Después de colgar en YouTube, el 16 de diciembre pasado, su primer trabajo discográfico, que lleva su nombre, Louta se convirtió en uno de los nuevos iconos sub 23 del indie argentino. Desde entonces, y trayendo la máxima de Muhammad Ali a los tiempos 2.0, su fenómeno vuela como hashtag y pica como tag. A pesar de la simpleza, su propuesta es contundente: combina la música urbana post reguetón con el teatro. Tras cada show, el boca a boca y las viralizaciones reclutan a más chicos a su experiencia. “¿De dónde salí? De la decisión de hacer un disco”, explica este rubio espigado de ojos azules mientras espera su licuado de banana en un bar de Palermo tan vintage como su chomba azul. “No tuve otros proyectos antes. Soy DJ pero sin una carrera de larga data en las bandejas. Tengo 22 años. Terminé la secundaria a los 18, me fui de viaje a Europa a buscar algo, y volví más desencontrado de lo que me había ido. Y en ese momento escribí en un papel: ‘En 2016 saco un disco’. No tenía ningún tema pero de esa decisión profunda salieron las canciones. Así que provengo de ahí. Luego alguien me dirá qué lugar ocupo en la escena.”

A contramano de su condición de novel artista, Louta viene de una familia indispensable para entender la cultura popular en Argentina a partir de los ‘80. Su padre es Diqui James y su madre es Ana Frenkel, ambos fundadores del grupo de teatro De La Guarda, aunque hoy invierten su energía en Fuerza Bruta. Y sus tíos son Diego (otrora líder de La Portuaria), la bailarina Julieta y la diseñadora Violeta, y su abuelo es el economista radical Roberto, pieza clave del equipo económico de Raúl Alfonsín. “Mis viejos no son sólo una influencia artística sino también humana. Son grandes padres”, sentencia el músico y productor.

“El haber estado en un teatro desde muy chico me marcó, al punto de que mi relación con el sublow se produjo desde los tres años, porque dormía en una caja, atrás del escenario, y sentía la vibración. Todo lo que hago viene de ese lugar, al igual que la tensión, la presión de la gente, el agite, el arengue y el olor a chivado. Estoy  recontra orgulloso de la familia que tengo, y todo eso está en mí. Quizá por eso tengo confianza en lo que hago.”

Si bien participa en el negocio familiar todos los viernes en el C.C. Recoleta –como DJ residente de las fiestas post función de Fuerza Bruta–, Jaime James, el nombre detrás del álter ego, el caucásico que deja de parecerse a un nórdico cuando habla, prefiere tomar distancia en su emprendimiento unipersonal. “Mi viejo, mi mamá y mi tío son aliados; jugamos en el mismo equipo, y es hermoso. Son conocidos, pero por suerte no tienen la exposición de Tinelli, así que no tengo esos problemas”, apunta Louta, cuyo padre estuvo entre los espectadores cuando fue acto de apertura del primero de los dos shows que ofreció a comienzos de mayo la revolucionaria banda canadiense de jazz BADBADNOTGOOD, que pidió que él fuera su soporte ese día en Niceto Club. “No tengo complejos con que mis padres me digan cosas. Está buenísimo. En mi performance, yo bailo; y  quien me hace sugerencias es la mejor bailarina contemporánea de la Argentina. Ambos me ayudaron, pero me hago cargo de lo que conseguí. Lo que uno construye, no se lo saca nadie.”

¿Por eso te llamaste Louta?

–Me pareció cero poético. No quiero que me llamen por mi nombre, eso es terrenal. Con Louta, no sabés si hay batero, saxofonista o si todo está sampleado. Si alguien me dice: “Soy fanático de Jaime James”, es un boludo. Prefiero que vengan a ver a Louta porque es una entidad. Y suena bien.

¿Y qué significa?

–Es una marca.

Además de cantar, en los créditos figura que tocás guitarra en un par de temas ¿Esas son tus herramientas?

–La guitarra que toco es deforme. Los acordes son de otro. Toco instrumentos desde un lugar muy físico. Yo hago música a partir de la idea y la experiencia. Lo mismo con mi voz: me chupa un huevo la técnica. Tenía canciones y nadie las podía cantar mejor que yo.

