El avance de la campaña de vacunación anti covid y la consiguiente disminución de contagios le ha dado un respiro al sistema de salud pública. Pero entonces emergen ahora otras secuelas no biológicas que ponen en crisis la concepción única de la pandemia como un asunto médico, y supone que la cuestión es social y no cura solamente con la vacuna. Sobre un piso de casi 750 mil personas inoculadas en Rosario, esto es lo que empiezan a observar los trabajadores y trabajadoras en centros de salud barriales, a medida que recuperan su rutina, luego de la misión sin pausa de salir a vacunar casa por casa en el pico de la segunda ola.
La médica Andrea Montaner, como directora del Centro de Salud Ceferino Namuncurá, en el barrio Stella Maris, rescató que haber tenido que sacar el equipo a la calle tuvo su lado bueno. "La pandemia nos dio la posibilidad de volver a salir al barrio, que habíamos perdido en los últimos años, nos habíamos quedado muy metidos dentro de las paredes de la institución y esto nos obligó a salir y a estar más cerca de la gente. Eso fue un plus que ahora no debemos perder ni volver a una organización rígida. Estamos viendo cómo organizamos ese equilibrio entre el afuera y el adentro para seguir sosteniendo los lazos que fortalecimos con nuestra comunidad", valoró.
Pero también ahora quedan de relieve ciertos daños colaterales que la urgencia de la crisis sanitaria no permitía advertir u ocuparse.
"Nos preocupan algunas cosas como el caso de la niñez. Vemos muchos niños con miedo: a morirse, a quedarse solos, a que un familiar suyo se enferme y no vuelva, a tener covid, son cosas que hay que empezar a pensarlas cómo sistema de salud, como sociedad y Estado, cómo lo vamos a afrontar colectivamente", planteó esta médica de atención primaria en diálogo con Rosario/12. Y asentó: "Estas cosas nos dejan en en claro que la pandemia no es un problema médico o biológico, sino social y que la respuesta tiene que ser acorde".
Montaner explicó que durante la pandemia se priorizó a la niñez con foco en bebés de 0 hasta el año de vida, o dos. "Pero nos quedaron muchos niñes en edad escolar y adolescentes sobre todo sin poder mirarlos. Y la escuela tampoco los pudo mirar porque no había presencialidad. Entonces hoy estamos viendo algunos problemas con eso, porque los chicos quedaron desenlazados", advirtió.
No solo los chicos. Continuó la directora del centro de salud de José Ingenieros al 8600, como si fuera Fisherton o Aldea, pero de la orilla misérrima del arroyo Ludueña. "También con la pandemia quedaron desenlazados pacientes con problemas subjetivos graves que participaban de espacios grupales. Estos espacios se cerraron y muchos pacientes quedaron aislados en sus barrios. Esa es otra cuestión a pensar en relación a la posibilidad de acercar los dispositivos sustitutivos de salud mental a los barrios que más los necesitan. Muchos pacientes iban a espacios centralizados, en el centro de la ciudad literalmente, y con la pandemia todo terminó por la imposibilidad del transporte, la posibilidad de contagio, la grupalidad. La situación actual de esos pacientes nos preocupa mucho", enfatizó.
Como si fuera poco, tras la segunda ola de covid cae la ficha de las pérdidas humanas y cercanas. "Nos preocupa mucho los duelos no resueltos, por la proximidad de la tragedia y por la imposibilidad de poder despedirse de un ser querido, por la soledad en la que se llevaron adelante esos duelos. No es algo liviano. Además, está lo intempestivo de los eventos de muerte. Eso empieza a emerger ahora: siento que al pasar la vorágine surgen estas cuestiones cuando hay que volver a rutinas de trabajo, de escuela, la reorganización familiar. Entonces ahí las ausencias son mucho más vívidas. Hay muchas personas que vienen al centro de salud muy angustiadas, tristes, con ataques de pánico", describió Andrea Montaner.
Al recuperar la rutina de atención pre pandemia, en el Ceferino Namuncurá consiguen volver sobre problemas de salud de la comunidad que antes habían quedado en segundo plano por la emergencia pandemiológica. Y con ello, también algunas iniciativas colectivas. "Habíamos proyectado armar un horno de barro comunitario, que los pacientes lo usen y producir desde ahí, en el patio del centro de salud. El año pasado pudimos empezarlo. Algunos tienen problemas subjetivos graves, otros con problemas de salud agravados en pandemia. Ahora retomamos eso y un juego de niños de primera infancia que habíamos tenido que cerrar. Tratamos de rearmar el lazo social en la comunidad en esta transición hacia la pos pandemia, que ojalá llegue pronto", precisó la directora del centro de salud.
"No hay que pensar que la pandemia terminó, y sí hay que pensar en cómo resolver los problemas que nos fue dejando –planteó esta médica que trabaja a diario en el territorio–. No es posible pensar intervenciones desde el sector salud solamente, sino pensar que la gente padece sus problemas de salud en función de sus determinaciones sociales. Las soluciones deben ser pensadas desde todos los organismos del Estado. Si no, es un reduccionismo unicausal, en lugar de pensar que uno se enferma o se muere en función de cómo vive, sus condiciones de vida. La pandemia es un problema social, y el abordaje de estos emergentes debe hacerse con todos los organismos del Estado".