La ola empezó hace casi un año, cuando Beginning, opera prima de la directora georgiana Dea Kulumbegashvili, se llevó nada menos que cuatro premios principales de la competencia oficial del Festival de San Sebastián 2020, incluida la Concha de Oro a la mejor película. Siguió luego con la Palma de Oro del Festival de Cannes para Titane, de la francesa Julia Ducournau, casi dos meses atrás. Y el sábado pasado llegó a su apogeo con el León de Oro de la Mostra de Venecia para L’Événement, de otra directora francesa, Audrey Diwan, sobre los abortos clandestinos en su país a mediados de los años ’60, más el premio a la mejor dirección para la neozelandesa Jane Campion, por The Power of the Dog. No hay duda: en el circuito internacional de festivales de cine, las directoras mujeres –empoderadas por los movimientos #MeToo y Time's Up- vienen pisando fuerte. Y el Festival de Toronto, que se lleva a cabo en estos días de modo híbrido -presencial para el público y la prensa locales, y de manera virtual para la prensa internacional- no es la excepción.
Al menos 40 películas saltan en el buscador del sitio web del festival cuando se escribe la expresión “Directed by Women”. Empezando por los de Alanis Obomsawin, documentalista, cantante y activista de los pueblos originarios canadienses (ella es de origen Abenaki) que fue designada madrina de esta edición del TIFF. De Obomsawin, actualmente de 89 años, no sólo hay en el festival una retrospectiva de su obra, que incluye 19 títulos entre cortos y largometrajes, la mayoría producidos por el National Film Board de Canadá, la primera institución en respaldar la obra de esta pionera del cine indigenista. También el tráiler del festival está hecho de fragmentos de cuatro de sus películas rodadas en tierras del pueblo de los Mississauga, allí donde ahora se levanta la ciudad de Toronto, como para recordarle a los espectadores quiénes eran los habitantes de esa zona antes de que llegara el hombre blanco. Es un gesto especialmente fuerte en un país que este mismo año viene de descubrir con horror –primero en la provincia de Columbia Británica y luego en la de Saskatchewan- más de un millar de tumbas sin nombre de niños indígenas en los patios traseros de lo que alguna vez fueron, en el siglo XIX y comienzos del XX, colegios internados religiosos, resabio de la política canadiense de asimilación forzada.
La religión tiene, a su vez, un peso determinante en uno de los primeros estrenos mundiales del TIFF, la película danesa Como en el cielo (As In Heaven/Du som er i himlen), opera prima de Tea Lindeburg, que abrió la sección Discovery y que en pocos días más también estará en la competencia oficial del inminente Festival de San Sebastián. Basada en una novela de Marie Bregendahl publicada en 1912 y según la propia directora (en una presentación virtual previa a la película) casi desconocida en su propio país, Como en el cielo tiene como protagonista excluyente a Lise, una adolescente hija de una familia rural danesa de un siglo atrás, cuando el peso del más rígido y rústico luteranismo se hacía sentir con fuerza.
El mayor mérito de la película de Lindeburg es su concentración en el tiempo y el espacio. Como en el cielo transcurre durante el largo viaje de un día hacia la noche, cuando la madre de Lise está por dar a luz a su séptimo hijo y el parto viene demasiado complicado para que la comadrona de la granja pueda llevarlo a cabo sin la asistencia de un médico. Pero es en nombre de Dios que se impide el llamado al doctor del pueblo, en tanto unas visiones supuestamente religiosas que han tenido tanto Lise como su madre deberían impedirlo. Así, la granja que durante la mañana luce idílica y luminosa se va oscureciendo paulatinamente a partir de las complicaciones de un parto que se va transformando casi en una película de terror, como la que anticipa premonitoriamente esa nube roja que en el prólogo del film cubre por completo a Lise dejando caer sobre ella unas ominosas gotas de sangre.
La superposición de situaciones por las que atraviesa Lise (Flora Ofelia Hofmann Lindahl) provienen evidentemente de su origen novelesco, desde la resistencia del padre a que la chica vaya al colegio hasta su despertar romántico por el muchacho huérfano a cargo de la caballeriza, pero recargan quizás en exceso una jornada ya de por sí dramática. Sin embargo, la objeción más concreta que puede hacerse a Como en el cielo es al modo casi televisivo de la puesta en escena, con excesivos movimientos de cámara que buscan un dinamismo que parece en un todo ajeno al lugar y la época. Quizás haya que buscar el origen de esta elección en el hecho de que Tea Lindeburg –debutante en cine- tiene ya una larga trayectoria en la TV de su país y viene de presentar en Netflix la serie Equinox (2020). Y la pregnancia de esa estética se hace sentir.
Aunque no faltan vicisitudes en La colina donde rugen las leonas (La colline où rugissent les lionnes/Luaneshat e kodrës) y su estilo en más de una ocasión puede incluso calificarse de “clipero”, hay mayor coherencia en el debut de la directora kosovar Luàna Bajrami. En primer lugar, porque sus personajes son tres adolescentes de hoy, que se sienten sepultadas en vida en el mísero pueblo donde transcurren sus días y que hacen todo lo posible por asomar la cabeza para tomar aire, lo que incluye salir a robar, primero un estéreo y después ropa, plata y joyas, con la idea de escapar a algún lado, a dónde sea. Pero ese vértigo teen y esos excesos de música seguramente tienen que ver no sólo con sus personajes sino también con la directora misma, que al día de hoy tiene apenas 20 años.
Celebrada quizás en exceso desde su estreno en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes de julio pasado, La colina donde rugen las leonas tiene sin embargo una verdad que es mérito esencialmente el trío protagónico, al que hay que sumarle un personaje interpretado por la propia directora, una chica que logró emigrar a París con sus padres después de la guerra y que de visita en el pueblo siente una nostalgia que sus ocasionales amigas no comprenden.
Algo está pasando en materia de cine en Kosovo. A comienzos de este mismo año, en el Festival de Rotterdam, el Premio Especial del Jurado fue para Buscando a Venera/Looking for Venera, también opera prima de una directora veinteañera, Norika Sefa. El ambiente y los personajes son muy similares a los de las Leonas, pero el debut de Sefa parece más sólido, menos espectacular pero más cinéfilo que el de Luàna Bajrami. En cualquier caso, habrá que seguirles el rastro a estas chicas.