Con el diario del lunes, y justo éste, tal vez no haya ocurrido nada que no debía ocurrir.
Como se sabe o imagina, escribir tan en caliente sobre los datos es nada fácil.
Con el correr de los días, naturalmente, se podrán mensurar mejor números particulares. Que los hay varios.
El primero, que mayormente no le interesa a nadie, es una concurrencia electoral muy considerable si se tiene en cuenta el marco pandémico y las previsiones de apatía generalizada.
Caramba: al fin y al cabo fueron elecciones primarias, y votó casi el 70 por ciento del padrón. ¿Dónde fueron a parar las advertencias de una abstención impactante?
Después, y antes de los números globales, se deberá escudriñar/comparar con rigor más estricto, no a las apuradas, algunos elementos como los siguientes, que entremezclan certezas e interrogantes. Van en orden aleatorio:
* ¿Terminó demostrado que jugaron un papel fundamental la foto de Olivos, las metidas de pata fraseológicas y la “demora” en la vacunación masiva? ¿O lo central fue una situación económica a la que la mayoría no le permitió disculpas?
* La ultraderecha expresada como libertaria que hizo una gran elección en CABA es un episodio repugnante, por donde quiera que se lo observe. Previo a preguntarse por cuál es el germen de delirantes de ese tamaño, que está bien, no hay que dubitar en horrorizarse.
* Derrotas oficialistas como las de Entre Ríos, Chaco, Santa Fe, La Pampa (otras, como Chubut, eran harto previsibles), conducen a marcar como seriamente deteriorada la relación entre el oficialismo nacional y la otrora “liga de gobernadores”.
* A la oposición le fue bien radicalizando su discurso. Visto, sobre todo, el resultado bonaerense y en específico de su conurbano, ¿faltó más Cristina? Obviamente es contrafáctico, pero, de piso, no hay que titubear en hacerse la pregunta.
* También es obvio que hubo voto bronca. Pero no es tan obvio si eso representa confianza en la oposición o que, simplemente, el enojo se canalizó a través de ella.
Nada de todo eso, ni en general ni en particular, modifica que la derrota del Gobierno es enorme en su categoría simbólica.
Ya vendrán las cuentas eventuales de la conformación del Congreso, pero lo cierto es que a nadie se le pasa por la cabeza que se votó pensando en la calidad de los candidatos. Esto fue un plebiscito sobre la gestión gubernamental.
Como ampliaremos brevemente líneas adelante, a pesar de todo es el Gobierno quien tiene en sus manos fugar en dirección positiva de este mazazo que no esperaba.
Más todavía, es el único recurso que le queda.
Lo que no está claro es cuánto será de probable que no se suma en la depresión, ni mucho menos cuánto le acertará a cambios imprescindibles.
Otra obviedad es que el Frente de Todos necesita conservar su unidad política a (casi) cualquier costo.
Las derrotas son amigas de que se confundan horizontes y el Gobierno no debe dejar el flanco de mostrarse en crisis.
Lo que se viene desde la oposición, en su totalidad, será un juego de desestabilización inmenso. Por tanto, los gestos de firmeza del elenco gubernamental que permanezca o se renueve serán claves. Del Gobierno y de la coalición.
Y como apostilla, no debe eludirse la mención al nuevo y grandioso fracaso de las encuestas, incluyendo el papelón de los boca de urna.
Más allá de que todos los consultores admitieron la incertidumbre porque, precisamente, venían de incendiarse; más allá de que influyó la ausencia de relevamientos presenciales, por la situación sanitaria y por sus costos; más allá de todo lo que se excuse, ni los encuestólogos cercanos al oficialismo ni los adherentes de la oposición, en sus pronósticos reservados, previeron siquiera de lejos estos resultados.
Pero faltaba la guinda del postre, que fue el conjunto de números trascendidos a lo largo de toda la jornada por parte de unos y otros.
Eso llevó no sólo a que los comunicadores simpatizantes del Gobierno se prendieran en apresurados análisis festejantes, y a que los opositores salieran desde las 18 con caras y voces de velorio.
La propia dirigencia cambiemita mostró en sus primeras apariciones una evidente sensación de derrota, frente a cifras bonaerenses extraoficiales que daban una diferencia muy significativa y capaz de compensar, tranquilamente, las caídas previstas en los distritos más grandes.
Pero fue la euforia desmedida de candidatos y dirigentes del FdT lo que llevó a prever que, sin dudas, debía haber datos irreversibles, corroborados, con seguridad provenientes de mesas-testigo a prueba de toda sorpresa.
¿Cómo es posible que se haya cometido semejante error? ¿No había ya experiencia suficiente con los yerros incluso inmediatamente previos, como lo fue que el mismo FdT se sorprendió por la distancia a su favor en las primarias de 2019?
En medio del clima de desazón que inunda al oficialismo por estas horas y del desafío agrandadísimo que ahora afronta, la cuestión parece menor y de hecho lo es. Pero no deja de ser otro síntoma de varias cosas a corregir, empezando por fallas insólitas en cómo se mide la temperatura popular por parte de quienes sí disponen de aparato para chequearla mucho mejor.
Lo peor que podría hacer el Gobierno es autoflagelarse, de todos modos. Y a sus cuadros y militantes les corresponde la misma responsabilidad.
Sin embargo, moverse de aquí a noviembre requiere de estímulos concretos que entusiasmen por fuera de discursos que, quedó claro, no alcanzan si solamente se trata de explicaciones (la pandemia, el consecuente bajón de la economía, la agresión mediática).
Se reveló indigerible que no se hayan podido domar índices inflacionarios que conforman récords mundiales. Que al menos no se haya intentado exhibir mayor fortaleza frente a los formadores de precios. Que tampoco, sin perder de vista los tremendos obstáculos impuestos por el bicho, no haya habido un despliegue de ideas novedosas, básicas, impulsoras de un esquema productivo más atento a los sectores de la economía popular y al sostén de las pymes.
De que se debe barajar y dar de nuevo, como se dijo aquí hace una semana respecto de que hubiera victoria o derrota, no cabe la más mínima duda.
Pero el principio, muy complicado de asimilar en estos momentos de pesadumbre, es entender que ayer hubo la gran encuesta nacional. Ni menos ni más.
Habrá que ver qué significa en concreto lo que anoche expresó el Presidente sobre haber tomado nota de la voz del pueblo (aunque no sea cierto que nunca se equivoca), y de empezar hoy mismo con las correcciones de lo que evidentemente se hizo mal.
Seguramente, como uno de los aspectos apuntados será la comunicación, sin pretensiones de minimizarlo --este espacio ha sido crítico en ese sentido-- cabe recordar que cuando hay serias fallas comunicativas es porque, primero, hay serias fallas políticas.
No sólo el Gobierno propiamente dicho sino también sus medios adictos deben revisar, con urgencia, el ir detrás en forma obsesiva de la agenda que les marca la oposición.
Pero para reemplazar eso se debe disponer de acciones que ocupen el lugar del desierto propositivo.
Y eso supone, como asimismo se señaló tantas veces, que no se puede tener un millón de amigos y no enojarse con nadie (salvo con los medios desaforados de la vereda opuesta como si además eso diera cabida a la sorpresa, como si no se supiera con qué bueyes se ara y como si fuese asunto de contestar con el indignómetro).
Si de veras se enfrentan dos modelos y por muy frase hecha que sea o parezca, hay que demostrarlo con hechos antes que con argumentos retóricos.