Ayer por la mañana, incluso antes de preparar el mate, estaba pensando lo que tenía pendiente de charlar con Poli. Números de las ediciones anteriores, cuestiones de una factura, el proyecto del libro para noviembre. En ese momento me enteré la noticia. Pregunté, corroboré. No había vuelta. Poli falleció el sábado a la noche, de una forma repentina pero plácida. Para consternación de todos los que estábamos relacionados a él, que somos muchos. Y él, como siempre, como una pauta que conecta a todos, esta vez en el dolor.

Éramos amigos hace quince años, no tanto para lo que fue su vida. Pero muchas veces nos contó historias sobre el bar que había puesto con su hermano, sobre la casa de audio que abrieron después, sobre los distintos lugares que tuvo la librería, en la galería de La Favorita, en calle Entre Ríos, en la reciente calle 3 de Febrero.

Editó y publicó cientos de libros de profesores y profesoras rosarinas, de poetas, poetisas, escritores y escritoras. Poli, tengo tanta plata, ¿alcanza para cuántos ejemplares? No te preocupes, yo pongo lo que falta, te decía.

Poli le regaló a mi hijo el primer libro que leyó hasta el final.

Se invitaba a comer a casa. Llegaban con Chachi, su gran compañera de toda la vida, con los tuppers, porque traían la comida. Poli, ¿cómo van a traer la comida, si invitamos nosotros? Vos tenés muchos hijos, me decía.

Le encantaba saber los chismes de las humanidades de Rosario y te iba contando algo, no todo. Dosificaba de acuerdo a la situación. Era un maestro para gambetear las discusiones políticas que le proponíamos.

Se fue trabajando, como siempre lo hizo. Con esa fuerza arrolladora, continua e insistente. Voy a extrañar al Poli de las 13.30 que me decía “llegando”, y me traía los libros a casa, o las cajas de libros recién salidos de la imprenta, o los dos libros recién pegados que había logrado sacarle al imprentero para que yo no muera de ansiedad esperando durante el fin de semana.

En la librería de calle 3 de Febrero, al entrar, veías un cuadro de Fontanarrosa, dedicado a él. Un hombre pensando en una mujer. Todas las veces que entrábamos con Pablo, mi marido, tenían el mismo diálogo:

- Señor, ¿este cuadro está a la venta?

- No, acá vendemos libros.

- Pero a mí no me interesan los libros.

- Entonces váyase.

Entre esa complicidad que desconcertaba a los presentes empezaba una conversación que no terminaba nunca, que iba de su rodilla dolorida, a los cuentos de los proveedores, o a quién le había vendido un pasaje para qué ciudad extraña, o algún chimento interesante del mundillo universitario. Continuaba el domingo cuando llamaba con el pijama puesto, a ver cómo estábamos, qué habíamos hecho.

Fue un gran amigo, generoso, presente, enorme. Pero también una pieza fundamental para la cultura rosarina. Hizo posible el sueño del libro propio para muchos y muchas. Es una gran pérdida para la ciudad, para la historia de la ciudad. Nos quedan sus anécdotas, las relaciones que generó entre nosotros, una común-unidad a su alrededor, las palabras que con él logramos conseguir. Hasta siempre, Poli querido.