El fallo fallido
Por Fabiana Rousseaux *
”¿Qué va a pasar ahora, con los genocidas sueltos, caminando entre nosotros? Tengan cuidado, por favor”, se repetía esta semana en cientos de hogares donde padres y madres anónimos, ya muy grandes, volviendo a pasar por el terror, el insomnio, la angustia, y el llanto, le pedían cuidado a sus hijos y nietos.
Personas apropiadas que evaluaron pedir custodia al Estado ante las amenazas de muerte de sus apropiadores. La escena dantesca de los genocidas sueltos en la calle, transitando al lado de los cuerpos que torturaron, amenazando a los cuerpos que apropiaron y violaron, o rozando los cuerpos de los familiares de quienes desaparecieron.
Frente a este inefable fallo, el terror volvió a meterse en los poros y se respiró, esto es lo que lo define. Su condición real de retorno imprevisible, inasible, contundente, irrepresentable, inolvidable, patente. Esto es lo que ocurre cuando un Estado irresponsable y antidemocrático, en nombre de la ley, toca un límite. El mismo límite que se hizo surgir de las entrañas del dolor pero también de la indignación y la resistencia a la ominosa crueldad que provoca la impunidad del fallo de la CSJN del 2x1, denigrando los delitos de lesa humanidad a la categoría de delitos comunes. Pisoteando las tumbas aún NN, no sin antes haber mercantilizado la memoria, insultado la lógica de reparación a las víctimas de estos crímenes transnacionales, transgeneracionales y permanentes. No sin antes haber intentado difamar a los/las desaparecidos/as, empleando la lógica temporal extractivista del mercado que apunta a olvidar lo sucedido como si eso fuera posible, olvidarlo de modo mercantil y rápido porque la pesada herencia de la Memoria con mayúsculas (en este caso, es con mayúsculas) es de toda la sociedad y no de un partido político o de otro. Pero la temporalidad extractivista no se detiene en construcciones temporales ni morales, mucho menos en desaparecidos: ¿30.000? ¡Ni idea! Te lo debo… el curro de los derechos humanos, ya se les va a acabar, el número se arregló en una mesa. Todo eso soportaron las víctimas, los sobrevivientes, sus madres, padres y abuelas, sus familiares y también la sociedad (tocada por la ética) toda.
Producto de este mismo fallo, en estos días también he leído comunicaciones o mensajes que sorprendentemente algunos hijos e hijas de torturadores necesitaron hacer llegar a los torturados de sus propios padres. No es lo que ocurre habitualmente, es un hecho nuevo, que habla de la profundidad de la herida, de la profundidad del ataque que representa un crimen de Estado, del terror tocando otros poros, los propios poros. Hijos que a partir de los juicios supieron por primera vez qué es lo que habían hecho sus padres cuando ellos eran chicos. Hace años que algunos sabemos que algunos de esos hijos se suicidaron, otros pidieron quitarse el apellido y apelaron para eso a los jueces también.
Esto significa que cuando un Estado va más allá de las fronteras, e intenta destruir o desinscribir un legado de justicia profanando la memoria de sus víctimas, los efectos no tardan en llegar, y siempre son incalculables.
Hay tres operaciones lógicas –dos actos y un efecto– que hemos construido socialmente y me parece que nos puede orientar en la lectura de lo que ocurrió esta semana como respuesta social a este fallo.
1) El cuerpo de Videla –representante del genocidio–, ya fue velado y enterrado mientras cumplía la condena a cadena perpetua impuesta por el poder judicial de este país. Eso significa que ya no podrán pasarse por encima estas sentencias, porque los efectos simbólicos de la inscripción social de la ley sobre ese cuerpo, no podrá desinscribirse jamás. Esa dimensión que sale del cálculo del derecho pero impacta directamente sobre la construcción social y subjetiva del crimen masivo, reconfigura la esencia ontológica del tejido social.
