El destino de la condición humana está condensado en dos versos de dominio universal: “En la mitad del camino de nuestra vida/ me encontré en una selva oscura”. Más allá de las variaciones en la traducción, así comienza la Divina Comedia, de Dante Alighieri, el “Poeta Supremo” de la literatura italiana y universal, cuya influencia, a 700 años de su muerte (14 de septiembre de 1321), se puede rastrear en poetas como Ezra Pound y T.S. Eliot, pero también en artistas plásticos tan diversos como Sandro Boticelli, Gustave Doré y Salvador Dalí. El principal legado del poeta florentino -que es asistido por Virgilio, suerte de padre, guía y maestro enviado por Beatriz, su amada- es el Infierno, ese paisaje aterrador que es el humus de una parte de la literatura occidental que se alimentó del imaginario tétrico y las tinieblas, resumido en el adjetivo “dantesco”. Las experiencias del Purgatorio y el Paraíso no han tenido el mismo eco y atención. Dante es una especie de pariente lejano de los angustiados y extraviados del siglo XX.
En la Divina Comedia, la peregrinación de Dante no es la de quien se lanza a la aventura, sino que se trata del destino eterno del ser humano. En el poema se ve a un Dante perdido en la mitad de su vida “en una selva oscura”, que llega a las puertas del infierno, donde lo espera Virgilio, el poeta romano autor de la Eneida, que lo guiará a través de los nueves círculos. El propio Dante explica en una carta a Cangrande della Scala que la palabra “comedia” es una especie de relato poético que comienza con asuntos desapacibles y termina felizmente, y que está escrito en una lengua “humilde” y sin pretensiones. La tragedia, en cambio, empieza con asuntos desapacibles y concluye de modo horroroso, y está escrita en un estilo elevado. Semejante equivocación en cuanto al significado de “comedia” y otros términos técnicos era un achaque común en la Edad Media. El poema de Dante es una epopeya con un final dichoso. En cuanto a la lengua “humilde” o “baja”, quería decir que no estaba compuesta en un latín literario, sino en el dialecto toscano, matriz del italiano actual, que se usó entre los siglos XI y XII.
Bajo una luna incierta
El poema tiene una estructura tripartita –infierno, purgatorio y paraíso-, una división que es cristiana, como es también en gran parte la teología y la moral que Dante aprende durante su descenso y ascenso. Virgilio acompaña a Dante hasta el paraíso, donde lo aguarda Beatriz, su primer amor, quien además de guiarlo e instruirlo, reúne los ideales del amor romántico y la virtud cristiana. “He fantaseado una obra mágica, una lámina que también fuera un microcosmos; el poema de Dante es esa lámina de ámbito universal”, plantea Borges en el prólogo de Nueve ensayos dantescos. “A Dante no le basta decir que, abrazados un hombre y una serpiente, el hombre se transforma en serpiente y la serpiente en hombre; compara esa mutua metamorfosis con el fuego que devora un papel, precedido por una franja rojiza, en la que muere el blanco y que todavía no es negra (Infierno, XXV, 64). No le basta decir que, en la oscuridad del séptimo círculo, los condenados entrecierran los ojos para mirarlo; los compara con hombres que se miran bajo una luna incierta o con el viejo sastre que enhebra la aguja. (Infierno, XV, 19). No le basta decir que en el fondo del universo el agua se ha helado; añade que parece vidrio, no agua (Infierno, XXXII, 24)… En tales comparaciones pensó Macaulay cuando declaró, contra Cary, que la ‘vaga sublimidad’ y las ‘magníficas generalidades’ de Milton lo movían menos que los pormenores dantescos. Ruskin, después (Modern Painters, IV, XVI), condenó las brumas de Milton y aprobó la severa topografía con que Dante levantó su plano infernal. A todos es notorio que los poetas proceden por hipérboles; para Petrarca, o para Góngora, todo cabello de mujer es oro y toda agua es cristal; ese mecánico y grosero alfabeto de símbolos desvirtúa el rigor de las palabras y parece fundado en la indiferencia de la observación imperfecta. Dante se prohíbe ese error; en su libro no hay palabra injustificada”.
