La reciente designación de Gabriela Cerruti como "portavoz de la Presidencia" es el más reciente de los cambios que comenzaron en la noche del viernes posterior a las PASO con una presentación de renuncia "indeclinable": la del hasta entonces vocero presidencial, Juan Pablo Biondi. Había sido señalado sin medias tintas por Cristina Kirchner como el responsable de "operaciones de prensa" en su contra. "El vocero al que nadie le conoce la voz", lo acusó la vicepresidenta. Y aunque la argumentación podía ser retrucada --los voceros y la comunicación kirchnerista en general nunca se caracterizaron por ser especialmente abiertos-- lo cierto es que la gestión de la comunicación presidencial venía siendo criticada en on y en off, especialmente tras el capítulo de "la foto de Olivos".
La novela del recambio da pie también a la pregunta por el rol de un vocero presidencial en la Argentina, tan distinto del que se ve en las películas norteamericanas: ¿tiene que hablar ante los medios? ¿tiene que ser el encargado de articular ese vínculo siempre tenso, pero necesario, entre el mandatario y la prensa? ¿tiene que tener peso y formación política? ¿como parte de su entorno más íntimo, tiene que aconsejar, tiene que "filtrar" lo que le llega al primer mandatario? ¿qué tiene que hacer? Y si no es esta figura la que en todos los gobiernos se ocupó exactamente de comunicar la gestión: ¿qué funcionario ocupó ese rol, desde la recuperación democrática en adelante?
"El" vocero de Alfonsín
La figura de José Ignacio López, portavoz de Raúl Alfonsín durante todo su mandato, se recorta en el racconto como la de "el vocero" por excelencia: formado, idóneo, un "cuadro político". Periodista de prestigio, prosecretario de redacción de La Nación, cercano a la iglesia, con el tiempo autor de la biografía autorizada de Magnetto. Cubriendo en Casa Rosada para la agencia Noticias Argentinas, fue quien en diciembre de 1979 le preguntó a Jorge Rafael Videla por los desaparecidos, obteniendo la respuesta que pasaría a la historia: "Son una incógnita, no tienen entidad, no están ni vivos ni muertos".
Quienes cubrieron los calurosos momentos de 1983 recuerdan lo que implicó la designación de López: "Los primero que nos comunicaron fue quién sería el jefe de policía, y quién el vocero presidencial", marca como síntoma de época el corresponsal de Mendoza Gustavo Abu Arab, acreditado en Casa Rosada desde hace 38 años. "Realmente fue una bocanada de aire en ese momento, no se podía creer que un periodista fuese vocero de un presidente... estaba tan metida la idea de la dictadura, la censura, que resultaba en sí mismo algo auspicioso".
"Alfonsín nunca tuvo voceros radicales, algo debe querer decir", marca Federico Polak, quien fuera su vocero entre 1997 y 1999 (lo acompañó en la arquitectura de la Alianza), recordando la condición de "político de raza" y "de otra época" del líder radical. Polak recuerda la etapa junto a Alfonsín (ya no como presidente, pero en un rol clave para que el radicalismo volviese al gobierno) como "de gran aprendizaje" y marca entre los desafíos del buen vocero el de "saber aconsejar que no, cuando no se está de acuerdo", en la confianza de un círculo cercano que no siempre es buen consejero en los cargos de poder.
El vocero matutino
Pocos se acuerdan que quienes oficiaron de voceros de Carlos Menem fueron (quien luego fuera el cesanteado embajador en Costa Rica) Humberto Toledo y el periodista deportivo y posterior jefe de campaña de Palito Ortega en Tucumán, devenido empresario futbolístico, Raúl Delgado, ambos periodistas de La Nación. Tampoco que Fernando Niembro fue secretario de Medios de Menem, y que como tal fue imputado por desviar fondos de la pauta oficial hacia una empresa privada de su propiedad (costumbre que conservaría en el tiempo). Pero seguramente todos y todas, de cierta edad en adelante, recuerdan al entonces ministro del Interior, Carlos Corach dando sus infaltables conferencias de prensa matinales, en la puerta de su departamento.
