Los casos disminuyen desde hace 15 semanas y, con ello, las hospitalizaciones por covid descendieron a 2.103: una cifra bastante menor en comparación al pico de junio, cuando la ocupación había alcanzado las 7.969 Unidades de Terapia Intensiva. Si durante la segunda ola, el promedio de infecciones diarias llegó a los 33 mil, en la actualidad esa cifra se encuentra por debajo de 3 mil. Desde marzo de 2020, el gobierno se propuso el objetivo de que el sistema de salud no colapse, es decir, que todos los ciudadanos que así lo requirieran pudieran ser atendidos. Y esa meta se cumplió. Aunque todavía falta, sus protagonistas (enfermeros, médicos, especialistas de las distintas ramas, personal administrativo y de servicios) respiran un poco de tranquilidad por primera vez en un año y medio. Luego de tantos meses de trinchera, de descanso interrumpido, de estrés a flor de piel, de poner la mente y –sobre todo– el cuerpo; después de todo, parecen llegar tiempos de relativa calma.
“Es todo muy auspicioso, no puedo hacer otra cosa que vivirlo con muchísimo optimismo, sobre todo después de la situación crítica que experimentamos hace apenas unos meses. Esta es una realidad que en diferente medida se replica en todo el país, tanto en el ámbito público como privado”, dice el médico intensivista Arnaldo Dubin, que –aunque él no lo note– ya demuestra otro semblante. “La covid es cada vez menos frecuente en las terapias intensivas. De hecho, la situación que afrontamos hoy es muy parecida a la habitual en la etapa prepandemia. Vamos hacia una situación completamente distinta, el año que viene estaremos muy cerquita de eso que conocimos como normalidad”, anticipa el referente.
A nivel nacional, las camas de terapia intensiva están ocupadas en un 41 por ciento; mientras que en el AMBA, ese porcentaje aumenta a 43. Rosa Reina, presidenta de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, coincide con el diagnóstico de Dubin pero advierte que “la cosa no pasó”. “Estamos muchísimo mejor, tenemos muy pocos pacientes de covid internados. En algunos lugares, ya llevan varios días sin nuevos ingresos. Ello produce alivio porque también podemos comenzar a dar respuesta a las otras patologías: intervenciones y procedimientos que se interrumpieron con la pandemia”. Y agrega: “Todavía nos mantenemos expectantes con Delta que, hasta ahora, está bastante contenida. Pero aprendimos a prepararnos para el peor escenario”. La advertencia de Reina es bien fundamentada: Delta continúa acechando (probablemente dentro de poco se declare su transmisión comunitaria) y, además, existen otras variantes de interés epidemiológico que podrían comenzar a propagarse y generar problemas. El alivio no equivale a relajamiento.
El milagro de la ciencia
No hay con qué darle: la mejor herramienta que la humanidad hoy tiene a mano –con mayor o menor cercanía, según el caso– son las vacunas. A la fecha, si bien se ha visto que pierden efectividad frente a Delta al momento de prevenir contagios, la buena noticia es que continúan confiriendo una excelente protección para prevenir hospitalizaciones y muertes. En el país, ya se inmunizó al 63,4 por ciento con una dosis y al 40,7 por ciento con ambas.
Cada vez con mayor recurrencia, se repiten las noticias sobre las instituciones que, por primera vez en meses, no internan pacientes con covid. El Zonal de Nueva Esperanza (en Santiago del Estero) y El Cruce (Florencio Varela, Buenos Aires) fueron las últimas que dieron a conocer la buena nueva. Y solo por mencionar algunas, pero en verdad este estado de situación se releva en diversas latitudes del territorio nacional. “La disminución de casos, claramente, tuvo que ver con la vacunación y con la inclusión de los jóvenes, que de a poco van completando sus esquemas. En marzo-abril, los pacientes internados eran adultos de 30 a 50 años que no habían sido inoculados. En el presente, esa situación vuelve a modificarse porque muchos ya están protegidos. Tenemos que llegar a tener, al menos, al 60 por ciento de la población con dos dosis, y la verdad es que ya estamos cerca”, destaca Reina.
Se suele decir que las vacunas son víctimas de su propio éxito porque, a diferencia de los medicamentos cuyos efectos benéficos son inmediatos y palpables, con ellas la prevención se construye al interior del organismo de forma silenciosa. Sin embargo, el trabajo que cumplen para robustecer al sistema inmune es indudable. Aunque hoy los fallecimientos están en un promedio de 130 por jornada; si se tienen en cuenta los retrasos en las cargas que exhiben buena parte de las jurisdicciones, hay analistas como Jorge Aliaga, que sostienen que el promedio actual se aproxima a los 100 en cada jornada. Este dato es contundente, pues, durante la segunda ola, el promedio diario de fallecimientos estuvo por encima de los 600.
La emoción en primera persona
En las instituciones de salud, el alivio llega luego de 18 meses de oscuridad ininterrumpida. Sus trabajadores y trabajadoras respiran: ven una cama libre y los ojos se les inundan de lágrimas; compran una pizarra para anotar uno a uno los días sin nuevos ingresos de pacientes covid; se regalan sonrisas y abrazos como desde hace tiempo no se ofrecían. “Por supuesto que toda la vida festejamos cuando nuestros pacientes, después de lucharla, se iban de alta; pero con la covid todo es más fuerte”, cuenta Reina.
