¡Terror bichero!

Parece mentira que exista un pueblito inglés que, en apenas una hectárea y media, cuente con cientos de casas señoriales, fábricas, tiendas, un estadio de fútbol, playas comunes y nudistas, un lago, espacios de entretenimiento típicamente británicos, etcétera. A pesar de haber inaugurado en la década del '60, conviven allí los más diversos estilos arquitectónicos, desde el medieval hasta el victoriano, mientras pasan automóviles, colectivos y, de tanto en tanto, el tren. La vida es apacible para los trece mil habitantes del pueblo costero Babbacombe, situado en el condado de Devonshire, donde la gente anda a sus anchas, sin apiñamientos ni mayores preocupaciones... Salvo que, de pronto, mientras vecinos toman el sol a la vera del agua, se aparezca un pato colosal, de inquietante tamaño. Ni la primera ni la única aparición de criaturas que harían palidecer al mismísimo King Kong: no faltan perros, gatos y aves de desmesuradas dimensiones que, por razones que pronto serán aclaradas, no generan palpitaciones en los parroquianos de Babbacombe. Y es que, claro, cómo habrían de preocuparse si son muñequitos minúsculos y el pueblo, en sí, una maqueta espléndidamente realizada, en miniatura. La atracción turística, que busca representar con humor inglés la vida británica durante el último medio siglo, goza de nutrido público, de todas las edades, encantado con sus pequeños jardines galardonados y el detalle que descubren incluso al interior de diminutos edificios y negocios. Pero si Babbacombe Model Village and Gardens, tal es el nombre completo de este sitio, se ha vuelto viral en redes recientemente es precisamente por las imágenes donde aparecen “bestiales” mininos, que impresionan por parecer enormes contra el escenario liliputiense. “Hay algunos micifuces de la zona que nos visitan muy a menudo. Siempre es divertido fotografiarlos, cualquiera sea su posición”, se ha hecho eco Mike Rhodes, gerente del espacio, sobre los tiernos invasores del petit pueblo.

Sea amable, rebobine a los 90s

De las miles de tiendas que, como buen emporio, supo tener desperdigadas por todo el mundo, solo queda un último bastión en Bend, Oregon: el único Blockbuster actualmente operativo tras el cierre sucesivo de locales desde que la cadena quebró en 2010; tan raro que incluso ya le han dedicado un documental: The Last Blockbuster, de 2020. Dicho lo dicho, aunque gran parte de la humanidad paste hace rato en campos tecnológicos más verdes (las plataformas streaming, por ejemplo, que le pasan el trapo en cuanto a calidad de imagen), todavía quedan personas que se niegan a dar por obsoletos a sus VHS, aunque hayan dejado de fabricarse hace cinco años. Entre estos rebeldes con causa, que gustan darle play a sus videocaseteras, está Brian Morrison, residente de Los Ángeles, que en 2018 fundó Free Blockbuster, una red que cada vez suma más y más “franquicias”. Gratuitas, como su nombre indica: solo es necesario hacerse de una caja, emperifollarla con el logo de la iniciativa, plantarla en cualquier lugar al aire libre, y ya está, habemus un nuevo Free Blockbuster, donde cualquier transeúnte pueda tomar prestada una película o donarla, en pos de que siga girando la cinta. De momento, el proyecto goza de unas 70 sedes repartidas por distintos puntos de Estados Unidos, y a partir de junio –según su web oficial– devino “un movimiento internacional gracias a la inauguración de la primera franquicia canadiense”. Aunque está en sintonía con el revival noventero en curso, aclara Morrison que de ningún modo la propuesta es meramente nostálgica: “Es una apuesta que mira a otro futuro posible, donde compartir sea la regla. Es momento de entender que pueden existir bienes colectivos”, se planta el muchacho que, en los 90s, efectivamente laburó en la mentada cadena. Su misión, remacha, “es combatir el mito de la escasez proporcionando entretenimiento gratuito a la mayor cantidad de personas posible”. Nada más que aclarar.