Lector asiduo de la Divina Comedia, Borges analizó el famoso verso 75 del canto penúltimo del Infierno porque ha creado un problema que parte de una confusión entre el arte y la realidad. En ese verso, Ugolino de Pisa, después de narrar la muerte de sus hijos en la Prisión del Hambre, dice que el hambre pudo más que el dolor (Poscia, piú che il dolor, potè il digiuno). Algunos han querido leer que Ugolino acabó alimentándose de la carne de sus hijos. “El problema histórico de si Ugolino della Gherardesca ejerció, en los primeros días de febrero de 1289, el canibalismo es, evidentemente, insoluble –advierte el autor de El Aleph en un ensayo-. El problema estético o literario es de muy otra índole. Cabe enunciarla así: ¿Quiso Dante que pensáramos que Ugolino (el Ugolino de su Infierno, no el de la historia) comió la carne de sus hijos? Yo arriesgaría la respuesta: Dante no ha querido que lo pensemos, pero sí que lo sospechemos”. El escritor argentino concluye ese ensayo de la siguiente manera: “En la tiniebla de su Torre del Hambre, Ugolino devora y no devora los amados cadáveres, y esa ondulante imprecisión, esa incertidumbre, es la extraña materia de que está hecho. Así, con dos posibles agonías, lo soñó Dante y así lo soñarán las generaciones”.
Política y exilio
Al comienzo del canto décimo del Infierno, Dante y Virgilio están en un camino estrecho entre ataúdes abiertos y ardientes. El poeta romano le explica al florentino que en las tumbas yacen herejes y ateos. Uno de los condenados se incorpora de su féretro y le habla a los visitantes; es Farinata degli Uberti, jefe político y militar del partido de los gibelinos, y natural de Florencia, muerto poco antes de nacer Dante. La conversación que inician Farinata y Dante es interrumpida por otro habitante de los féretros, a quien el poeta florentino inmediatamente reconoce: se trata de Cavalcante de Cavalcanti, padre de su amigo de juventud, el poeta Guido Cavalcanti. Farinata escucha el acento “toscano” de Dante y le pregunta por su linaje. Cuando Dante le responde que desciende de una familia de güelfos, expone que él ha expulsado dos veces de la ciudad de Florencia a ese partido, enemigo suyo. Dante (bautizado como Durante di Alighiero degli Alighieri) pertenecía a una familia que defendía los valores de los güelfos, facción que se enfrentó con los gibelinos en la segunda mitad del siglo XII dentro de la política del Sacro Imperio Romano Germánico. Mientras los güelfos defendían la primacía del papado frente al emperador, los gibelinos, en cambio, militaban a favor del emperador y se oponían al poder del pontífice. El joven Dante, que no se mantuvo al margen de la contienda, combatió en el bando güelfo y formó parte de la caballería en la batalla de Campaldino (1289), que terminó con la derrota de los gibelinos de Arezzo.
Hacia el 1300 sobrevino la división del partido güelfo entre negros, más radicales en su posición papista, y los blancos, más proclives a mediar entre papado e imperio. Dante, güelfo blanco, se inscribió en el gremio de médicos y boticarios (las leyes florentinas impedían la participación en el gobierno municipal a todo aquel que no perteneciera a alguna corporación), pudo ingresar al Consiglio del Capitano y estuvo a cargo de misiones diplomáticas. Más tarde lo nombraron miembro del comité de seis priores que integraban la Signoria y que gobernaban en Florencia. Fue el momento de la preeminencia de los güelfos blancos; ningún adversario formaba parte del gobierno. Entonces, los güelfos negros se fueron aproximando al papado con la esperanza de que Bonifacio VIII interviniese en los asuntos internos de la ciudad y les devolviera las prerrogativas perdidas. Ante la Santa Sede, presentaron la disposición conciliadora de Dante como una connivencia con los gibelinos desterrados, los enemigos de la injerencia pontificia en las decisiones políticas internas. Los güelfos negros, conspirando en las sombras, llevaron a condenar como “traidores a la patria” a tres florentinos integrados en la corte papal. Dante fue a Roma en misión diplomática para apaciguar la ira del pontífice. El Papa no atendió a los requerimientos del poeta florentino y envió sus tropas a Florencia. Luego de ocupar la ciudad, le entregaron el poder a los güelfos negros. Dante y sus compañeros de priorato fueron juzgados por injerencia ilegal en la elección de priores, oposición al papa y su delegado y violación de la paz. El poeta florentino fue condenado al pago de 5.000 florines y a dos años de destierro y al no declarar ante el tribunal, porque estaba retenido en Roma, se le confiscó la totalidad de sus bienes y se proclamó que, si regresaba a Florencia, sería ejecutado en la hoguera.
