La inesperada y aluvional pérdida de votos del Frente de Todos en las PASO ha dado y seguirá dando lugar a múltiples y encontradas interpretaciones. Incluso ha desatado en la semana posterior un inusitado conflicto al interior del FdT, expresado en sus dos máximas figuras, y también ha derivado en cambios en el gabinete de ministros.
El peso enorme de ese fenómeno ha opacado otros efectos más sutiles -pero no poco importantes- de lo sucedido en estas elecciones primarias. Podría parecer frívolo atender a ello tras la crisis en el gobierno nacional, pero sin dudas que en algún momento las miradas tienen que ponerse también en la principal oposición.
Un fenómeno es la nueva caída de Mauricio Macri, quien no fue subido al escenario final de la victoria cambiemita. El ex presidente ya había perdido la interna cuando la fijación de candidaturas, tras la cual se recluyó en Europa. Su retorno, sin embargo, lo reubicó como protagonista, frente al modo en que María Eugenia Vidal era arrastrada al discurso beligerante por las pretensiones iconoclastas de Milei. Ello le había dado nueva presencia al –ya entonces compartido- liderazgo de Macri.
Pero se metió en las internas, cuando un conductor debe velar por el conjunto. Y encima, sus preferidos perdieron: la lista que encabezó Mario Negri en Córdoba, y la de Federico Angelini en Santa Fe. Si esto se liga a los triunfos resonantes de Diego Santilli y de Vidal –ambos cercanos a Horacio Rodríguez Larreta- queda claro el sitio secundario a que se ha autocondenado el histórico líder del PRO.
El otro fenómeno es la Unión Cívica Radical. Una lectura superficial asume que salió ganadora, si se atiende a la buena elección que produjo Manes en provincia de Buenos Aires.
Pero la cuestión es menos nítida. En un momento el discurso de la UCR mostró envalentonados a sus dirigentes, que exhibieron de pronto al neurocientífico junto a Martín Tetaz y Martín Lousteau como sus grandes cartas electorales. Al margen de que ninguno de los tres es orgánico de la UCR, pronto Lousteau quedó fuera de carrera subordinado a Vidal, y Tetaz fue parte de la lista preferente del PRO, mostrándose como un ultraliberal de palabra excesiva y sin referencia partidaria. Quedó sólo Facundo Manes, que consiguió 2 votos por cada 3 de Santilli, y que se ha encargado de subrayar que sin su caudal, la agrupación no habría superado a Tolosa Paz.
Pero Manes perdió la interna. No es detalle menor. El entusiasmo inicial de la UCR se aplacó con las encuestas: era claro que no iban a ganarle a Santilli. Sólo por eso se ha leído el resultado como exitoso, pues está por debajo de las primeras expectativas.
El radicalismo quedó a medio camino. La coalición triunfó en casi todo el país, y es indudable que no hay espacio para autonomizarse de la misma. Pero al haber ganado el PRO en CABA y la principal provincia, el radicalismo ya perdió chances de competir por la dirección: seguirán siendo obligados segundos. Las candidaturas a la presidencia ahora no son inviables, pero sí poco plausibles: Gerardo Morales, Alfredo Cornejo, el mismo Manes, han sufrido mengua como candidatos a la presidencia para el 2023.
La derrota de Negri (el único orgánico entre ellos, esta vez asociado a Macri) empeora el panorama: Córdoba es la principal provincia radical de la Argentina. De modo que un “líbero” como Manes –gracias al cual volverá a Diputados alguien tan poco UCR como Eugenio Monzó-, deja al partido en clara posición de seguidor del PRO, la misma que ha tenido desde que ambos se asociaran junto a agrupaciones menores.
La identidad partidaria del radicalismo continuará en disolución, y el PRO ha de seguir creciendo sobre su estructura, ya que –para los militantes y ciudadanos en general- mejor es elegir al original que a la copia. El triunfo de la coalición ha dejado al radicalismo en una vía muerta.