Desde Barcelona
El pasado miércoles, cuatro días antes de la celebración de la Diada, la fiesta nacional de Cataluña, el Gobierno de España anunció que paralizaba una inversión multimillonaria para ampliar el aeropuerto internacional de El Prat, en Barcelona, la segunda aeroestación más importante del país tras Madrid-Barajas. De un día para otro, una obra que iba a suponer un desembolso de las arcas públicas de 1.700 millones de euros, en un momento en el que la recuperación económica frente la crisis provocada por la pandemia requiere de una fuerte participación pública, quedaba en al aire.
Diferencias de Criterio
¿Qué había pasado? Una parte de la Generalitat (gobierno catalán), en el que conviven como una pareja mal avenida Esquerra Republicana de Catalunya (izquierda independentista) y Junts X Cat (conservadores, también independentistas) había sacado a la luz sus diferencias de criterio sobre la obra, que iba a afectar a unos terrenos que los conservacionistas estiman de gran valor ecológico. Tras convocarse una manifestación en contra de de la ampliación, algunos miembros de Esquerra anunciaron que asistirían, ante lo que el Gobierno de Pedro Sánchez consideró un cambio de criterio por parte de la Generalitat en relación al proyecto. Anunció en consecuencia que la inversión quedaba paralizada durante al menos cinco años. Significativamente, desde Cataluña no hubo reproches contra Pedro Sánchez, sino dardos internos entre las dos alas del secesionismo.
La lluvia de millones en inversiones en Cataluña formaba parte de la estrategia de Pedro Sánchez para apaciguar al independentismo que se inició con el indulto que permitió salir de la cárcel a los nuevos líderes que habían sido condenados por la celebración del referéndum ilegal en 2017. Pero más que por la política de apaciguamiento del presidente socialista, el movimiento independentista parece haber perdido fuerza por su propia división interna. La guardia Urbana de Barcelona caluculó unos 108.000 participantes,lejos de los 600.000 de hace dos años,antes de la pandemia.
Vía unilateral
A grandes rasgos, lo que divide aguas es una palabra que los dirigentes de Esquerra no quieren volver a escuchar y los sectores más radicalizados se resisten a desterrar de su vocabulario: unilateralismo. La manifestación de ayer fue convocada por organizaciones que defienden la vía unilateral, es decir, una estrategia hacia la independencia que obvia cualquier posible negociación con el Estado. El presidente de la Generalitat, Pere Aragonés (Esquerra), pese a ser el principal defensor de la vía dialogada, acudió a la marcha, a la que pretendió darle un sentido propio. Dijo que la jornada de movilización le permitirá acudir a la mesa de negociación con el aval de ese respaldo popular.
Los dirigentes de JXCat, reacios a la negociación, no se niegan a que el presidente acuda a reunirse con Sánchez, pero advierten de que sólo servirá para poner en evidencia la falta de voluntad de diálogo del Estado. Pese a que estos dos partidos son los que canalizan los votos, el independentismo no se limita a estas dos corrientes. Se aglutina, por el contrario, en una amalgama de organizaciones culturales, sociales y políticas que en los últimos meses han evidenciado una clara falta de liderazgo.
Entre vítores y abucheos
Esta división se hizo evidente en la manifestación de ayer. Los convocantes, organizaciones de la sociedad civil, se ocuparon de evitar que los políticos ocuparan la cabecera, por lo que los miembros del gobierno tuvieron que repartirse a lo largo de las columnas. Aragonés, principal exponente de la vía dialogante, fue recibido con opiniones encontradas, entre abucheos y vítores según los grupos con los que se cruzaba.
La manifestación acabó con disturbios y dos detenidos al enfrentarse a golpes grupos rivales.