En Twitter se expresa de una manera. Coloquialmente, de otra. El mensaje es el mismo. El presidente Alberto Fernández tuiteó al mediodía tras casi un demasiado largo día entero de silencio oficial. “He oído a mi pueblo. La altisonancia y la prepotencia no anidan en mí. La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido. Lo haré llamando siempre al encuentro entre los argentinos”.
En lenguaje delicado propala una señal clara: atribuye a otros (quienes lo presionaron, claro) la altisonancia y la prepotencia. Subraya la autoridad presidencial, la suya propia. Conversando con sus allegados más cercanos y con quien pudiera oírlo, el presidente es más enfático. Está enojado, sorprendido, quiere mantener la unidad del Frente de Todos (FdT).
Descalifica los ofrecimientos de renuncia en cadena que comenzó el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, y cuestiona a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Ella me conoce, sabe que por las buenas a mí me sacan cualquier cosa. Con presiones, no me van a obligar”. Califica a los amagues de renuncia como “una estudiantina”, cuando es más suave. En confidencia acude a remembranzas de la década del 70, regresión propia entre peronistas cuando se pelean de veras, no para reproducirse. En otros momentos deriva en metáforas de TC 2000: “aceleraron en el barro y, claro, quedaron empantanados”.
Desde la noche del miércoles, llegaron por distintas vías, mensajes kirchneristas al presidente. “Me piden que pare, pero yo no hice nada”, se enchincha Alberto. El diputado Máximo Kirchner, chimentan en su torno, llamó al presidente del cuerpo, Sergio Massa, para bajar decibeles y enfriar el episodio. “¿Por qué no me llamó a mí?”, interrogó Fernández a sus dos o tres confidentes más cercanos del elenco oficial. La candidata bonaerense Victoria Tolosa Paz transmitió a su vez una rama de olivo hacia Olivos.
La idea del presidente tras el vaivén es hacer cambios en el Gabinete, conversados el martes mismo con Cristina. “Lo charlamos, acordamos nombres. Eso sigue en pie”, actualiza AF. “No entiendo para qué se apuraron”. Y confirma lo que Cristina le hizo saber al ministro de Economía por celular. “Jamás me pidió la renuncia de Martín Guzmán”.
Otros relevos habrá, cuando baje un poco la espuma. Mencionar nombres, minga: silenzio stampa. ¿Cuándo? La semana que viene, por ahí, discurre el presidente Alberto. Aunque en el vértigo existencial del oficialismo parece imposible parar la pelota durante tantos días, los rumores, las operaciones contra los ministros blanco móvil…
Para el presidente resultaron cruciales los apoyos internos recibidos. Supone que el ala díscola del Gabinete y Cristina también repararon en ellos. “Me llamaron todos los gobernadores. Me decían que les aceptara las renuncias, que los sacara.” Parece que unos cuantos sugerían adonde mandarlos en tosco lenguaje coloquial.
Desde la Confederación General del Trabajo (CGT) llegaron señales parecidas, comunicados, telefonemas a la Casa Rosada. El Movimiento Evita había convocado a una movilización a Plaza de Mayo, esta tarde. Con gentileza el presidente les pidió que la suspendieran.
Enojado sigue, no desea escalar. “Algunos me planteaban que lo raje a Wado, que es un buen ministro”. Nada es imposible en el contexto, de todas formas. “¿Cómo me voy a desprender de (la titular de la Anses) Fernanda Raverta, una funcionaria super laburadora y eficiente?”.
Alberto contabiliza y tabula los apoyos “de todos lados", "impactantes”. Resalta algunos del propio sector kirchnerista, el de la intendenta de Quilmes, Mayra Mendoza, sin ir más lejos.
La paz interior (alias “unidad”) se sostiene como objetivo. Restañar las heridas requerirá conversaciones cara a cara, cafés o mates. No cicatrizan solas, la sanación política no es magia.
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“Es incomprensible”, repite el presidente quien a veces se pone demasiado cartesiano. “¿Qué sentido tiene que renuncie el titular de Aerolíneas Argentinas?” El sentido es el pressing, el gesto colectivo.
Según el cronograma presidencial hay que retomar la gestión, enfriar el clima, disipar en el corto plazo el clima de renuncias y comunicados internos.
La derrota centrifuga, saca a luz rencillas de campaña entre protagonistas, problemas de cartel. Reproches que, empieza a opinar este cronista, no explican la magnitud del veredicto electoral. La campaña misma no es la causa principal aunque seguramente acentuó la caída.
Los compañeros sean unidos, recitaría un Martín Fierro peronista, Apartarse de la ley primera en días de tristeza y bronca es un error que damnifica al conjunto. También, a su modo, un desaire a la gente común que reclama mejoras, medidas, cambios de rumbo,.
La agenda del Gobierno --por decir algo-- debería recorrer desde el Ingreso Ciudadano hasta un nuevo IFE, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), transferencias directas articulables en corto plazo, una mirada sobre el Presupuesto 2022. Esto no es un repertorio subjetivo de medidas, apenas un abanico de ejemplos.
Quedan dos meses para las elecciones generales, algo más de dos años de mandato. Disipar energías en internas, disputarlas a la vista de todos, para solaz de las oposiciones corporativa y política, conjuga una metida de pata con una distracción respecto de los millones de argentinos que pidieron cambios en el cuarto oscuro. La cuestión no es desensillar hasta que aclare. Es desmontar el internismo descontrolado y enfilar el Gobierno hacia un rumbo mejor.
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Pasado el mediodía corrió una versión. Alberto Fernández le habría aceptado la renuncia al ministro Eduardo de Pedro. Fue desmentida por la secretaria Legal y Técnica, Vilma Ibarra. Los sucedidos se detallan en nota aparte en esta web. El propio presidente chateó por WhatsApp de su celular: “Aun no he analizado ninguna renuncia”. Y agregó: “Tiempo al tiempo. El que se apura se equivoca”. Estas historias continuarán.