Cantidad de comensales darán fe de que una comida es capaz de despertar emotivos recuerdos de infancia, a lo magdalena de Proust, como también lo ha hecho la ciencia en reiteradas ocasiones, explicando con pelos y señales por qué un plato puede retrotraer -instantáneamente y en forma vívida- a los años mozos. Dicen, por caso, que al involucrar los cinco sentidos, el recuerdo gustativo es más poderoso que otras remembranzas asociativas, como quedó ejemplificado cuando el amargado crítico gastronómico Anton Ego terminó con lagrimitas en los ojos tras probar la ratatouille niçoise que preparó el ratón Remy en el entrañable film animado, oui, oui, Ratatouille. Precisamente del alcance evocador de uno o varios platos trata la última serie ilustrada de la artista estadounidense Maggie Cowles, nacida y criada en Nueva York, con actual residencia en Los Ángeles. Cuenta la dibujante que pasó buena parte de la pandemia solita su alma, desarrollando especial estima por “el confort, la seguridad y la calidez que ofrece una buena comida familiar”. Sentimientos que intentó traducir en A Year by Myself, como tituló esta artista a una colección de imágenes donde pone la mesa con detalle y esmero, desplegando toda suerte de alimentos, para todos los gustos y todas los momentos del día (desayuno, almuerzo, merienda, cena).
“Es un trabajo que explora cómo -en esencia- un
cuarto puede estar lleno, aun estando vacío: una oda a reuniones pasadas,
presentes y futuras, a encuentros alrededor de la mesa”, sintetiza Cowles, que
pronto expondrá una selección de su nutrido menú en la galería Studio Miracolo,
en París. Con formación en arte textil, hace tiempo que Maggie se volcó a la
ilustración para plasmar “narrativas sin palabras, escenas generalmente
centradas en torno a la comida”. Mediante, dicho sea de paso, “unos
lápices que son prácticamente como
pasteles al óleo, fáciles de mezclar, de vibrantes y ricos colores”. “Si
tuviese que definir mi estética, de buenas a primeras diría que lo más
distintivo son mis manos temblorosas, una sutil sacudida que he tenido desde
niña y que he aprendido a aceptar, inclinándome naturalmente hacia las líneas
inestables”, reconoce, previo a citar -entre sus inspiraciones- al
caricaturista y autor de literatura infantil William Steig (creador del ogro
Shrek, dicho sea de paso). Dicho lo dicho, a veces un banquete es más que un
agasajo… “Una comedor cálido y exuberante, con varias botellas de vino y
distintos platos, puede leerse como un festín acogedor, pero también puede ir
convirtiéndose en una ilusión cuestionable, a lo Alicia en el país de las maravillas”, siembra la duda entre
sardinas y tomates, salmón y cerezas, budines y espárragos, mermeladas, y así.