Era un momento de transformación en la estructura de medios, que Menem cambiaría habilitando la formación de monopolios. Las radios y móviles en directo se multiplicaban, y allí estaban convocados los periodistas cada mañana, ante un ministro que salía a marcar agenda, contestar --y justificar-- sin empacho cualquier pregunta vinculada a las causas de corrupción, con la habilidad de negar y pasar a la siguiente.
En el estudio jurídico en el que a los 86 años sigue trabajando junto a su hijo, el exministro tiene enmarcados en las paredes recuerdos de esa época, notas que lo muestran literalmente rodeado por movileros ("Acoso radial", es el título), tapas de este diario ("Carlitos vigilante", un fotomontaje que lo muestra vestido de policía, entre otras), caricaturas de Cascioli en la revista Humor.
Los cronistas de la época recuerdan momentos de esa relación establecida y de esa época, que Corach defiende en su reciente libro Los noventa. La Argentina de Menem. Como cuando los invitaba a tomar café a un bar cercano a su casa o a su oficina, y seguía las "conferencias" ahí. O cuando --lo supieron tiempo después-- se peleó con su esposa Juanita y pasó un tiempo viviendo en otro lado. Pero acordó con ella volver a escondidas cada mañana, para hacer como que salía de la casa y seguir con la rutina de conferencias.
El día que se terminó el memenismo, el entonces popular programa televisivo CQC lo despidió con mariachis y una bailarina en la puerta de su casa. El, por supuesto, supo sumarse al momento gracioso.
Estilos y mudos
Juan Pablo Baylac, vocero de Fernando de la Rúa, es recordado por las formas tan opuestas a al presidente al que acompañó: vehemente, temperamental, frontal, discutidor. Se lo menciona como quien "salía a dar la cara en los incendios", y hay que decir que tuvo mucho trabajo en este sentido.
El exdiputado PRO preocupado por "la canaleta de la droga" por la que se va la AUH Eduardo Amadeo fue el vocero de la primera etapa del gobierno de Eduardo Duhalde; su sucesor en el cargo, el periodista Luis Verdi, devenido panelista.
La marca comunicacional del kirchnerismo fue la del hermetismo. Al punto que a Miguel Núñez, que acompañó como vocero a Néstor Kirchner por diez años, se lo apodó "el vocero mudo". Quienes se cargaron el rol de comunicadores de la gestión fueron Alberto Fernández como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, y Aníbal Fernández --primero como ministro del Interior, luego en Justicia, y sobre todo como jefe de Gabinete de Cristina Kirchner--.
Con la pelea dada por la ley de medios y la confrontación directa que abrieron los medios hegemónicos, la lógica comunicacional del kirchnerismo pasó a ser: "para qué hablar, si tergiversan". La presidencia de Cristina Fernández tuvo en esa lógica la marca de las cadenas nacionales como modo de anunciar actos de gestión. Como jefe de Gabinete de CFK, Jorge Capitanich impuso durante un tiempo conferencias de prensa matinales desde Casa Rosada.
Iván Pavlovsky fue el hombre que acompañó lealmente a Mauricio Macri desde su época como presidente de Boca. Como vocero presidencial, no se le conoció públicamente la voz excepto cuando narró en primera persona el aterrizaje forzoso del helicóptero de Gobierno, en Catamarca y en medio de una helada, que podría haberle costado la vida. Pero tenía gran influencia sobre el expresidente, era uno de los pocos del círculo más íntimo no egresado del Newman.
Alberto, el que habla siempre
Alberto Fernández ha cultivado un estilo opuesto a los de sus predecesores: habla directamente con los periodistas que lo consultan, tuitea, retuitea, contesta WhatsApps a toda hora, cierra las entrevistas personalmente. Lo que podría ser leído positivamente como un estilo frontal, abierto y honesto, sin mediaciones, tiene el costado problemático del cómo y el cuándo, la imposibilidad de una comunicación de gobierno planificada.
Y aunque en esta etapa fue el saliente jefe de Gabinete Santiago Cafiero el encargado de "salir a explicar" cada vez que hubo un tema problemático en la agenda, no son pocos los que marcan que la figura presidencial ha sufrido un desgaste innecesario, sobre todo durante los tiempos más duros de la pandemia, al salir a "poner el cuerpo" directamente en toda ocasión.