La altura de Miguel Ángel

“Para la historia del arte fue un auténtico gigante, pero en persona puede que haya sido bastante bajito”, encabezan medios del globo a cuento de una investigación que habría dado con la altura de Michelangelo Buonarroti, uno de los grandes maestros del Renacimiento. Destacado personaje de la pintura, la escultura, el dibujo, no así en materia de estatura, dado su presunto 1,57 metros. A ese número han arribado el paleontólogo Francesco Galassi y la antropóloga forense Elena Varotto, del Centro de Investigación FAPAB, en Sicilia, tras analizar con detenimiento tres calzados distintos de “El Divino”, tal era el apodo del artista, que se conservan con muchísimo cuidado en el Museo-Casa Buonarroti, en Florencia. Compartieron los resultados de su trabajo en el último número de la revista científica Anthropologie, con sede en República Checa, y desde entonces cantidad de diarios han replicado el dato, mofándose del pobre Michelangelo con frases del tipo: “Aunque hoy podría subirse a la mayoría de las montañas rusas, no le sería tan fácil alcanzar las galletas de alguna repisa superior de la cocina”. Los autores del paper, de todas formas, dejan claro que, para los estándares de la época (siglos XV y XVI), tampoco es que la estatura del pintor de la Capilla Sixtina estuviese tan por debajo del promedio. Según el dúo, de hecho, cuadran sus estimaciones con la descripción que diera el escritor Giorgio Vasari en su libro Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos italianos, de 1550, donde anota sobre su contemporáneo que es “de mediana estatura, ancho de hombros, pero el resto de su cuerpo está en buena proporción (...) Muy sano, delgado y musculoso”. Queda claro, sin embargo, que no dejan de ser especulaciones, dado que –como informan voces especializadas– los restos de Michelangelo, que yacen en la Basilica di Santa Croce, nunca han sido exhumados ni estudiados. No deja de ser una posibilidad que los tres zapatos analizados ni siquiera fueran suyos sino de algún pariente; no precisamente alto, dicho está.

BTS resucita títulos

Es una verdad como un puño que el rey indiscutido del K-pop interplanetario, es decir el grupo BTS, tiene el toque de Midas. Si quedaba alguna duda de los insospechados alcances de esta auténtica pasión de multitudes, vale citar cierto gesto involuntario que –de carambola– ha generado un pequeño fenómeno de ventas en el mundillo editorial, por fuera de la propia escena musiquera. Hete aquí la cuestión: cada nimia acción de los siete integrantes de esta boyband surcoreana, cuyos sencillos se instalan durante semanas y semanas en los charts principales del globo, es observada con lupa –de muchísimo aumento– por sus fans. A mediados del mes pasado, uno de sus miembros más populares, el muchacho RM –ávido lector que ocasionalmente cita títulos de Camus, Kafka, Murakami, etcétera– compartió una fotografía en redes: además de vérselo embuchar unos fideos con sumo entusiasmo, alcanza a notarse de refilón parte de la portada de un libro, apoyado cerquita, sobre la mesa. Gracias a sus agudos reflejos, corroboró la ARMY –así se hacen llamar sus seguidores-– que se trataba de Dying Young, obra del autor Cho Yong hoon, que antaño fuera editada por la casa Hyohyung Publishing, con base operativa en Seúl. “Antaño”, en este caso, quiere decir “prácticamente dos décadas”: se agotó en 2003 y nunca más volvió a pasar por la imprenta. Algo que los fans descubrieron de la peor manera posible: preguntando ansiosamente en grandes cadenas de librerías, como Kyobo Book Center, si lo tenían, para llevarse la amarga sorpresa de que no estaba disponible hacía flor de rato. A pedido de la hinchada de BTS, sin embargo, pasó lo evidente: el libro –que trata sobre la vida y obra de doce artistas coreanos que murieron jóvenes– volvió a imprimirse, según cuenta Song Hyun-geun, representante de la susodicha editorial. “Al principio, no estábamos seguros de hacerlo, pero quisimos cumplirle el deseo a los seguidores del grupo”, fueron sus desprendidas palabras. Evidentemente resultó ser la decisión correcta, que les ha dado insospechados dividendos: días pasados, sin ir más lejos, “Dying Young se convirtió en un éxito de ventas en todo el país, nunca habíamos visto un caso parecido”, conforma Song. A la fecha, a Hyohyung Publishing le siguen lloviendo emails de fanáticos desde el extranjero, que solícitamente ruegan que se traduzca el título a inglés y se ponga a la venta para el resto del planeta, pero Hyun-geun explica que –de momento– no está entre los planes de la empresa. Habrá que ver si la insistencia rinde frutos y acaba doblegando la voluntad relativamente férrea de la editorial, que deberían prenderle unas velitas a su santito benefactor, el joven RM.