Tu debut discográfico tiene ocho canciones que no pasan los 25 minutos, ¿es un EP o un álbum?

–Es un álbum. Está en YouTube y Spotify. Y ahora lo vamos a imprimir, hay algunas propuestas. La primera vez que lo toqué en vivo fue en diciembre pasado.

¿Cómo es que ya metés 800 personas en tus shows?

–No sé. Les gusta a los pibitos de 13. No subestimo a las personas. El último álbum de Kanye West es rarísimo, más que el mío, y le va bien. El disco lo coproduje con Tomás Susevich, un artista de la concha de la lora. Todos los que participamos en el disco somos de capital y nos conocemos desde hace mucho. Pegamos buena onda, al igual que con Simón Poxyran y Fran Saglietti, quienes me invitaron a tocar –NdR: con Perras on the Beach y Francisca y los Exploradores, respectivamente–. Todos me tiran la mejor.  Si bien Internet facilita las cosas, no hay que perder de vista que la escena ayuda un montón. Está buenísimo el disco y está buenísimo el show. Eso es lo que quiero. Salí con esa intención y la defiendo a muerte.

Con más de 23 mil reproducciones en YouTube, y sin promoción alguna, el primer disco de Louta evidencia una inefabilidad similar a la que muestra él en su manera de manifestarse. No hay cabida para la especulación ni para el error. No obstante, y aunque parezca inaudito, esta convicción de matices epopéyicos la encontró mediante el budismo. “Mi mamá practica el budismo de la Soka Gakkai desde que nací. Y más allá de que siempre iba a reuniones, comencé a acercarme a los 19, en un momento de depresión que me llevó a dejar de creer en todo. Estaba para atrás”, recuerda Jaime. “Un día me senté frente al Gohonzon –NdR: objeto de devoción en el budismo de Nichiren– y empecé a entonar el Nam Myoho Renge Kyo como lo hacía mi mamá. Y a partir de eso empezó a brotar una fuerza vital, un interés por las cosas. A los días estaba motivado nuevamente y conseguí trabajo de músico. Comencé a ser DJ, me fui a vivir solo y tuve el coraje para concretar una pareja con la chica que siempre me gustó. A través de la práctica, uno puede extraer todo su potencial para cumplir los sueños y enfrentar las dificultades de la vida. Y pude experimentarlo.”

¿Cuánto hay de budismo en tu propuesta?

–Está en la letra y la música, pero no tiene por qué ser tan obvio. Lo transmito a través de la postura de mi vida. Me cambió muchas cosas. Tenía una forma de pensar muy boluda y cerrada, y abrí el corazón. Decidí hacer un disco sin tener los temas y esa manera de vivir fue la que me lo permitió.

Es tu disco contrasta lo popular con lo vanguardista…

–No fue un proceso mental. Iba haciendo temas y los que más me gustaban quedaron. Los que no tenían identidad, se fueron a la mierda. Me parece importante tener la capacidad de verse a uno por fuera de sí. Tyler, The Creator es un ejemplo de la rareza popular. Y eso me gusta.

Sorprende lo coloquial de tus canciones, ¿fue adrede?

–Me dieron ganas de hacer un trabajo que esté cerca de uno y de la gente. Tiene que empujarte y darte fuerzas. Me cabe escribir y cantar como hablo. Nunca pondría un “tú” en una letra. Alto Uach, título de uno de mis temas, es una abreviación de “guacho”. Me copa que no se termine de decir esa palabra. Mientras que en Cuadradito de prensado la gente se caga de la risa y lo siente propio y cercano. Tiene algo picarón y juvenil. Y no es público que escuche cumbia.

Pero Cuadradito de prensado es una cumbia villera…

–No hace falta separar los géneros. Cuando scrolleo en Facebook, en un minuto aparece un video de Damas Gratis, otro de Animal Planet, más abajo uno de un DJ y al final uno de Maradona hablando. En menos de 15 segundos, eso hace tac-tac-tac. Entonces, ¿por qué tengo que hacer un disco entero que respete los géneros? La gente está preparada para algo más vertiginoso.