Aun desterrado, Dante continuó una vida política activa, intentó consolidar una alianza con otros exiliados, mientras peregrinaba por Verona, Siena, Pisa, Arezzo. Las disputas en el seno de los blancos profundizaron la frustración del poeta florentino, quien terminó renegando de su propio partido, pero también de los florentinos, a los que calificó de “perversos y pervertidos”, además de “incapaces y ociosos”. Perdió las esperanzas en el papel del pontífice como pacificador y se volcó hacia el emperador. Pero Enrique VII (1275-1313) desoyó los ruegos de Dante para que se involucrara en Florencia. Las autoridades florentinas le ofrecieron a Dante la posibilidad de volver en 1315. Si regresaba, debía hacerlo vistiendo saco de penitente, admitir públicamente su culpabilidad y pagar una multa. La proposición, para Dante, era humillante e injusta. El gobierno florentino dio marcha atrás: si volvía a poner los pies en la ciudad donde había nacido en 1265, sería decapitado. Jamás regresó a Florencia. Finalmente, aceptó la hospitalidad de Guido da Polenta, para quien ejerció como secretario, y residió en Rávena hasta su muerte. La Divina Comedia fue escrita durante su exilio. Aunque se desconoce la fecha exacta, el Infierno habría sido redactado entre 1304 y 1308; el Purgatorio de 1307 a 1314 y el Paraíso de 1313 a 1321.
Un milagro literario
En el Purgatorio, Dante se encuentra con Bonagiunta, un poeta toscano de la vieja escuela que cita uno de los poemas del propio Dante -el primero de Vita nuova (Vida nueva), escrito entre 1292 y 1293- y lo alaba llamándole dolce stil novo (dulce estilo nuevo). El estilo que siguió Dante en su lírica era una derivación de la poesía amorosa provenzal, pero enriquecido por el propio poeta. La Divina Comedia está compuesta por endecasílabos aconsonantados (ABA BCB CDC), elaboración de un esquema métrico provenzal llamado serventesio (cuatro versos de arte mayor, de los cuales riman el primero con el tercero y el segundo con el cuarto). Tanto la versificación como la arquitectura del poema están orientadas por el deseo de honrar a la Santísima Trinidad: 3 cantos, Infierno, Purgatorio y Paraíso, con 33 cantos cada uno. La obra de Dante es una bisagra entre el pensamiento medieval y el moderno; en sus reflexiones políticas confluyen elementos escolásticos y cristianos, pero también una crítica que refleja el movimiento renacentista de manera embrionaria: admiración por la república, preocupación por la antigüedad romana y la libertad, entre otras cuestiones.
Quizás haya que decirlo con un lenguaje paradójicamente “religioso”: Dante es un milagro literario, que despliega un poema enciclopédico donde se presenta el orden cósmico, ético e histórico-político, y donde tienen cabida los campos imaginables de lo real: pasado y presente, lo trágico y lo cómico, la mitología antigua, lo sublime y vulgar (el famoso verso “déjalos que se rasquen donde les pique” del Paraíso, denostado por Goethe, en 1821, como “repugnante grosería de Dante”). Aparecen Apolo, Lucifer y Cristo, Fortuna y Señora Pobreza, Medusa, como emblema de los círculos más bajos del Infierno, y Catón de Útica como guardián del Purgatorio. Hay una sucesión de imágenes, tan sólidamente engarzadas en la ordenación divina que resultan, por obra y gracia del arte del poeta florentino, terrenales: el relato de Buoconte sobre su muerte y el destino de su cuerpo (Purgatorio, 2) o el momento en que Estacio se arrodilla ante su maestro Virgilio (Purgatorio, 21). La Divina Comedia es la historia de la transformación y salvación de un hombre, pero también de la humanidad. El poeta no sucumbe a los horrores de la selva y nunca marcha solo en el gran teatro del hombre y sus pasiones más allá de la vida.
Nueva edición
Versiones argentinas
¿Qué significa leer a Dante hoy, a 700 años de su muerte? La primera traducción argentina de la Divina Comedia la realizó Bartolomé Mitre y se publicó en París, en su versión definitiva, en 1886. Como señala Claudia Fernández Speier, en un libro que estudia las traducciones argentinas del poema de Dante, la versión de Mitre estableció un discurso de reivindicación lingüística y cultural al descartar las traducciones ibéricas y proponer una solución propia, acompañada por su “Teoría del traductor” y muchas notas. Ángel Battistessa (1902-1993), filólogo, crítico, profesor universitario y traductor, publicó su traducción en 1971, editada por el Fondo Nacional de las Artes y Carlos Lohlé.
En 2002, salió una versión bilingüe en tres tomos (Grupo Editor Latinoamericano), con la traducción del médico psiquiatra Antonio Jorge Milano, que en 2014 fue reeditada en fascículos por Página/12, con ilustraciones de Miguel Rep. En 2015, Edhasa editó en tres volúmenes bilingües la traducción del poeta Jorge Aulicino, de la cual el Infierno ya se había conocido en 2011, publicada por la editorial Gog & Magog, con ilustraciones de Carlos Alonso. La novedad del 2021, a siete siglos de la muerte de Dante, es una nueva edición bilingüe de la Divina Comedia, traducida, comentada y anotada por la especialista Claudia Fernández Speier, publicada por Colihue.