2) Es insoslayable que los velos de la administración empresarial que gobierna han caído hace rato y muy tempranamente y que este acto de amnistía en nombre de la justicia evidencia que se trata de una política de Estado centrada más en la administración de la historia del genocidio que en las políticas de memoria. Sin embargo, una sociedad que ha transitado un impresionante proceso de justicia como la nuestra, en ese mismo proceso construyó un nuevo nombre, y ya no podemos pasar de una política pública centrada en la memoria, la verdad y la justicia, al cinismo hecho política de Estado. Segundo acto colectivo que no puede borrarse.
3) El efecto: por trabajar en este campo de intervención, hace rato sabemos de la complejidad que la trama criminal del Estado ha provocado en la sociedad, y por esa razón, siempre está la advertencia de la prudencia, porque el encuentro con lo imposible tarde o temprano llega.
En la era del discurso obsceno (fuera de escena) del neoliberalismo acérrimo, que desconoce de modo absoluto los límites del cuerpo social, los desestima, los humilla y avasalla, este fallo fue fallido porque tocó ese límite imposible. Tocó el exacto punto constitutivo de la subjetividad social de este país.
Inesperadamente retornó aquel lenguaje acallado del “yo no vi nada, nunca me enteré” de una comunidad que convivió con el terror, los secuestros y desapariciones, pero ahora bajo el modo invertido. Invertido por efecto de un fallo que apunta a dar por terminada la justicia, se produce la emergencia de una respuesta social que hace hablar incluso a los propios inadvertidos. La sociedad incauta en aquel primer tiempo del crimen es ahora hablada (y sacudida) por el retorno de la impunidad bajo el estatuto de ley.
Por último, los intentos de relativización de lo ocurrido en una franca profanación de la memoria por parte del gobierno macrista, se topó con el impacto de la respuesta digna de una sociedad que ya enterró al genocida condenado, que ya escribió su nuevo nombre en el contexto internacional y por eso no puede volverse atrás. Un fallo fallido, del que los responsables deben dar cuenta igual. Es como el sujeto al que apela el psicoanálisis, el que debe responsabilizarse también de lo que dice desconocer. Aquí la operatoria no es la misma, está claro. No se trata de un desconocimiento, pero sí se trata de una pretensión de “construir impunidad sin sujeto responsable”, aunque la jugada se topó con el límite de lo imposible.
Señor presidente y señores jueces: ningún genocida suelto. Nunca Más.
* Psicoanalista. Trabaja en la asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos. Coordina Territorios Clínicos de la Memoria.
La decisión de un proyecto enloquecedor
Por Sergio Zabalza *
El fallo por el cual la Corte Suprema de Justicia concede el beneficio del 2x1 a los condenados por crímenes de lesa humanidad excede por largo las cuestiones partidarias, electorales, salariales, las puntuales confrontaciones adentro y fuera de las instituciones políticas, sindicales, barriales, religiosas, sanitarias, etc; y cualquier otro conflicto que haga a la vida de la comunidad. Se trata de un fallo que, cual siniestra paradoja, denigra el lugar y la función que hace posible la vida en común: la justicia. Ergo: más que un fallo/falla de la administración de justicia, se trata de una renuncia a su función. Lo que está en juego entonces es la vida misma de la comunidad en tanto tal, la posibilidad de una convivencia civilizada, es decir, ese reconocimiento que hace del respeto al semejante la condición de nuestra propia integridad física, psíquica y espiritual. Por algo decía Marx que “en cierto modo, con el hombre sucede lo mismo que con la mercancía. Como no viene al mundo con un espejo en la mano, ni tampoco afirmando, como el filósofo fichteano, ‘yo soy yo’, el hombre se ve reflejado primero sólo en otro hombre. Tan sólo a través de la relación con el hombre Pablo como igual suyo, el hombre Pedro se relaciona consigo mismo como hombre. Pero con ello también el hombre Pablo, de pies a cabeza, en su corporeidad paulina, cuenta para Pedro como la forma en que se manifiesta el género hombre”1.