Si bien te movés por la música urbana, lo hacés desde una perspectiva electrónica. Por lo que en tu disco se pueden encontrar post dubstep, big beat o un tema como Sigo sin entenderte, que suena a Gorillaz. ¿Qué te moviliza?

–Gorillaz son mis Beatles. Su primer disco fue el primero que compré y me partió la cabeza. Una banda de dibujos animados… ¡es lo más glorioso que vi! Y yo me comí el flash de pendejo. Lo que tienen en común con otros artistas que me gustan, como Fatboy Slim y Groove Armada, es que hacen música de collage. También me copa el groove del sample. Y este material tiene un poco de eso, onda Daft Punk.

Aunque hoy es de lo más normal que un artista salga al escenario sólo con su computadora y un micrófono, vos completás esa sencillez con un espectáculo próximo a un musical. ¿Por qué?

–Cuando salgo con Louta quiero conquistar el planeta. Por más que lo que hago es teatral, yo canto canciones. Soy muy fan del vivo con música grabada. Es muy claro y prolijo. Nunca me llamó la atención la destreza musical. Por eso siempre me coparon el hip hop y la electrónica. Hay que generar validez. Pongo un sillón, una lámpara, una planta, un cuadro, aparece un tipo con gomina y vestido como un inglés de los ‘50. Es un pibe blanco, rubio y con chomba. Luego de eso, ¿me vas a discutir por qué no toco con una banda? Yo lo que quiero es que sientas que puede pasar cualquier cosa en el show.

¿Tu espectáculo tiene algún tipo de trasfondo?

–Sí o sí tiene que atravesar la barrera del escenario. Esa es la primera premisa. El show no trata de algo, eso queda en cada uno. Una cosa es en qué consiste y otra qué pasa. Y esto último está clarísimo.

El homoerotismo también palpa en tu performance, ¿lo hiciste por algo en especial?

–Pasó sin que me diera cuenta, pero está bueno. Un par me dijeron que garpaba que fuera gay. Sin embargo, es uno de los personajes que salen. Además están el sindicalista, el pibe sensible, el que se queda dormido, el que baila re cebado y el que se quiere matar en la discoteca porque no encuentra a su novia.

Ya el público canta tus canciones en tus presentaciones, ¿qué te pasa cuando ves ese efecto?

–Es muy loco. Si bien eso me pone contento, tenemos la decisión de crecer. Eso sucede al grabar la causa. Ahora uno está atento al efecto.

Nunca nadie lo llama por su nombre. No toma alcohol, no fuma, no se droga, y en todo lo que hace intenta dejar su impronta. Aunque no participó en la grilla del último Cosquín Rock, fue invitado de Perras on the Beach en uno de los mejores recitales del festival. Al igual que su amigo Simón Poxyran, la rompió en el Lollapalooza y recientemente en la Undertones, con plumas y papelitos a manera de corolario. Y su fábula sigue creciendo, bien sea como Louta, como DJ u organizando su propia fiesta: la Bresh, donde, bajo la consigna de “hitazo tras hitazo” o “mucho besito en la boca”, el sold out se convirtió en tradición.

“Son tres cosas parecidas, pero cada una tiene su identidad”, argumenta Jaime, quien ideó la joda en 2016. “Busqué una fecha para presentar el disco y, como no llegué, hice la fiesta. A la Bresh le va bien porque es perfecta para el público que quiere salir a bailar. Acá no va a encontrar cachengue, que el patova lo empuje, que un pibe le vomite o que se empastillen a su lado como en un evento electrónico. Está pensada para toda esa gente que está en el medio. ¡Pasamos un hitazo detrás de otro!”

¿Ves a esta Argentina preparada para alguien como vos?

–Veo a esta Argentina preparada para mí. Yo armo el terreno. No me preocupo. Ya está pasando.

* Jueves 18/5 en La Tangente (Honduras 5317, a las 23) y viernes 19/5 en Niceto Club (Niceto Vega 5510, desde las 23 en la fiesta Invasión, con Morbo y Mambo).