El sábado último, Leila Tschopp inauguró su exposición “La casa de fuego/La casa en llamas”, en Hache galería.

El nombre de la sala podría pensarse en términos borgeanos como “arquetipo de la cosa”, porque el plano de la planta, en un exceso imaginativo, podría asemejarse a la octava letra del alfabeto. De modo que la artista, siempre atenta a la arquitectura (que comienza dentro sus cuadros y luego los excede para proyectarse al espacio real), utilizó significativamente la simetría del recinto, así como la gruesa pared que oficia de columna y secciona en dos el espacio, con sendos pasos a uno y otro lado del enorme tabique, que funcionaría como la barra transversal de la letra “H”. Tal simetría del espacio expositivo (del que la artista se apropia completamente), genera consecuencias: la combinación de un espacio claustrofóbico con una obra de concepción geométrica y arquitectónica y, a su modo, también claustrofóbica, se potencia. Espacios y pinturas son dramáticos y ponen en juego un sistema de tensiones.

L.T. pintó las paredes de rojo, transformando inmediatamente el espacio en parte de su obra. Cuatro pinturas, rojas y amarillas, marcan una relación de disrupción y continuidad con el espacio de la galería. Están pintadas del mismo rojo de las paredes, mientras que el amarillo podría verse como luz proyectada dentro de los cuadros y hacia las salas. Las pinturas en un fuerte efecto de montaje están rebatidas del plano de la pared, en distintos ángulos y grados, de modo que allí aparece la primera disrupción, e introducen el juego de tensiones que luego avanza y toma cuerpo teatral.

La artista instaló además dos estructuras rojas que ofician de ventanal/reja, atravesando diagonalmente cada sala. De manera que paredes, pinturas y estructuras lucen notoriamente escenográficas. Toda escenografía supone una dramaturgia, una acción, una política de los cuerpos. Pero aquí la pintura es el punto de partida y, de algún modo, el manual de instrucciones de lo que se deriva todo lo demás. Según el teórico Carl Schmitt (pensador alemán que representó intereses ominosos pero cuyas teorizaciones han merecido la atención de filósofos como Giorgio Agamben) escribió que “no existen ideas políticas sin un espacio al cual sean referibles, ni espacios o principios espaciales a los que no correspondan ideas políticas”. Por lo tanto, si un lugar resulta circunscripto o definido, significa que allí actúa un contenido político. La fórmula de Schmitt sugiere que si una investigación se ocupa de la relación entre espacio y poder, hay una implicación en la que ambos conceptos entran en tensiones mutuas. En tal sentido, Leila Tshopp pone a funcionar los espacios implícitos y explícitos de su obra, y desde allí se desencadena el sistema de contrapuntos actuado por dos bailarinas/actrices, que llevan a cabo una (tal vez un poco larga) performance donde la simetría/asimetría es clave. El punto de partida teatral es la dramaturgia de Joan Brossa, cuyas citas se reparten en pequeños carteles (también rojos) en las salas. Y aunque el autor/artista catalán practicaba un teatro del absurdo, con cierto humor, su tendencia a promover la desnudez (real y metafórica), aquí también es puesta en juego, bajo la dirección escénica de Ximena Romero y la actuación de Violeta Ferrari y Priscila Velasques.

Según escribe María Fernanda Pinto, curadora de la exposición, en esta obra “todo se distancia, al mismo tiempo, de su otro. Las formas geométricas que en las pinturas parecen representar las sombras de unas rejas no se corresponden con la cuadrícula caprichosa de las estructuras que atraviesan cada espacio en dos. Tampoco las acciones de la performance se corresponden totalmente con aquellas otras que pueden leerse en los textos como leyendas. En esa falta de correspondencia se inscribe, tal vez, no tanto una desconexión como un modo de presentar el tiempo. Aquello que estamos viendo aquí y ahora no es otra cosa que un momento en el transcurrir más extenso –o tal vez más fugaz– de la vida de la escena”.

El “fuego” y las “llamas” del doble título de la muestra hablan de un límite metafórico. ¿Qué hay que hacer cuando la casa se quema? La performance pasa por varios estados: protegerse, estar alerta, mimetizarse, poner ciertas cosas a resguardo. Pero también, quizás, muestra momentos en que debe actuarse con más organización que antes, haciendo las mismas cosas, repitiendo algunas rutinas, pero más meticulosamente, porque la emergencia también sugiere cierta parsimonia, para no perder la calma.

La “casa” a la que alude el título de la exposición viene siendo el escenario obligado que nos tocó habitar de un modo particularmente intenso y prolongado durante la pandemia. La propia vida, las relaciones, la cotidianidad, transitaron el encierro como han podido en ese pequeño mundo intensivo y condensado. La casa ha sido, como nunca, el gran teatro de nuestra existencia. Entre las dos intérpretes que accionan la performance, de diferentes edades, se pueden inferir distintos tipos de vínculos, competencias y vecindades; varias clases de tensiones, paralelismos y complicidades que a pesar de la falta de referencias y contextos, resultan evidentes en sus atisbos narrativos. La exposición de L.T., en su conjunto, puede pensarse como una elocuente puesta en escena de la vida intramuros durante la pandemia.

* En Hache galería, Loyola 32, de lunes a viernes, de 14 a 19, hasta diciembre. Visitas solo con cita: [email protected], hachegalería.com