Seguir una clase universitaria argentina a orillas del Mediterráneo, en Barcelona, entre la sabana y la selva de Colombia o con un océano idiomático de diferencia entre el profesor y la estudiante inglesa son algunas de las particularidades forjadas por la educación virtual desde el comienzo de la pandemia. La modalidad digital permitió, tanto a estudiantes extranjeros como a compatriotas radicados en el exterior, participar de las cursadas de manera remota sin la necesidad de residir en el territorio nacional.
La vuelta gradual a las clases presenciales, puesta en marcha a partir de este cuatrimestre en varias universidades del país, generó sentimientos encontrados e incertidumbre entre Theadora (Inglaterra), Andrés (Colombia) y Carolina (argentina en España), quienes en diálogo con el Suplemento Universidad relataron cómo es transitar una carrera en las instituciones públicas argentinas desde el exterior.
Dorset, Inglaterra
Theadora Brazier aclara que no vive en una ciudad. “Apenas un pueblo”, dice. Dorset, al sudoeste del Reino Unido, es mucho más que un pueblito: declarado Patrimonio de la Humanidad, es uno de los condados más pintorescos de Inglaterra y alberga algunas de las playas más lindas de Europa. Entre castillos construidos en la Edad de Hierro y acantilados en donde la tierra parece recién derrumbada sobre el canal de la Mancha, Thea, de 23 años, sigue sus clases de primer año en la carrera de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP).
Su idea de estudiar en Argentina nace del interés que le suscita el castellano y de sus ganas de explorar. La modalidad virtual le dio la oportunidad de tantear el terreno antes de viajar y de adaptarse a compañeros y al idioma, que ya maneja con soltura y hasta con sus inflexiones inclusivas.
“Me gusta tener la libertad de hacer otras cosas y estar en cualquier país o lugar mientras estudio”, afirma Thea acerca de la virtualidad y agradece a sus amigos de Colombia y Perú porque fueron quienes le hablaron sobre la posibilidad de estudiar en Argentina.
De Buenos Aires le atraen “el pueblo y la cultura”, que encuentra muy interesantes y, por supuesto, el arte, que tiene “una identidad muy fuerte”. A pesar de las facilidades de la educación digital, sostiene que en “carreras tan físicas y táctiles” como las de la rama artística es “necesario contar con un elemento de presencialidad”.
Mientras espera novedades acerca de la modalidad que tendrán las clases el año próximo, aprovecha el acompañamiento de sus padres y la posibilidad de vivir con ellos para trabajar y ahorrar con vistas a un posible viaje. El apoyo no se agota en lo económico y se extiende al plano emocional: “Ellos piensan que es muy divertida y emocionante la idea de estudiar en Argentina”. Si bien afirma que siente “algo de miedo”, detalla que es un “buen miedo”, el de empezar algo nuevo y en otro lugar. “Confío en la gente de allá, hasta ahora me han hecho sentir muy cómoda y sé que puedo volver cuando quiera, si es que no hay otra pandemia”, destaca Thea.
El sistema universitario inglés, según Thea, es muy diferente al argentino. “Tienes que pagar mucho dinero para estudiar. El gobierno presta ese dinero a los estudiantes, pero tienes que devolverlo en el futuro. Así que todos los estudiantes terminan con una deuda muy grande y no es algo que yo quiera tener para mí”, explica.
Pero independientemente de las formalidades económicas, a Thea le llamó la atención el ambiente universitario argentino, al que encuentra muy maduro. “En Inglaterra, la universidad es vista como un lugar al que la gente va a pasar un buen rato. Tienes que aprender, obvio, pero hay un ambiente que no tiene que ver tanto con el aprendizaje, a veces, sino con la fiesta”, evalua.
“Me gustó mucho el curso en línea. Los profesores me motivaron mucho, así que no quise dejar nada”, subraya Thea, preparada ya para cambiar el Castillo Maiden y el canal de la Mancha por la Catedral y el Río de la Plata.
Cumaribo, Colombia
Los dos mil dólares semestrales que Andrés Estupiñan necesitaba y no tenía para estudiar Derecho en Colombia fueron el principal motivo que lo empujó a tomar la decisión de moverse hasta la ciudad bonaerense de Avellaneda e inscribirse en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Llegado al país en 2017, aprovechó su gusto por la lectura para vender libros en las calles porteñas y así costear su estadía. La pandemia lo devolvió a Cumaribo, en el oriente colombiano, municipio en el que es candidato para los Consejos de Juventud y desde donde termina la segunda mitad de su carrera.
La virtualidad sembró un dilema en Andrés: por un lado, confiesa que nada hay como el “hotel mamá” –siempre más cómodo que una pensión o un hostal en el extranjero– y, por el otro, extraña el nutritivo crisol cultural del ambiente en la UBA. “Creo que en ninguna universidad vas a tener el lujo de estudiar con paraguayos, bolivianos, argentinos, entre otros. Tuve la posibilidad de conocer a una chica de Francia y a otra compañera de Brasil. Eso no pasa en la mayoría de las universidades”, destaca Andrés.
Al poco tiempo de empezar a cursar, en los pasillos de la facultad, Andrés conoce a Esteban Trujillo, también colombiano. Las charlas por afinidad se deslizan rápidamente a su situación como estudiantes migrantes. “No había en las universidades un movimiento que acogiera las quejas, las preocupaciones y las necesidades de los migrantes y las transmita a la administración”, señala Estupiñan. Así nace el colectivo “Estudiantes Migrantes Universidad de Buenos Aires” (EsMiUBA), en defensa del derecho a la educación pública, universal, no arancelada y de excelencia.
