Murió repentinamente cuando el mundo más allá de Finlandia empezaba a conocer sus fotografías. Había nacido en Helsinki y crecido en una familia conservadora y religiosa. Fan de Björk desde la adolescencia, estudió en la Academia de Arte de Turku y tenía un master en fotografía de arte y diseño con un doctorado en ficción fotográfica como destino próximo. Un destino que se había adelantado -como si oliera a la muerte- y ya estaba en sus fotos, escenas narradas como películas, retratos del instante cuando está a punto de ser un movimiento. Corrección: sus instantes son movimiento.
Un movimiento de mujeres en el agua cuando el agua es piso y aire. ¿A dónde van esas mujeres que no son sirenas? ¿Están perdidas? ¿Ese ahogo aparente es un modo propio de respirar sumergidas? Etéreos y mágicos sus cuerpos nadan, vuelan, duermen y cruzan el agua. Se zambullen, la penetran y ahí se quedan. ¿Cuál es el norte que buscan atrapar? ¿Vuelven de un sueño o van hacia uno? Rara avis dicen las crónicas en lugar de decir su nombre después de remarcar que la fotografía finlandesa es conceptual y que la de Susanna es tan mágica como si el realismo mágico hubiera abandonado tierra latinoamericana y se hubiera ido nadando a Finlandia.
“Son novelas”, decía ella cuando le preguntaban por sus fotos. Lo parecen, sí. Un desembarco de emociones. “Fotografío a extraños que invocan mi deseo y a los que les pido que vengan conmigo: mis deseos y mis sueños están ahí, ocultos en esas fotografías (…) también pueden ser los tuyos, puedes reconocer esos lugares en tu imaginación y tus sueños.” Miembro del movimiento fotográfico de la Escuela de Helsinki, su obra fue premiada (premio Gras Savoye Award, Rencontres d’Arles, Francia, 2005) y expuesta en muestras colectivas e individuales en ciudades europeas, en Tokio y en New York. Una secuencia de fotografías subacuáticas envolventes y poderosamente atractivas, una explosión colorida de contrastes y armonías cromáticas donde el rojo choca contra el azul, el azul contra el verde y el verde contra el blanco que está a punto de convertirse en azul. Las estrellas más calientes son de blanco azulado, azul azulado como el papel en que elegía Colette para escribir. Una fusión pictórica que borra el límite de los espacios reales enhebrando gotas como metáforas.
No hay oraciones y sin embargo un relato recorre la imagen como si se contara un cuento que solo la profundidad del agua puede narrar. Un viaje hipnótico y anhelante por el miedo, las pérdidas, la soledad y la muerte a través de escenas extremadamente personales de una mujer -que generalmente está sola- fundando realidades más allá de la realidad surrealista que el agua alberga. “Mi corazón late salvajemente cuando anticipo la presencia de la sorpresa.” ¿Método fotográfico o ensueño capturado? Lo que se ve fuera de cualquier especulación técnica es que el agua que posa para Majuri facilita contorciones y enganches, serpenteos y adherencias. Una pierna es cuerpo y también es paisaje. ¿Sueñan las protagonistas de Majuri una vida en la inmersión o es una ilusión de quien las mira?
El agua era su color favorito. Un agua, espejo de la vulnerabilidad que compartimos, que no se parece a la de David Hockney. La literatura de tres mujeres: Vigdís Grímsdóttir, Tua Forsström y Monika Fagerholm, un diseño de paisajes que se construyen en agua helada con música de Agnes Obel abren el resplandor profundo del lapislázuli ambiguo cuando lo extraño está por revelarse sin dejar de permanecer oculto.
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