Estaban todos. No faltaba nadie. La historia del deporte estaba allí, a punto de reescribirse, a instantes de establecer un nuevo punto de inflexión. Por eso, entre las 23 mil personas que colmaron el estadio Arthur Ashe, el recinto principal del Centro Nacional de Tenis Billie Jean King de Nueva York, el más grande del planeta, había buena parte de las máximas estrellas de Hollywood: Rami Malek, Brad Pitt, Ben Stiller, Bradley Cooper, Alec Baldwin y Joseph Mazzello, entre otros, no querían perderse el acontecimiento más trascendente del tenis en los últimos 50 años.

El estadio central del US Open, el último torneo de Grand Slam de la temporada, tenía encima de sí a los ojos del mundo. Las leyendas habían puesto el alma en ese lugar. Allí, en esa cancha de cemento en la que Novak Djokovic, dentro de un cúmulo de minutos, daría el último paso en la escalera que debía llevarlo directo al cielo, el lugar en el que yacen los dioses y en el que descansan las leyendas. Sobre todo, y por encima de todos, una persona: Rod Laver, el mítico australiano al que el serbio alcanzaría en pocas horas. Aquella no sería una final corriente del Abierto de Estados Unidos, más allá de que nunca lo es un partido de semejante calibre. ¿Qué había en juego? La historia estaba en juego. Por eso el propio Laver permanecía sentado en su palco, a la espera de que su récord pudiera ser igualado. Y a la espera, claro, de poder entregarle el trofeo a un Djokovic con más hambre de gloria que nunca.

Led Zeppelin sacó Escalera al cielo en 1971, apenas dos años después de la proeza que había construido Laver, la eminencia que estaba en el Arthur Ashe con una gorrita cuya leyenda reflejaba "Laver Cup", el nombre que le puso Roger Federer a su famoso certamen de exhibición en honor a su gigante figura. El fabuloso australiano había concretado el Grand Slam calendario en 1969: ganó los cuatro Majors en una misma temporada, siete años después de haberlo logrado fuera del tenis profesional en 1962, al igual que John Donald Budge en 1938. También lo consiguieron la estadounidense Maureen Connolly en 1953, la australiana Margaret Court en 1970 y la alemana Steffi Graf en 1988. Pero el único varón que lo había hecho desde el inicio de la Era Abierta (1968) era Laver. Y en cuestión de horas estaría acompañado por Djokovic.

El último escollo, sin embargo, quebró todos los pronósticos. Nadie en el mundo, ni en el propio estadio, pensaba que el ruso Daniil Medvedev, el último escalón por pisar para Djokovic, podría imponerse en sets corridos en un partido de tintes antológicos. Nadie, salvo el propio Medvedev, el elegido para quebrar la hegemonía del Big 3 por primera vez en un torneo de Grand Slam: el ruso se impuso 6-4, 6-4 y 6-4, en una actuación que rozó la perfección, para festejar su primer trofeo grande y privar al serbio de su lugar en el paraíso.

El número dos del ranking es el primer jugador de la nueva generación que consigue arrebatarle de las manos una copa de Grand Slam a un integrante de la mayor hegemonía que hubo jamás en los anales del tenis, la que impuso el propio Djokovic junto con Federer y Rafael Nadal. Es el primer gran golpe sobre la Vieja Guardia. Medvedev jugó el partido con más vuelo de su carrera y, lo más asombroso, jamás en más de dos horas y cuarto de disputa bajó el nivel. Su velocidad crucero acariciaba la excelencia. Nunca soltó el partido, más allá del peso propio de un rival que buscaba el Grand Slam y también el desempate en cantidad de Majors con Federer y Nadal, con quienes comparte el récord con 20 coronas.

Medvedev cosechó el cien por cien de puntos jugados con el primer servicio en un primer set arrollador; ochenta a lo largo de todo el partido. Un físico sin agujeros. Una potencia digna de una máquina. Y, por sobre todas las cosas, una entereza emocional pulida a partir del trabajo de su coach mental Francisca Dauzet, una pieza clave para que se convirtiera en el tercer ruso campeón de Grand Slam después de Yevgueni Kafelnikov -Roland Garros 1996 y Australia 1999- y Marat Safin -US Open 2000 y Australia 2005-. 

"Para mí sos el mejor jugador de todos los tiempos", le dijo Medvedev a un Djokovic a quien se lo vio desahuciado excepto a partir del match point que salvó cuando el ruso sirvió 6-4, 6-4, 5-2 y 40-30. Desde aquel instante el serbio recibió una inyección de energía de la gente, algo que jamás había experimentado en toda su carrera y ensayó una suerte de remontada, aunque habría necesitado poco menos que un milagro. "Aunque no gané esta noche mi corazón está lleno de alegría. Soy el hombre más feliz del mundo. Tocaron mi alma. Nunca había sentido esto", dijo, entre lágrimas.

Acaso en un repentino cambio de planes, porque nadie vaticinaba un resultado semejante, el estadounidense Stan Smith, campeón en 1971, fue quien reemplazó a Laver en la entrega del trofeo de ganador, una reliquia que al cabo recibió Medvedev. En contrapartida con lo que refleja Zeppelin en Escalera al cielo -There's a lady who's sure all that glitters is gold (hay una dama que está segura que todo lo que brilla es oro) , para Djokovic nada, ni siquiera el último escalón, brilló como el oro.


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