En los últimos años, varios cineastas han tratado de recuperar la durante mucho tiempo silenciada historia negra de Estados Unidos, que es indefectiblemente una historia de racismo y brutal opresión. Los ejemplos abundan y van desde películas como I Am Not Your Negro, de Raoul Peck, basada en textos del escritor afroamericano James Baldwin, o la denuncia del sistema penal estadounidense Enmienda XIII, de Ava DuVernay. O la singular Did You Wonder Who Fired The Gun?, en la que, indagando en el pasado de su bisabuelo, quien asesinó a un hombre negro en Alabama, el director Travis Wilkerson (que es blanco) logró dar cuenta en primera persona de una herida que sigue abierta.
El Festival de Cine de Toronto (TIFF), que se celebra de forma virtual y presencial en Canadá, estrenó en su sección “TIFF Docs” Attica, de Stanley Nelson, y Hold Your Fire, de Stefan Forbes, dos documentales que intentan sumar un capítulo más a esta construcción colectiva de la memoria de Estados Unidos. Y que por los momentos históricos que retratan y los temas que abordan, pueden ser leídos como las partes complementarias de un díptico.
Mientras la primera se centra en el famoso motín de presos en la cárcel de Attica, en las afueras de Nueva York, en 1971, la segunda describe una toma de rehenes protagonizada por cuatro jóvenes afroamericanos en una tienda deportiva de Brooklyn en 1973. Si bien los incidentes fueron muy distintos en escala –en Attica murieron 43 personas, la mayoría de ellos presos negros, mientras que en Brooklyn solo una, un policía blanco-, ambas dan cuenta de la siempre tensa relación entre un cuerpo policial mayormente blanco y la comunidad negra.
La rebelión en Attica comenzó el 9 de septiembre de 1973, cuando un grupo de presos logró controlar el centro penitenciario de alta seguridad y tomar como rehenes a casi 40 guardiacárceles. Eran unos 1.300 presos, en su mayoría afroamericanos, además de algunos hispanos y unos pocos blancos, quienes, según cuenta uno de los muchos exinternos entrevistados para el documental, sentían por primera vez en mucho tiempo que habían recuperado en parte el control sobre su vida. Exigían una mejora en las denigrantes condiciones en las que eran obligados a vivir. Algunos de los pedidos eran tan básicos como poder contar con más de un rollo de papel higiénico al mes, un cambio de sábanas más frecuente o la eliminación de la carne de cerdo del menú de los presos musulmanes. Otros tenían que ver con la mera supervivencia: exigían que los guardiacárceles –todos blancos- no los golpearan y maltrataran.
Las negociaciones comenzaron ese mismo día cuando Russel Oswald, jefe del sistema penal de Nueva York, ingresó al centro rodeado de cámaras de televisión, lo que explica el abundante material de archivo sobre el cual descansa el documental. “¡No vamos a morir aquí!”, gritaba uno de los prisioneros a su paso, mientras que Elliot James RD Barkley, erigido en portavoz, proclamaba: “¡Somos hombres! No somos bestias”. El diálogo continuó por algunos días impulsado por un comité de observadores conformado por abogados y periodistas, entre otros. Si bien ninguna de estas imágenes del motín es inédita, Nelson logra articularlas de modo convincente en un relato cronológico cuyo dramatismo va en aumento de la misma forma en que lo hizo la tensión dentro de Attica.
El resto de la historia es conocido: cuatro días después de iniciado el motín las fuerzas de seguridad irrumpieron en la prisión a los tiros causando tal baño de sangre que la Comisión McKay, creada para brindar un informe policial sobre lo sucedido, concluyó que “con excepción de las masacres de indígenas a fines del siglo XIX, el asalto de la policía estatal que puso fin al levantamiento de cuatro días fue el enfrentamiento más sangriento entre estadounidenses desde la Guerra Civil”.
Al material de archivo televisivo de Attica se suman algunas grabaciones internas de la policía de Nueva York, en una de las cuales se escucha a un francotirador referirse a un preso como “el caballero negro más asqueroso y negro que vi en mi vida”. O el registro de una conversación telefónica entre el gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller y el presidente Richard Nixon, en la que estos suenan mucho más preocupados por su imagen política que por las vidas en juego.
Uno de los principales méritos del documental de Nelson –quien suele abordar en sus películas figuras de la historia y la cultura negras: The Black Panthers: Vanguard of the Revolution o Miles Davis: The Birth of the Cool, disponible en Netflix- es la abrumadora cantidad y calidad de testimonios de protagonistas y testigos que logró recabar. Entre ellos el de figuras como el ya octogenario reportero afroamericano de ABC News John Johnson, quien recuerda que cuando los policías salieron enardecidos del penal tras la masacre, algunos de ellos lo apuntaron al grito de “¡negro, negro!”. O el de un expreso que evoca con frustración que la visita al centro penitenciario de Bobby Seale, cofundador de las Panteras Negras, duró apenas tres minutos.
Por su parte, Hold Your Fire puede leerse casi como el colofón de Attica, ya que, según se afirma en la película, fue durante la toma de rehenes en esa tienda de Brooklyn en la que se consolidó el concepto de “hostage negotiaton”, es decir, el uso del diálogo, y no la fuerza, para resolver estas crisis. Al parecer, fue la sombra de Attica lo que permitió que la policía de Nueva York prestara por primera vez atención a un joven oficial con estudios de psicología llamado Harvey Schlossberg, quien ayudó a resolver la crisis y cuyo lema era: “Todo se puede resolver hablando”.
Al igual que Attica, Hold Your Fire apela a las fórmulas clásicas del documental –imágenes de archivo y cabezas parlantes- y a un relato cronológico que va ganando en intensidad. Esta poca originalidad es compensada por la potencia de los testimonios, como los de dos de los entonces secuestradores, el dueño de la tienda o el mismo Schlossberg. Sin embargo, uno de los alegatos más reveladores es el de una testigo indirecta, la hija de una mujer tomada de rehén en ese entonces. Según cuenta, los secuestradores le ofrecieron a su madre la libertad. Pero la mujer, que también era afroamericana, declinó la oferta: prefirió seguir secuestrada a salir caminando hacia la policía con las manos en alto.