) con sus enemigos de 2001 los términos del retiro de sus tropas y las de la OTAN del territorio afgano. Se gastaron 837 mil millones de dólares en la guerra, más otros 145 mil millones para reconstruir Afganistán a lo largo de un conflicto que duró dos décadas y durante las cuales murieron decenas de miles de personas. Al final, Osama Bin Laden y su barbarie acariciaron una victoria póstuma: derrotar al imperio allí donde él quiso que fuera, es decir, en Afganistán, y globalizar el islamismo radical. Su herencia no se ha extinguido porque Al-Qaeda se reencarnó en el radicalismo sangriento del Estado Islámico y sigue presente y activa en el Sahel, donde opera con una coalición de grupos islamistas (JNIM, Grupo de apoyo al islam y a los musulmanes), en Malí, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Somalia (Al Shabab) o Siria, en la provincia de Idlib, bajo control de la Organización para la Liberación del Levante (Hayat Tahrir), un grupo islámico yihadista-salafista aliado a Al-Qaeda en Siria e igualmente presente en Irak y el Líbano.

Supervivientes

Ni siquiera la verdad de los atentados de hace 20 años ha surgido de los escombros del Word Trade Center o el Pentágono. Murieron cerca de 3.000 personas, entre ellos 5 argentinos, y recién el 2 de septiembre de 2021 Joe Biden, mediante un decreto, ordenó “al ministerio de justicia y a todas las agencias concernidas supervisar un examen de la desclasificación de los documentos ligados a las investigaciones sobre el 11 de septiembre”. 

Su decreto es una promesa de la campaña electoral y responde, también, a la extensa batalla judicial que tanto los supervivientes como las familias de las víctimas del 11 de septiembre emprendieron contra las sucesivas administraciones estadounidenses, Arabia Saudita y otros Estados a los que consideran “cómplices” de los atentados. El grupo Familias y Supervivientes del 11-S Unidas Contra el Terrorismo está convencido de que el FBI mintió y destruyó pruebas que demostraban los lazos entre Riad y los terroristas del 11/09 (de los 19 integrantes del comando, 15 eran saudíes).

Ben Laden no calculó nunca la sucesión de tragedias que la venganza del imperio iba a acarrear. Ben Laden y Bush nos robaron el mundo en el que vivíamos para instalarnos en otro que se asemeja a las peores ficciones escritas antes de los atentados. El “antiterrorismo” colonizó el planeta y puso en manos de los Estados la facultad de hurgar cada rincón de nuestras vidas. También impulsó la islamofobia y derramó muerte y devastación en otros países. A menudo se olvida mencionar que la invasión de Irak (2003) se hizo en nombre de la lucha contra el terrorismo y de la mentirosa presencia en Irak de armas de destrucción masiva. La guerra en Afganistán empezó el 7 de octubre de 2001, la de Irak el 20 de marzo de 2003.

El talibán

El 11 de septiembre suspendió y rompió la historia. 20 años después, Estados Unidos sigue en duelo, aún hay 1.000 víctimas de los atentados sin identificar, Afganistán es una nación quebrada y los talibanes reinan de nuevo en un país que Occidente abandonó sin piedad luego de haber pretendido salvarlo.

En los enormes muros de cemento que la OTAN construyó en Kabul, los talibanes pintaron la frase: ”Hemos conquistado Afganistán y derrotado a los estadounidenses con la ayuda de dios”. Falta la verdad esencial: con ayuda de Washington. Esa verdad está retratada en un implacable informe del SIGAR, la Inspección general especial para la reconstrucción de Afganistán. El informe "What we need to learn: lessons from twenty years of Afghanistan reconstruction"  es el inventario más estricto que existe sobre la garrafal expedición de los imperios al mando del primer imperio. El texto de cerca de 150 páginas enumera todas las fallas, desde la danza cambiante de objetivos (erradicar Al Qaeda, derrocar a los talibanes, restaurar la sociedad civil, vencer al islamismo radical) hasta la estrategia de “imponer, de forma torpe, modelos tecnocráticos occidentales en las instituciones económicas afganas; capacitar las fuerzas de seguridad con armamentos avanzados que esas fuerzas no podían entender; imponer un Estado de derecho formal en un país donde el 80 o el 90 por ciento de los conflictos se solucionan con medios informales”.

¿Cuánto costó todo esto ? La Brown University evaluó los costos humanos “reales” de las guerras posteriores al 11/09: 929 mil muertos, de los cuales 387 mil eran civiles, y 38 millones de desplazados. Hay otro precio inaudito: el de una democracia que pisoteó sus valores para combatir a sus adversarios. La siniestra cárcel de Guantánamo sigue operando: es un territorio sin derechos donde aún hay 39 detenidos, entre ellos Khalid Cheikh Mohammed, el cerebro de los atentados de 2001. Son 17 los detenidos que desconocen los cargos y no tienen fecha alguna para un eventual juicio. La historia apunta hacia otra calamidad: el gobierno afgano que se formó luego de la estampida de “los aliados” de agosto de 2021 cuenta entre sus dirigentes a varios ex presos talibanes que pasaron años en Guantánamo.

El 11 de septiembre de hace 20 años, George W. Bush dijo: “Estados Unidos fue elegido como blanco porque somos el faro más brillante de la libertad y de las oportunidades en el mundo. Nadie impedirá que esa luz siga brillando”. Nadie lo impidió, salvo por el hecho de que ese faro nos ofreció dos décadas de muerte, violaciones, venganza, represión, tortura, espionaje, guerras, barbarie y obscuridad.

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