Durante la pandemia, las sensaciones se potencian y los sentimientos se extreman: si las tristezas se viven con intensidad, con las alegrías sucede lo mismo y la euforia se desata. “Fue muy duro afrontar el agotamiento y la impotencia por no poder hacer más por nuestros pacientes; pero también es muy fuerte cuando alguien se recupera y se va de alta, o bien, cuando directamente no ingresa, como está pasando ahora. Nunca habíamos comprado un pizarrón para anotar los días que pasaban sin tener nuevas internaciones. La emoción es tan grande que resulta inexplicable”, comparte la médica con una voz a punto de quebrarse.
“Estoy aliviado, no hay otra manera de caracterizarlo mejor”, narra Dubin, que parece dejar atrás la pesada mochila que cargaba sobre sus hombros. “Personalmente, hace más de una semana que no tengo ningún ingreso a terapia intensiva. Hay muchos pacientes con covid, pero que ya están cronificados, es decir, están desde hace varios meses y ya no están epidemiológicamente activos. La disminución notable de los contagios, lógicamente, tiene un impacto en la terapia intensiva”. Para citar un ejemplo, CABA se encuentra en el orden de las 200 infecciones diarias; si se tiene en cuenta que se interna alrededor del 5 por ciento, son unas 10 personas en toda la Ciudad que cada día requerirán una cama. Una situación que el sistema de salud porteño está en condiciones de atender. De hecho, cualquier estimación deba ser reajustada, en la medida en que la gente que se enferma por esta época suele ser más joven y, por lo tanto, exhibe formas menos críticas de la patología.
No obstante, quedan cuentas pendientes. Todavía hay mucho por hacer en relación al trabajo relacionado con las terapias intensivas del país. Como todos los grandes acontecimientos, la pandemia de la covid dejará secuelas en los profesionales de la salud, e implicará un punto de inflexión para personas que, desde cualquier punto de vista, lo dejaron todo. “Los intensivistas quedaron muy golpeados, con un nivel de estrés enorme. Algunos manifiestan la voluntad de dejar el empleo”, describe Dubin. La asignatura pendiente, desde aquí, es mejorar las condiciones de trabajo y la referencia no es solo para los salarios. “Quienes trabajamos en terapias constituimos una especie en extinción, nuestra supervivencia depende de medidas sanitarias y políticas. Necesitamos jerarquizar la especialidad y que, para empezar, nuestras universidades brinden herramientas y conocimientos en el área desde la formación de grado”.
La alegría del “no detectable”
Además de la situación en las terapias intensivas, otro de los índices que permite entrever con claridad cómo se modificó el panorama epidemiológico, está signado por la cantidad de muestras que procesan los laboratorios. En el último tiempo, hubo días en que reconocidos centros de testeo destacaron la ausencia de casos positivos entre las muestras que analizaron.
El jueves, el Laboratorio de Virología del Hospital Nacional Posadas, por primera vez en toda la pandemia, no registró nuevas infecciones de covid. En el pico de la pandemia, procesaba 300 muestras diarias con una positividad de hasta el 80 por ciento. En el último mes, las muestras disminuyeron a 100, con un 10 por ciento de positividad. Otro caso emblemático es el de la Universidad Nacional de Quilmes que, entre otras acciones, reconvirtió su Plataforma de Servicios Biotecnológicos en un centro destinado al procesamiento de muestras de Sars CoV-2. “Durante toda la pandemia me caractericé por ser pesimista, pero en verdad éramos realistas: estábamos complicados en serio. Desde hace varias semanas estamos muy confiados y todo el mundo se sorprende. Se vienen tiempos mejores, volvimos a sonreír”, comparte Alejandra Zinni, directora del Departamento de Ciencia y Tecnología de la UNQ, y científica a cargo.
Es que los y las especialistas a cargo del procesamiento de muestras siempre funcionaron como termómetro de la situación. Que en el presente vislumbren otro escenario no deja de generar tranquilidad. “Hay un dato que es emblemático y por demás ilustrativo. En nuestro laboratorio de diagnóstico, a comienzos de abril, experimentamos el pico de muestras recibidas, alrededor de 700. Y, la semana pasada, hubo días que solo contabilizamos tres o cuatro”, detalla. Y remata: “No solo eso, desde hace varias semanas notamos un descenso muy sostenido en la positividad: tenemos cada vez más jornadas en las que directamente hay cero casos positivos”.
Cero casos positivos cuando, durante los peores momentos de la pandemia, el promedio de positividad a nivel nacional era del 65 por ciento, según las referencia que comparte la investigadora de la UTN Regional Concepción del Uruguay, Soledad Retamar.
El miedo a la muerte
-¿Qué sentimiento no le gustaría volver a experimentar?- la pregunta es para Zinni.
-El miedo, ese que se siente en la panza, de no saber a lo que nos enfrentamos, a lo que puede pasar. Eso se superó porque hubo una comunión de personas que se pusieron a laburar y cuando uno decaía, el otro sostenía. Esto que te cuento se vivió en muchas instituciones del país. El primer test que nos dio positivo a principios de 2020 sentimos un miedo a la muerte horrible. El temor más visceral y primitivo. Eso no quiero que vuelva más, no lo había sentido en la vida. Hoy la realidad es otra y respiramos.