Una mujer de sesenta años, que ha aceptado de manera mansa interpretar los papeles de buena hija, buena esposa y buena madre a lo largo de su vida, protagoniza Otras cosas por las que llorar (Tusquets), primera novela de Luciana De Luca (Buenos Aires, 1978). Hija de inmigrantes italianos, casada con un hombre tan infatigable como parco y madre de un solo hijo, Carolina intenta aplicar a lo largo del relato el método que le sugiere el médico para amortiguar el avance de su enfermedad: “Anote si se olvida, anote si duda, si tiene fantasmas en el borde del ojo, si se le oscurece el ánimo y siente una tromba de olor a sangre que viene de adentro del cuerpo”. La novela enlaza episodios de la infancia y juventud de la protagonista con el presente, cuando por decisión de su marido se empieza a desmantelar uno de los últimos refugios del hogar: el patio de baldosas rojas donde crecen plantas y árboles frutales. La novela de De Luca condensa en breves escenas aromas, voces e imágenes de fantasmas familiares. “Papá se me aparece de a ratos, caprichoso como era él, inmanejable, con la piel brotada de rosácea, una frutilla encima de un plato de porcelana”.

La elección de la protagonista parece ir, si no en contra, por lo menos por otro cauce que el de la actual narrativa escrita por mujeres, con personajes que responden a las demandas de la actual agenda feminista. Carolina es una mujer subyugada –en sus dos acepciones: fascinada y dominada- por hombres: padre, hermano, marido e hijo. La rebeldía, que apenas asoma, se expresa en el cuerpo y en su conciencia iridiscente del entorno acotado en que vive y del universo de recuerdos, fragmentado como las lajas que encarga Antonio (sin consultarla) para reemplazar las baldosas del patio.

“Es cierto que Carolina es una protagonista antiheroica –admite la autora-. Me resulta interesante la posibilidad de echar una mirada de lupa sobre una vida que, en principio, puede parecer insignificante. Para mí no lo es: hay hondura y grandeza en vidas que parecen ordinarias. Y si voy más allá, puedo pensar que no existe algo como una vida ordinaria. Las heroínas son muchas menos que las mujeres que vivieron sus vidas a la luz de la ausencia de épica, que aceptaron patrones, que se quedaron con las cláusulas del sistema. Y al mismo tiempo me rebela la idea del caso de éxito como modelo deseable de relato. La rabia, la frustración, el enojo, el resentimiento me parecen sentimientos incómodos, molestos, irreverentes y poderosamente narrativos”. Más temprano que tarde, como pasa con sus plantas cuidadas con agua, leche tibia y lágrimas, las emociones inhibidas de Carolina florecen en la novela. “Su rabia es también mi rabia –afirma De Luca-. Soy yo y al mismo tiempo es una fantasía y es mi abuela. Me permito pensar que es una historia sostenida por una voz que es la de muchas mujeres monologando al mismo tiempo. Una rabia coral. Fui trabajando esa voz con mucho compromiso, con mucha entrega. No me ceñí a la idea de que quería escribir una novela porque necesito escribir sin bordes, sin límites, como si escribiera encima del mundo”.

Antes de Otras cosas por las que llorar, De Luca publicó libros para niñxs y cuentos para adultxs. “Mi recorrido literario fue una especie de goteo introvertido, espaciado, y creo que necesité de todos estos años para llegar a construir mi voz, mi método de trabajo, mi forma literaria de ver el mundo –reconoce-. Hay mucha diferencia, al menos en mi experiencia, entre los modos de escribir literatura para niños y grandes. No tiene que ver con la autoexigencia, sino con el tiempo, con la inmersión y con los dispositivos emocionales que me exigen una y otra”. El despliegue de la voz de Carolina se da en forma gradual hasta alcanzar un registro de ensueño casi clarividente, habitado por la memoria personal y la percepción del cuerpo. “En un gran porcentaje es una novela sobre el cuerpo de la protagonista y su memoria, que es a la vez mi cuerpo, mi memoria y esta especie de Babel de cuerpos y memorias de muchas mujeres que conocí, que me rodearon y que me rodean –sostiene la autora-. El cuerpo es un territorio de batalla, de disputa, de tensiones, de intercambio, de celo, de ejecución y resistencia a los mandatos. Me resulta fascinante el paso del tiempo, las transformaciones que sufren ambos, cuerpo y memoria, y las funciones que va asumiendo el cuerpo en los distintos momentos de la vida de las mujeres”.

Otras cosas por las que llorar

Luciana De Luca

Tusquets