En Las estructuras elementales de la violencia, Rita Segato ubica la violación como una pervivencia de la estructura patriarcal en la sociedad contemporánea. En la violación, la mujer deja de ser vista como un sujeto autónomo, y es percibida como una propiedad. Se regresa, entonces, a un tiempo precedente en que sobre la mujer, al igual que sobre un territorio, pesaba una cuestión de soberanía. Freud mismo replica este esquema patriarcal cuando habla de la mujer como un "oscuro continente".

Cabe destacar, junto con la autora, que no hubo nunca sociedad en la que no existiese el fenómeno de la violación. Y en ciertas culturas, la violación puede cumplir incluso un papel punitivo y disciplinador. Sin embargo, esta dimensión antropológica (y sociológica) se revela como parcial, hasta que no incluimos también la perspectiva del psicoanálisis.

Sin embargo, un ligero matiz que cabría introducir en el planteo de Segato es que su exposición se ajusta al esquema de un retorno de lo reprimido, y este modelo quizá no sea el único que sirve para dar cuenta de ciertos modos de la violencia de género en nuestros días. Asimismo, si bien el psicoanálisis tiene una relativa aceptación en el marco de las ciencias sociales, la relación no deja de tener incomodidades y tensiones.

Tomemos un ejemplo. En una reunión con profesionales de diferentes disciplinas humanísticas cuento la situación de una mujer que se excita con una fantasía en la que es "apoyada" en el subte. Una asociación entre el abuso y la violación la lleva a hablar de una figura mítica del Eros occidental: el rapto (por ejemplo, el de Perséfone). A su vez, una indicación sobre la diferencia de edad entre los personajes, la lleva a notar que los videos pornográficos con que se excita son aquellos en que un hombre mayor aborda a una jovencita. En este punto, una compañera interesada en la perspectiva de género, interrumpe y dice: "Es imposible, una mujer no puede calentarse con algo así, o será una mina muy enferma".

¡Las mismas resistencias de que hablaba Freud en 1920! Y sin embargo, se trata de una intelectual culta, que incluso estudia psicoanálisis conmigo. Le digo que no tiene que asustarse, que el hecho de que una mujer tenga una fantasía de violación no quiere decir que quiera ser violada. Incluso todo lo contrario. Pero ella ya no quiere oír más, y yo no puedo contarle que una de las formas de división del sujeto esclarecidas por el psicoanálisis consiste en no querer lo que se desea. Me dice que con mi argumento se puede justificar a Cordera y otros machistas.

Me apena su conclusión, pero es verdad que sobre la clínica psicoanalítica pesa la acusación de machismo. Quizá este sea un nuevo modo de reprimir el deseo en una época que todo el tiempo celebra (hipócritamente) su exaltación. Queremos un deseo atado a un yo, que sea su amo, y no el conflicto, el desgarramiento, que impone desear a pesar de uno. Un siglo después del descubrimiento freudiano la teoría psicoanalítica genera fascinación (incluso entre las teorías de género), pero del oscuro ser del sujeto nada se quiere saber. Queremos deseos claros y distintos, deseos cartesianos, sin ambigüedad.

Con nuevos ropajes, incluso progresistas, hoy se sigue resistiendo al psicoanálisis. Antes se lo acusaba de subversivo, hoy de machista y patriarcal. De un modo u otro, el psicoanálisis ofende una moral sexual. Y eso lo hace escandaloso, pero también irreductible a cualquier statu quo.

* Psicoanalista. Docente de la UBA.