Un proyecto enloquecedor
Desde ya, esta escandalosa decisión no sale de la nada. Mucho más que un mero cambio de administración, el 10 de diciembre de 2015 hace su formal ingreso a la instancia máxima del poder político en Argentina un proyecto orientado a suprimir la vocación por el debate, los lazos de solidaridad, la capacidad deseante y la pasión en la vida de los argentinos. Con la monstruosa premisa según la cual todo aquello que no sintoniza con lo normal o el orden natural de las cosas –léase: el mercado– es ideología descartable, este proyecto pretende obturar, suturar y borrar las vías por las que toda comunidad tramita y expresa el malestar que distingue a un colectivo humano respecto de una colmena o una máquina. Se trata de un proyecto cuyo efecto enloquecedor explica el negacionismo que distingue a sus principales funcionarios.
Basta colegir que pocos días atrás esta sociedad, abrumada por la escalada femicida, estallaba de indignación por el juez que, contra todo lo que indicaban las pericias, había dejado suelto a un asesino femicida. Fiel a su demagogia punitiva, en esos días el gobierno envió al Congreso un proyecto para limitar las excarcelaciones, al tiempo que el colectivo Ni Una menos y otras organizaciones advertían la inutilidad de la iniciativa. Ahora, este mismo gobierno que prometió seguridad, paz y concordia celebra –de manera más o menos oculta y solapada– el fallo que concede el beneficio del 2x1 a los condenados por crímenes de lesa humanidad. Pocas situaciones como la que ilustra nuestra actual escena nacional traslucen la esquizofrenia a la que el vaciamiento del discurso nos condena. Y que conste que no nos referimos tanto a la especial experiencia de esos sujetos cuyo cuerpo no hace amarra con la palabra, sino al flagrante cinismo con que el discurso oficial amenaza dejar perplejos, sin respuesta, aislados y atónitos, a los ciudadanos y su buena fe.
La ignominia del campo
De allí que entre las múltiples palabras que le cabe al fallo de la Corte elegimos el vocablo ignominia, el cual hace referencia al estado de quedar privado del nombre, esa nuda vida que reduce los sujetos a un número grabado en la piel: 2x1. De hecho, si nos cuesta encontrar un calificativo que designe el acto de estos jueces es porque nos han dejado sin nombre para eso que no tiene nombre, léase: lo real en lo social. Fue muy preciso en este punto Lacan al ubicar en el campo de concentración lo real en lo social, a saber: ese resto inasimilable que rechaza toda tramitación simbólica, el Padre abominable de la horda, tal como Freud eligió figurar ese detrito inhumano que, por ejemplo, el terrorismo de estado puso en acto en los años más oscuros de nuestra historia. Hoy el perverso y enloquecedor proyecto del macrismo pretende hacer de nuestra comunidad otro campo de concentración. De consumidores.
Riesgo para los testigos
Una vez más los testigos en juicios de lesa humanidad constituyen el más clarividente testimonio de ese real en lo social. Quien haya tenido ocasión en estos días de dialogar –sea en el consultorio o durante una simple charla– con esas personas cuyo relato de la experiencia en el campo hicieron posible las condenas a los genocidas, coincida quizás en señalar el efecto que la noticia del fallo imprimió en los cuerpos: una abrumadora sensación de pesadez, signo inequívoco de la palabra que amenaza desamarrarse del cuerpo. No es casual, si algo distingue al trauma es la imposibilidad de eliminar, por la vía simbólica, ese resto que cada ser hablante canaliza y orienta como puede según los recursos a su alcance: sea el trabajo, el amor, el arte o la lucha por la justicia. Por algo, ya avanzada su enseñanza, Lacan señala que “la angustia se sitúa en un lugar diferente que el miedo. Es el sentimiento que surge de esa sospecha que nos asalta de que nos reducimos a nuestro cuerpo”2, es decir reducirnos a nuestra condición de meros objetos, tal como los atroces testimonios de las torturas así lo atestiguan. Este fallo que reinstaura la impunidad en la Argentina abre las puertas a los peores fantasmas: basta con evocar a Julio López, el testigo desaparecido tras brindar el testimonio que posibilitó la condena al cura Won Wernich y al ex comisario Etchecolatz.
