Y el reino de las tinieblas resultó victorioso… en los MTV Music Awards, claro, que se celebraron los pasados días en el Barclays Center neoyorkino, llevándose el galardón más codiciado de la jornada -a mejor videoclip- el díscolo Lil Nas X por Montero (Call Me by Your Name). El artista queer se relamió agradeciendo a la gay addenda nomás asir el premio por un clip que, meses atrás, le valió una lluvia de dardos envenenados de la platea puritana y homofóbica. No vieron con buenos ojos que -como un Adán encantado de caer en desgracia- el flexible muchacho bajara en caño al infierno para perrearle en taquitos al mismísimo Lucifer, seducirlo, tener sexo, y proceder a robarle los cuernos para consagrarse él mismo flamante monarca del Averno. Entre el público cautivo -y cautivado- en su momento, estuvo el satanista, que manifestó su expreso apoyo al artista rap/pop/r&b.
Olivia Rodrigo, BTS, Justin Bieber y Machine Gun Kelly, por cierto, fueron otros ganadores de la edición 2021 de los MTV Awards; además de Billie Eilish que, en su momento, también tuvo un fugaz encontronazo con almas pías por su arrebatador All The Good Girls Go to Hell, de 2019. Por esas fechas, en los escondrijos de la web, preguntaba una contrariada personita: “¿Puedo ser una buena cristiana y gustarme su música?”; a lo cual respondían benévolos equis: “Estás en nuestras oraciones”. En otros chats similares, se multiplicaban -como panes- las dudas, y los “amén”.
Siguiendo la línea sacrílega, quien hizo además una aparición mega-estelar en la ceremonia fue la profanadora por excelencia: Madonna, enfundada en cuero al estilo dominatrix, confirmando que algún pacto fáustico habrá hecho con el Diablo para que no le pasen los años (o acaso tiene un cuadro en el sótano como Dorian Grey). Vale recordar, en esta lista demoníaca, que a la reina del pop lo menos que le dijeron fue “hereje” cuando, en el ’89, lanzó el incendiario Like a Prayer, en cuyo clip se mostraba extasiada como Santa Teresa de Ávila al atravesar la experiencia mística, herida por una flecha enherbolada de amor, como confesaba en uno de sus poemas. Hasta el Vaticano le salió al cruce por besarle los pies cincelados a la figura de un santo afroestadounidense que, ante la devoción de la diva, no pudo menos que cobrar pulso, vida.
A quien -por el momento- los chupacirios no le han dicho ni “mu” es a Halsey, nom de plume de Ashley Nicolette Frangipane, que las pasadas semanas sacó el muy elogiado If I Can’t Have Love, I Want Power, “un álbum conceptual sobre las alegrías y los horrores del embarazo y el parto”, según se despachó la muchacha, gustosa además de desandar la perniciosa dualidad con la que ha lidiado la mujer históricamente: “La de puta y la de santa”, en sus sucintas palabras. Cuestión que, entre los temas, la veinteañera se autoproclama antojadiza divinidad: I’m not a Woman, I’m God, interpreta en tono desafiante quien ya ha sido ungida por Taylor Swift. Si las chicharras eclesiásticas no han sonado y nadie ha levantado el guante, acaso sea porque el clip -con ínfulas griegas- la ubica en tradición politeísta, parte de un posible Olimpo, quizá como una Zeus andrógina new age. Nótese, por cierto, que el tema fue producido por Trent Reznor, de los alt-rockeros/metaleros Nine Inch Nails, banda presente en cualquier recuento blasfemo por su track Heresy.
Algo nos había adelantado Ariana Grande tres años atrás, profética y profana (también pictórica, al bañarse en lustroso río de acuarelas, e incandescente, al cantar desde las llamas): sobre la posible identidad de la ubicua y elusiva deidad, en una aproximación deliciosamente non sancta y deliberadamente sensual, dejó dicho la estrella pop, con sus consabidas acrobacias vocales, que God is a Woman.
En fin, sobran las recomendaciones irreverentes. Está, por caso, el megahit incombustible de los 90s, One of Us, donde Joan Osborne desafiaba la narrativa clerical (alejada de las prédicas humanistas del propio Jesús, dicho sea de paso) al proponer que acaso un cuerpito de nada, perecedero y terrenal, podía contener la inmensidad divina. ¡Blasfemias!, se desgarraron las sotanas algunas voces extremistas, encrespadas por tal simple pregunta: What if God was one of us? Algo parecido le pasó a Lady Gaga con la canción Judas, incluida en el LP Born This Way, de 2011, donde refundaba mitología al ponerse en la piel de una María Magdalena flechadísima por el entregador Judas Iscariote.
Antes, en 1970, John Lennon ya había generado malestar en ciertos grupos confesionales: “Dios es un concepto a través del cual medimos nuestro dolor”, cantaba el Beatle-más-grande-que-Cristo en God, de su primer disco solista, para martirio de devotos conservadores. Mismo nombre, por cierto, lleva una canción de Tori Amos que también revolvió el avispero puritano en sus días, pero no justamente por consultarle al Todopoderoso si no necesitaba una manito femenina cuando las cosas le salían como el traste (a veces, como señaló Tom Waits antaño, God’s Away on Business): fue su video, sincretismo de ritos religiosos con prácticas paganas, donde ella manipula serpientes y ratones en el interior de una iglesia, el que atormentó a almas beatas.
A Serge Gainsbourg, por cierto, no le hicieron ninguna historieta por ese encantador dúo de amor desencontrado, interpretado junto a Catherine Deneueve, Dieu fumeur de havanes. “Dios es un fumador de habanos, como yo”, se tiraba incienso el galante francés, arrastrándole el ala a una Cat que le bajaba los humos: “No, cariño, tú solo eres un fumador de Gitanes”. Más claro, echale agua. Bendita, si quieren, pero que sea filtrada en tiempos de protocolo.