Andrés, de 28 años, recalca que en su trato con diferentes compañeros migrantes, siempre percibió el mismo deseo de vuelta a casa que sentía en su interior. Sin embargo, entiende que hoy la conectividad se ha convertido en un requisito indispensable y no siempre disponible para todos.
“Hay muchos estudiantes que no cuentan con los medios tecnológicos para acceder a las aulas virtuales. Entonces, por más que a mí me gustaría seguir estudiando desde acá, tengo que ser consciente de que si tengo que volver lo voy a hacer”, reflexiona.
El año pasado, la incertidumbre por el avance de la pandemia lo decidió a volver a Colombia. Poco después se encendió un estallido social que, atizado por la juventud, reclamaba por educación universitaria gratuita, entre otras demandas. “Venirte y encontrarte con esto en tu país y en medio tratar de aprobar la cursada fue difícil”, comenta.
Andrés considera que estudiar desde su casa en la UBA, “la universidad número uno a nivel Iberoamérica”, es un privilegio. Acerca de esa oportunidad, recuerda una frase que un correntino le dijo, mientras vendía libros en la avenida Córdoba, y que llevará a donde vaya: “El que aprende y aprende y no comparte con los demás lo que sabe; el que trabaja y trabaja y no pone de lo suyo al servicio de un fin mayor, es como el que ara y ara y no siembra nada”.
Barcelona, España
Carola Viliani trazó el camino inverso al que planea hacer Thea: de Argentina a Europa. Estudiante del último año de la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ), decidió partir a España en 2020 y dejar los estudios en “stand by”, motivada por la crisis económica dejada por el neoliberalismo de Cambiemos. La pandemia se cruzó en sus planes y su viaje se pospuso hasta este año, pero llegó con el bonus de poder seguir cursando a distancia. Desde el pueblo de Vilanova, en Barcelona, afirma que lo que más le cuesta de la cursada son las cinco horas de diferencia que hay entre Argentina y España.
“Hace aproximadamente dos años que planeábamos con mi novio venirnos para acá. Se nos estaba haciendo muy difícil lograr independencia económica, en todo sentido. Las cosas estaban muy cuesta arriba. Mis abuelos me dieron la oportunidad de venir para acá y mi novio consiguió trabajo en España; entonces decidimos viajar en 2020”, relata Carola, de 22 años.
Hasta ahora, a pesar de la diferencia horaria, no sintió la necesidad de comentar su situación a las cátedras. Algunos de sus compañeros se fueron enterando en la medida en que intentaba coordinar las jornadas grupales bien temprano; de otro modo allá terminaría a la madrugada. “Estoy muy entusiasmada con avanzar lo que más pueda con la virtualidad”, se entusiasma.
Comenzó a estudiar en 2017, y actualmente cursa simultáneamente tanto la licenciatura como el profesorado en Letras. Además, está realizando un intercambio en una escuela española que dicta cursos terciarios: trabaja como secretaria académica del instituto y a cambio obtiene una beca completa para cursos de planificación estratégica, marketing y creatividad integral.
Carola prefiere la educación virtual no sólo por la posibilidad de estudiar a distancia, sino por los “recursos” que brinda para “incorporar los conocimientos con otra mirada”. “La mayoría de las materias que cursé en Letras estaban muy reducidas a únicamente cuatro horas de contenido teórico, y eso le saca un poco la chispa al estudiante. Lo virtual permite aprovechar la clase de otra manera”, pondera.
Sin embargo, la estudiante de la UNLZ detalla que la calidad de las clases y el aprovechamiento de recursos dependen mucho de los profesores. “Hubo materias que aprovecharon las herramientas: blogs, Classrooms, canales de YouTube, que me resultaron mucho más interesantes que estar cuatro horas sentada escuchando a la profesora hablar sobre algo, en la misma forma que lo hiciera de forma presencial”, evalúa.
En España, para estudiar en la universidad de forma gratuita, es necesario ganarse una beca. Los cursos que dicta la escuela para la que trabaja Carola oscilan entre los dos mil y tres mil euros y duran tres meses. En contraste, destaca la “prestigiosa” educación pública argentina y la considera “de las mejores que hay”.
“El problema, por lo menos en el ámbito universitario, es que tiene esa cosa de que tenés que sufrir y dejar todo en la carrera para recibirte. Estando acá y viendo cómo se enseña desde otros ámbitos me parece que aprender tiene que ser un proceso que te guste desde todos los ángulos”, concluye.
Vuelta a la presencialidad
De cara a la “nueva normalidad” universitaria que de a poco se materializa en varias universidades del país, Thea, Andrés y Carola esperan novedades acerca de la modalidad que asumirán las clases.
Andrés no duda en volver a Argentina si es que la virtualidad queda interrumpida: “Si llegan a abrir, voy a volver a continuar con los estudios y con la lucha”. Thea, por su parte, proyecta su viaje para enero de 2022, aunque resalta que por el momento “no hay mucha información para hacer un plan”. En tanto, Carola, enfocada en su presente en España, detalla que si tiene que viajar para dar los exámenes lo hará “más adelante”, dado que su proyecto “no es volver en los próximos tiempos”.
Para los tres, el futuro universitario en Argentina –virtual o presencial– es un desafío que están dispuestos a descubrir.