Testigos o superstes
No es necesario abundar en razones y fundamentos para argumentar cuánto cuidado requiere nuestra dañada y valiente gente que accede y accedió a brindar su testimonio. De lo que se trata es de vislumbrar en qué consiste ese resguardo. En Lo que queda de Auschwitz, Giorgo Agamben desarrolla la diferencia entre testigo y superstes. El primero es aquel que, por poner cierta distancia respecto de los hechos, logra brindar una versión que resguarde su integridad psíquica. El superstes, en cambio, es quien, por estar aún presente en los hechos, no logra ubicar cierta distancia respecto de su fidedigno relato; queda tomado de tal forma que el trauma ominoso sobreviene actualizado, en su subjetividad. Por eso, para Lacan, esta acepción de testigo remite a mártir del inconsciente. ¿Hasta dónde no somos todos un poco superstes? Si de lo que se trata es de evitar la repetición de un pasado de horror, es necesario el compromiso que la comunidad toda debe asumir para proclamar el más decidido rechazo a la impunidad.
* Psicoanalista.
1. Carlos Marx, El Capital, México, Siglo XXI, trad. Pedro Scaron, pag. 65
2. Jacques Lacan, “La Tercera” en Revista Lacaniana N° 18, Buenos Aires, EOL, 2015, p. 27.
Documento de APA y APdeBA
Un triángulo indisociable
El siguiente es un pronunciamiento de la Asociación Psicoanalítica Argentina y la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires acerca del fallo 2x1 de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
“Memoria, Verdad y Justicia son tres conceptos y tres valores estrechamente relacionados que se han mostrado cruciales para todo esfuerzo dirigido a la superación de los traumas, a nivel personal, social y colectivo.
Estas situaciones traumáticas abundan en la historia y en la realidad inmediata de toda la humanidad, con su presencia obvia e inocultable en el pasado reciente de nuestro país y nuestra sociedad, la cual ha venido trabajando, con marchas y contramarchas pero, a la vez, trazando un recorrido que parecía consolidado en pos de la vigencia plena y concreta de los valores indisociables de Memoria, Verdad y Justicia como única forma, a nuestro entender, de encarar los efectos de los terribles hechos, tan cercanos en el tiempo, que marcaron de forma indeleble nuestro cuerpo social.
Creemos que la fuerte e indisociable relación entre “Memoria, Verdad y Justicia” es la única forma válida de reparar los daños y de evitar su repetición. La Argentina ha adquirido, en este aspecto, un lugar destacado y ejemplar por su forma de enfrentarlos, algo reconocido a nivel mundial y asumido como propio por el conjunto de nuestra sociedad.
Entendemos que la reciente resolución de la máxima autoridad del poder del Estado encargada de administrar la Justicia significa un quiebre de este proceso, que pone en peligro lo logrado.
No están aquí en juego ni la Memoria ni la Verdad, ya que los hechos justiciables están probados y no están puestos en cuestión, pero sí la Justicia, quebrando también de ese modo la imprescindible solidaridad entre memoria, verdad y justicia, vaciándolas así de contenido. No nos referimos a la Justicia como procedimiento formal, algo que escapa a nuestra competencia (sobre lo cual se expresan voces más autorizadas), sino a la Justicia como valor fundamental para toda sociedad que valore el respeto y el reconocimiento de los DDHH.
Como psicoanalistas sabemos que es fundamental no sólo la forma en que las cosas son dichas y hechas, sino también cómo son recibidas y escuchadas. Creemos firmemente que, en una situación como la presente, la resolución de la Corte Suprema de Justicia está siendo recibida y escuchada por la sociedad como un acto de injusticia, algo tanto más grave por provenir de la máxima autoridad encargada de administrar y preservar la justicia.
Por todo ello, por su significado y por sus posibles efectos, deseamos unir nuestra voz a las muchas que se están haciendo escuchar para expresar nuestra preocupación y nuestro rechazo de la resolución de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.”