Una voz, y un piano. Ligia Piro y Federico Mizrahi. El Tasso explota al máximo del protocolo. En el aire se nota el entusiasmo de volver. La transición del on demand al for demand, que seguro replica en otras salas de los alrededores porteños. El ecléctico encuentro musical, que se repetirá este viernes, arranca suave. Va de los orígenes de ella –el jazz standard “All of me”- a “Agua de marco”, bossa de la dupla Elis Regina-Tom Jobim que transforma las manos, el cuerpo y la voz de la cantante en un solo ente. Cuenta en público que tenía 8 años cuando la escuchó por primera vez en un Winco que le había regalado su abuela, y que le quedó grabada para toda la vida.
De ahí, el dúo fluye hacia un diverso mundo de géneros entrelazados que marcarán el pulso de la noche, hasta el ardor de la última vela. “En los vivos canto lo que me gusta, lo que me divierte. Diferente es cuando hago un disco, que en general lo dedico a un solo género. Así fue con Live, el último, que es de jazz y de pop con arreglos jazzísticos, y el anterior Las flores buenas, más volcado hacia las músicas folklóricas latinoamericanas”, enmarca y desmarca ella en camarines, consumada la función. “Pero lo más importante es que era urgente y necesario volver al vivo, porque el sector musical fue uno de los más castigados de la escena local durante esta pandemia”, subraya.
El repertorio en vivo de la hija de Susana Rinaldi y Alfredo Piro, dos titanes del tango, incluye lo dicho y más. Una muy suave versión de “Zamba azul”, del tándem Tejada Gómez-Tito Francia; convive con otra de Jorge Fandermole (“Oración del remanso”), aventajada por unos arreglitos al piano que se amoldan muy bien al registro de la cantante. Sobrevienen una visita muy coreada –tal vez la más de la noche- de “Zamba para olvidarte” (Fontana-Toro), y otra “fuera de cartel”: “El surco”, de Chabuca Granda. “Cuando era chica, en mi casa se cantaba música folklórica y latinoamericana. No sé, mis padres son tangueros, pero a mí no se me dio por ahí”, ríe Piro, hora después, mientras juega con su hija en brazos.
-Ahí iba la próxima pregunta, Ligia. Al menos esta noche, no cantaste ningún tango. ¿Por qué? ¿Por tus padres?
-(Risas) No. La verdad es que canto, pero muy poquito. Y sobre todo, algunos valses que canté con la orquesta de mi padre muchas veces, o tangos como “Sur” o “Nada”. Pero, insisto, en casa también se escuchaba mucho jazz, y tenía una información muy vasta desde Billie Holiday y Coltrane, hasta Louis Armstrong y Ella Fitzgerald. Y la bossa nova también se escuchaba mucho. Incluso mis padres tenían mucha relación con los sellos que grababan a Jobim, a Regina, artistas que, como dije antes, me nutrían mucho.
Otra veta: en medio de la noche, suenan “Durazno sangrando” y “Alma de diamante” en inevitable tándem spinetteano. Un popurrí Beatle hacia el final colma la gota rockera, y un tema con cierto aura zen (o Sting) llamado “Si amas a alguien”, presagia los días por venir. La letra es del marido y productor de Ligia -David Libedinsky-, la música del mismo Mizrahi, y el alma, de ella, claro. “Dos palabras del tema son mías: amas e intentes”, ríe. “No sé, una de las cosas que me tiene que pasar cuando elijo cantar una canción, es que me tiene que prender por algún lado que no sea el intelectual. Y este es el caso... me gusta, y creo que hay que darla a conocer en lugares chicos como éste, porque el público está atento. Al saber que una canción debuta, la gente le pone más atención y amorosidad. Es algo que se siente en las devoluciones cada vez que estrenás una canción”.
El tema será parte de uno de los dos discos que Ligia tiene en mente publicar en el mediano plazo. “Tenemos 6, 7, 8 temas”, enlaza Mizrahi, con una copa de vino entre manos. “Tenemos otro que habla del rey David y la situación del balcón, cuando él estaba paseando y la ve a Betsabé, y pasa una historia de seducción medio indefinida, de voyeur. David me mandó una letra y, como siempre me pasa, la leí y la fui tocando mientras la leía. Es algo que no pasa siempre”, explica el pianista.
Vuelta al show. Entre tema y tema, él y Ligia hablan con el público. Interactúan bien. Son cálidos. Ella, por caso, habla de su nona indígena “que lavaba ropa para las casas de los ricos”, o de la cantidad de discos que le llegaban a su casa cuando niña. Federico se copa con la astrología. “Lo que pasa es que cuando llegamos al mundo somos muy lunares, porque la Luna es todo lo que viene de atrás, que traemos de nuestros ancestros desde el linaje materno, por eso la luna representa algo más que el Sol”, intenta explicar.
“Nos divierte ir hilando situaciones cotidianas como estas, personales, con historias que cuentan las canciones”, vuelve Ligia. “Soy de las que piensa que hay que romper la solemnidad de un show, y hacerlo más familiar. Me parece que la gente la pasa mejor”. Y así pasa, al cabo, a juzgar por los rostros relajados que se observan cuando se piden los bises, o cuando las gentes abandonan el bar, y se pierden la oscuridad del Parque Lezama. Buenos Aires está volviendo a brillar.
* El dúo vuelve a presentarse el viernes 17 en el Torquato Tasso, Defensa 1575.