La familia como refugio o la familia como peligro: elige tu propia aventura. Esa parece ser la premisa que guía el pulso narrativo de Santiago La Rosa. Acaba de publicar su segunda novela, La otra hija (Editorial Sigilo), donde retoma la pregunta por la angustia sofocante que la reproducción conlleva: "El punto de partida fue el temor por los hijos. Cómo voy a cuidarlos, qué mundo les voy a presentar".
Un padre joven, urbano y primerizo intenta abordar la crianza de su hija en medio de la desaparición de su propio padre: un hombre con una impronta y una marca fuerte, exitoso, renombrado; y con un pasado algo difuso, confuso y hasta oscuro, que empieza a emerger junto con su ausencia. Una historia motorizada por esa ausencia omnipresente, que lleva al protagonista de Buenos Aires a diferentes locaciones en busca de respuestas, acabando con una migración de la Ciudad al ámbito rural. Es una novela regada con marcas de época, y que dialoga tanto con su tiempo como con un lenguaje universal: la familia y la paternidad.
Aunque deja asentado que es un delicado trabajo por ejercer la ficción, por tamizar las angustias y obsesiones personales en una multiprocesadora narrativa, hay una cercanía inevitable: La Rosa es un treintañero con dos hijos pequeños, psicoanalista, que hace tres años dejó Buenos Aires para vivir en un pueblito en Traslasierra, Córdoba, y que maneja CHAI Editora junto a su esposa Soledad Urquía. Todo eso en un mundo amenazado por la humanidad y su modo de ser y estar en él, donde la precariedad laboral y la pobreza extendida entre la juventud son regla. Tener miedo por los hijos parece una obviedad universal, pero hay algo más.
En su anterior novela, Australia (Metalúcida), La Rosa ya indagaba en los efectos de la reproducción –o la falta de– para la vida de una pareja. Y desde entonces, parece, tiene una búsqueda y una pregunta que lo guía: ¿qué hace uno distinto de lo que hicieron con uno? "Es una pregunta que tengo conmigo mismo, y una pregunta social de esta época. Porque es una pregunta que tiene que estar. Las coordenadas en la que nos criaron y nos presentaron cómo era ser un padre y ser un hijo es algo que se actualiza y cambia", dice Santiago.
► El lugar invisible de papá
--El pasaje de hijo a padre está en la novela. ¿Qué particularidad tiene hoy, para vos?
--Pienso que al no estar esa coordenada o al no haber algo que esté intrínsecamente bien o mal, la dimensión de invención es mucho más fuerte. No hay nada por sentado. Quizás nunca estuvo, lo sé, pero hoy esa invención de nuestros roles de madre y padre es mucho más posible que en otros momentos, cuando el padre o la madre tenían ciertas características más adjudicables, al menos a priori. Hoy esas coordenadas están como más estalladas.
--Qué bueno… y qué angustia.
--El libro es eso. Esa angustia. Y si bien es una pregunta universal que se actualizó en cada paso de generación, el libro juega con cómo armar una respuesta individual con esa pregunta que puede ser universal.
--Matar al padre, la ausencia omnipresente como motor, el propio camino... ¿Cuánto de esas ideas es generacional o un malestar de época?
--En algún punto si bien el padre es terrible y tiene mucha oscuridad, me parece que los padres siempre tienen esos lugares invisibles para los hijos. Es particular, pero me parece que algo de la época se puede espejar para muchos, porque incluso lo pienso como padre: fallamos todo el tiempo. Hay un montón de respuestas que no podemos dar. Ese fallo es algo intrínseco a ser padre.
--Ese interés por la familia, que ya estaba en Australia, ¿por qué surge?
--Es algo que me pasa, son inquietudes muy arraigadas en mi experiencia del día a día. Uno podría decir que está bueno lo de que la familia convencional ya fue, pero me parece interesante preguntarse cómo la familia es, aunque "ya haya sido".
--Hay algo de mandato en eso de que "la familia ya fue" también…
--Hay un campo de la libertad que puede ser tan angustiante como estar encerrado. Ahí van la invención y la construcción, armar una versión propia. Me gusta mucho cuando el psicoanálisis trata de leer algo de lo social, cuando trata de explicar la época.
► Hacia rutas salvajes
La época habla a través de Santiago y, a la vez, él es un producto inescindible de su tiempo. Todos lo somos. Su adolescencia de lecturas solitarias, erráticas y dispersas, que retomó para crear la atmósfera y la pregunta por el padre en su novela, también lo compone. Lecturas producto de un camino autodidacta y autónomo que hoy replica en el modo de armar el catálogo de CHAI, la editorial que ideó junto a Urquía como un modo de proveerse un marco de contención económica para la salida de la gran ciudad al campo.
El pasaje de la lectura a la escritura –tras un breve y productivo trabajo en el taller de Federico Falco– lo trasladó de la soledad a la conversación, a la literatura como un modo de comunicar. CHAI es parte de ese movimiento. "Es una conversación entre Soledad, Fede Falco, los lectores y yo. Me gusta mucho más esa idea de la literatura como conversación, y compartida. Es diferente a eso que vivía como retraído y sin salida al mundo."
Lejos de la idea poética de abrir una editorial por el deseo de publicar sin importar qué ocurriera, hoy ya tienen un sólido catálogo destacado entre libreros y una creciente comunidad de lectores. En el catálogo figuran autores no traducidos previamente (Santiago lee inglés, francés e italiano) y con ciertas características: "Nos parecía que faltaba una curaduría que no esté calculada por la fama del autor, sino por calidad literaria; porque con eso se arma una editorial y no con autores individuales. Es como una colección y esa vieja idea de catálogo. Queremos que sean libros que nos gustaría tener en nuestra biblioteca".
Las vidas de editor y escritor están enraizadas por la posibilidad del tiempo. De las lecturas en vacaciones a la proyección de irse de Buenos Aires, dejar de ejercer como psicólogo, abordar la crianza, el tiempo de lectura profundo, de trabajo en su escritura. Todo se abrió en La Población, Córdoba, un pueblo de poco más de 800 habitantes que está recibiendo el influjo de la salida urbana pospandémica. En eso también La Rosa y su libro –donde se produce una salida parecida– dialogan con su tiempo.
--¿Por qué creés que está cada vez más presente esa idea de salir de las ciudades?
--En nosotros estaba muy clara la experiencia de la pausa y Buenos Aires era de mucho movimiento; y esa pausa empezó a tener más brillo, nos resultaba más interesante. Y estaba la pregunta de cómo hacerla sostenible: la editorial apareció un poco junto a la idea de mudanza.
--¿Y es para cualquiera?
--Hace poco publicamos El gran jardín, de Lola Randl, y está en línea con esto: está como romantizada esa idea del campo, pero es una vida cruda, no es idílica: hay que atravesar limitaciones materiales que en la ciudad no están presentes. Y, por otro lado, es muy loco la cantidad de ente que está viniendo a vivir. Es sorprendente y salvaje.